Los reincidentes

Juraste que nunca vendrías a buscarme a la casa en la que ahora despierto, cada mañana, a la vida y, sin embargo, son ya cuatro los días -contados uno a uno- en los que te veo a través de los visillos de mi ventana pasear entre los coches de la acera de enfrente, cigarrillo en mano, con ese caminar tan tuyo, inconfundible entre mil.

“Ha vuelto a fumar”, es lo primero que pensé al descubrirte y recordé un artículo leído recientemente, que versaba sobre la reincidencia en el tabaquismo y que daba en la diana al describir a los repetidores. Si no me equivoco en mis cuentas, es la cuarta vez que vuelves a ese hábito del que has renegado otras tantas, después de fumarte cinco cigarrillos contados, que después se convierten 7, 9, 12… hasta entregarte a la tiranía de un cigarro tras otro, incluso usando la lumbre del último para encender el siguiente.

Yo, sin embargo, me hice fuerte en ese frente y ya van para diez años sin apoquinar mi cuota correspondiente a la Hacienda Pública, única razón para dar ese paso de no acoquinarme ante la nicotina, cansado de esos precios desorbitados de una cajetilla de tabaco.

Has mirado de reojo para mi ventana, pero sé que no puedes verme y viene a mi mente uno de los momentos en el que cada uno encendía un cigarrillo después de un revolcón y pienso muchas veces que así sí merece la pena fumar, pero me sobraban los treinta restantes que me fumaba a diario por inercia hasta que lo dejé.
No sé cuántos veces más aguantaré viéndote pasear entre los coches por debajo de mi ventana, cuántos días sin bajar, unirme a ti para volver al vicio de tus besos, al vicio de tu piel… No sé si aguantaré un día más o veinte o diez en esta casa, pero cualquier día bajaré enarbolando la bandera blanca de ni rendición y volveremos a estar juntos no sé por cuántos días, hasta que vuelvas a engañarme y te abandone y tú vuelvas a pedirme perdón, para seguir con este hábito que parece no tener fin.