El arte de escribir

Acaba de fallarse el premio Planeta 2024, al que se han presentado más de mil autores con la ilusión de poder llevarse el premio mejor dotado económicamente para novelas inéditas, con un millón de euros para la obra ganadora y 200.000 para la finalista, además de una publicidad a nivel global de ambas obras situándose repetidamente en las listas de libros más vendidos, por el prestigio de haberse alzado con dicho premio literario.

Como suelo decir, la mayor pesadilla para un escritor es la página en blanco que no se garabatea porque las ideas se resisten a fluir, o todas las veces que el autor proyecta una historia que pierde continuidad desechándola por carecer de la novedad o el interés que considera indispensables.

¡Es tan difícil innovar! A veces parece que todo está dicho, que ya no hay temas que susciten atención, y es entonces cuando al escritor le sobreviene un estado de desazón mezclado con abatimiento que sólo desaparece cuando Calíope se digna concederle la oportuna inspiración. Cuando eso ocurre, la cabeza bulle de ideas que apenas pueden expresarse en el teclado o con la pluma, tal es la agitación de mensajes y conceptos; entonces, el escritor se cree el dueño del mundo, escribe sin importarle la hora, si es de noche o de día, si hay que comer o dormir, porque está inmerso en el proceso de creación y eso es lo primero.

         Aunque resulta muy complejo idear historias originales, hay autores que invariablemente repiten sus mensajes, y precisamente por esa insistencia son conocidos. De la misma manera que un escritor desnuda sus sentimientos en su obra, aunque sea de forma involuntaria, resulta muy difícil, diría casi imposible, que no repita determinados argumentos. A este propósito, recuerdo una tarde que pasé en casa del escritor Mario Ángel Marrodán, mejor dicho, en su despacho, una habitación abarrotada de libros, y los consejos que me dio, tras haberme otorgado un premio literario en Portugalete, Yo, por aquel entonces era una joven aspirante a escritora que absorbía cada una de sus palabras y el hecho de estar allí escuchando a una mente literaria tan valiosa, fue para mí el mejor de los regalos. Pues bien, uno de los consejos que recibí fue el no desnudar mis sentimientos en los escritos, que podía reflejar una pasión, pero al escribir lo proyectara sobre una piedra, no sobre la persona amada, y que no escribiera en primera persona.  

         He recordado mucho aquellos consejos y he de decir que tenía razón, que hay que resguardarse y no revelar demasiado, a menos que uno desee voluntariamente hacerlo. Es cierto que esa exposición pública importa menos a medida que pasan los años y uno va haciéndose mayor; en ese caso, el hecho de escribir se convierte en una terapia, una especie de autobiografía en retazos que agrada descubrir en cada escrito, porque al llegar a una edad avanzada, se han perdido los miedos, y no importa tanto desvelar sentimientos que en otra etapa de la vida sería imprudente y nos dejaría en una situación comprometida y vulnerable.

Considero que escribir es un don del cielo, una especie de regalo que algunos valoramos como el mejor de los presentes. Escribir sirve para desahogar sentimientos, construir historias, denunciar hechos, o reflejar una situación social que no puede obviarse…; por eso admiro tanto a los escritores, a las historias que cuentan, a la forma de escribir jugando con las palabras, dando forma a las ideas y llevándolas hasta el lector en forma de artículo, ensayo, poesía o novela.

Ética y estética se conjugan para que el resultado sea un escrito que concite interés, que distraiga, ilustre o divierta; es decir, que provoque sensaciones en quien lo lee. Con la llegada de las nuevas tecnologías va cambiando la forma de leer, las bibliotecas (templos de la erudición), se llenan de gente en temporadas previas a exámenes, pero ya no se consultan libros para hacer un trabajo, porque Internet ha fagocitado el espíritu para el que nacieron y ahora cualquiera desde casa tiene acceso ilimitado a la información que ofrecían; también la forma de leer e incluso de escribir ha variado con los tiempos: se escribe en el ordenador, se lee desde el móvil; el libro físico con ese olor a papel y tinta que siempre me ha fascinado, es cada vez menos cómodo y en su lugar funcionan más los libros electrónicos con capacidad casi ilimitada de historias en un espacio pequeño y fácil de llevar.

En cualquier caso, y para fortuna de quienes gozamos con la literatura en todas sus formas, continúan existiendo librerías, bibliotecas, certámenes literarios o clubs de lectura; y los amantes de las plataformas tecnológicas tienen a su disposición productos como los podcasts, los audiolibros o cualquier forma en la que lleguen al público las historias contadas por un escritor, ya que todas son válidas.

         Enhorabuena a los ganadores del premio Planeta porque su trabajo literario se elevará exponencialmente a partir de recibirlo; y también enhorabuena a aquellas personas que leen de forma ocasional o regularmente, porque la lectura expande la mente, distrae, emociona, hace pensar y vivir historias que, de otro modo, nunca podríamos vivir. Leer, como escribir, puede convertirse en una comunión entre escritor y lector que les lleve a mundos desconocidos y suscite entre ellos lazos de interés y fidelidad mutuos.

Como siempre he mantenido, para mí el regalo más preciado es la lectura de un buen libro.