
NUESTRA HISTORIA
La leyenda de la culebra de la ermita de la Virgen del Carmen
Transcurrían los años cincuenta del pasado siglo. La plaza de Alemania tenía como edificios más característicos las calderas del agua, el Instituto de Higiene y la Ermita del Carmen con su jardín cercado donde pasaban largos ratos las niñeras jugando con los pequeños a su cargo.
En el centro de la plaza, el Guardia de la circulación regulando el escaso tráfico de vehículos que entonces había. En el portalón de entrada a la ermita una enorme boa disecada despertaba la curiosidad de propios y extraños. El sacristán que allí habitaba se extendía en dar explicaciones del origen de aquel monstruoso reptil. Contaba su versión con tanto entusiasmo que, lo que era una fantasía legendaria parecía haber sucedido realmente.
Cuenta la leyenda que, un joven pastor, en su cotidiano deambular por el campo, encontró una cría de boa que recogió y se encariñó de ella. la crió dándole leche de las cabras que apacentaba y aquel reptil creció en su compañía y acudía a comer siempre que oía el silbido del pastor. Llegó el día en que el pastor tuvo que incorporarse al Ejército, porque servir al Rey era una obligación ineludible, con lo que, con mucha pena, dejó abandonada la culebra en el campo.
Transcurrieron unos pocos meses y el soldado sentía una gran nostalgia por su pueblo, por la libertad y el aire que tan bien respiraba en las largas horas de pastoreo en el campo. Como no se acomodaba a aquella situación de vida militar, decidió escapar de aquella disciplina que lo atrapaba entre las cuatro paredes del cuartel y se convirtió en desertor sin tener en cuenta las consecuencias.
Mientras tanto, en el pueblo las gentes estaban atemorizadas porque la boa, que había crecido mucho, estaba causando estragos en el ganado, sin que nadie fuera capaz de remediar aquella situación de caos y de terror. El soldado, apenas comenzaba a disfrutar de lo que él creía libertar, fue capturado y sometido a un consejo de guerra por lo que fue condenado a muerte.
El Gobernador, preocupado por los daños que estaba causando el monstruoso reptil, y al conocer la relación que el condenado tenía con la boa, propuso al pastor-soldado que, si conseguía capturar y matar a la alimaña le sería conmutada la pena de muerte y podría quedar en libertad absoluta.
Aunque era mucho el aprecio que el joven sentía por el animal, consciente de los daños que estaba causando al vecindario, acepta la propuesta y se pone manos a la obra.
Con la ayuda de un caldero, un espejo y una lanza, el joven pastor, encomendándose a la Virgen del Carmen, de la que era muy devoto, se dispone a dar muerte al reptil. Para ello pone de cebo el recipiente lleno de leche y estratégicamente situado, escondiéndose detrás del espejo, silba a la bestia que acude atraída por la llamada y el olor de la leche. Cuando el joven lo estimó oportuno, lanzó a sus ojos los rayos del sol reflejados en el espejo dejando a la boa momentáneamente cegada, ocasión que aprovechó para clavarle la lanza y darle muerte.
Apenado por haber matado al animal que con tanto cariño había criado y en agradecimiento a la Virgen por haber salido ileso de tan arriesgada empresa cedió el cuerpo de la serpiente a la iglesia del pueblo.
Esta es una de las versiones que se vienen transmitiendo de generación en generación, aunque hay otras que dicen que la boa la trajo un indiano que vino de América y se la entregó al pastor para que la criara, que a fin de cuentas, la culebra vino a parar a la Ermita del Carmen del Camino que en el siglo pasado estaba en la Plaza de Alemania y en la actualidad este templo, por conveniencias urbanísticas, está trasladado a la avenida de Víctor Gallego con culebra y todas las piedras que componen la ermita.
Balbino Lozano
Transcurrían los años cincuenta del pasado siglo. La plaza de Alemania tenía como edificios más característicos las calderas del agua, el Instituto de Higiene y la Ermita del Carmen con su jardín cercado donde pasaban largos ratos las niñeras jugando con los pequeños a su cargo.
En el centro de la plaza, el Guardia de la circulación regulando el escaso tráfico de vehículos que entonces había. En el portalón de entrada a la ermita una enorme boa disecada despertaba la curiosidad de propios y extraños. El sacristán que allí habitaba se extendía en dar explicaciones del origen de aquel monstruoso reptil. Contaba su versión con tanto entusiasmo que, lo que era una fantasía legendaria parecía haber sucedido realmente.
Cuenta la leyenda que, un joven pastor, en su cotidiano deambular por el campo, encontró una cría de boa que recogió y se encariñó de ella. la crió dándole leche de las cabras que apacentaba y aquel reptil creció en su compañía y acudía a comer siempre que oía el silbido del pastor. Llegó el día en que el pastor tuvo que incorporarse al Ejército, porque servir al Rey era una obligación ineludible, con lo que, con mucha pena, dejó abandonada la culebra en el campo.
Transcurrieron unos pocos meses y el soldado sentía una gran nostalgia por su pueblo, por la libertad y el aire que tan bien respiraba en las largas horas de pastoreo en el campo. Como no se acomodaba a aquella situación de vida militar, decidió escapar de aquella disciplina que lo atrapaba entre las cuatro paredes del cuartel y se convirtió en desertor sin tener en cuenta las consecuencias.
Mientras tanto, en el pueblo las gentes estaban atemorizadas porque la boa, que había crecido mucho, estaba causando estragos en el ganado, sin que nadie fuera capaz de remediar aquella situación de caos y de terror. El soldado, apenas comenzaba a disfrutar de lo que él creía libertar, fue capturado y sometido a un consejo de guerra por lo que fue condenado a muerte.
El Gobernador, preocupado por los daños que estaba causando el monstruoso reptil, y al conocer la relación que el condenado tenía con la boa, propuso al pastor-soldado que, si conseguía capturar y matar a la alimaña le sería conmutada la pena de muerte y podría quedar en libertad absoluta.
Aunque era mucho el aprecio que el joven sentía por el animal, consciente de los daños que estaba causando al vecindario, acepta la propuesta y se pone manos a la obra.
Con la ayuda de un caldero, un espejo y una lanza, el joven pastor, encomendándose a la Virgen del Carmen, de la que era muy devoto, se dispone a dar muerte al reptil. Para ello pone de cebo el recipiente lleno de leche y estratégicamente situado, escondiéndose detrás del espejo, silba a la bestia que acude atraída por la llamada y el olor de la leche. Cuando el joven lo estimó oportuno, lanzó a sus ojos los rayos del sol reflejados en el espejo dejando a la boa momentáneamente cegada, ocasión que aprovechó para clavarle la lanza y darle muerte.
Apenado por haber matado al animal que con tanto cariño había criado y en agradecimiento a la Virgen por haber salido ileso de tan arriesgada empresa cedió el cuerpo de la serpiente a la iglesia del pueblo.
Esta es una de las versiones que se vienen transmitiendo de generación en generación, aunque hay otras que dicen que la boa la trajo un indiano que vino de América y se la entregó al pastor para que la criara, que a fin de cuentas, la culebra vino a parar a la Ermita del Carmen del Camino que en el siglo pasado estaba en la Plaza de Alemania y en la actualidad este templo, por conveniencias urbanísticas, está trasladado a la avenida de Víctor Gallego con culebra y todas las piedras que componen la ermita.
Balbino Lozano
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