
COSAS MÍAS
Zamora, la ciudad a la que siempre regresas
Eugenio-Jesús de Ávila
El barquito de papel navega, El Día de Zamora, ha tiempo, desde hace casi dos años, sin mi persona. Observo su deriva, cómo evita las borrascas que le presentan el mar de la política, de la sociedad, de la vida, como entra en océanos de tranquilidad, y ahí sigue, mientras sus velas jugando con Eolo, rompiendo olas, buscando nuevos puertos para pisar tierra.
Fue mi creación en aquel ya lejano 6 junio 2010. ¡Cómo nos devora el tiempo! Catorce años y seis meses desde que se votó aquella nave periodística, tiempo en el que sonreí y lloré, amé y deja de amar, nunca odiar; en el que conocí a buena gente y malandrines de la política, políticos que pasaron y dejaron huella, politicastros que corrompieron la res pública, mientras Zamora menguaba, se iban quedando sin gente, sin comercios, sin alegría.
Esta noche de noviembre en coma, me ha acariciado la nostalgia, que nunca es un error. Quizá porque ya huele a Navidad: hace más frío, la niebla, vaho de Dios, regresa al alba y, de vez en cuando, se queda en la ciudad para embellecerla y esconderla. Este barquito de papel, en el que navegaron tantas gentes que también se bajaron cuando decidí disfrutar del júbilo, volverá el 20 de diciembre, en plenas fiestas de Navidad, cuando la ciudad recibe a tantos hijos del exilio laboral y universitario.
En verdad, a veces pienso que Zamora es la ciudad de la que nunca acabas de irte o la tierra a la que siempre regresas…y nunca sabremos para qué. Y el barquito de papel sigue navegando.
Eugenio-Jesús de Ávila
El barquito de papel navega, El Día de Zamora, ha tiempo, desde hace casi dos años, sin mi persona. Observo su deriva, cómo evita las borrascas que le presentan el mar de la política, de la sociedad, de la vida, como entra en océanos de tranquilidad, y ahí sigue, mientras sus velas jugando con Eolo, rompiendo olas, buscando nuevos puertos para pisar tierra.
Fue mi creación en aquel ya lejano 6 junio 2010. ¡Cómo nos devora el tiempo! Catorce años y seis meses desde que se votó aquella nave periodística, tiempo en el que sonreí y lloré, amé y deja de amar, nunca odiar; en el que conocí a buena gente y malandrines de la política, políticos que pasaron y dejaron huella, politicastros que corrompieron la res pública, mientras Zamora menguaba, se iban quedando sin gente, sin comercios, sin alegría.
Esta noche de noviembre en coma, me ha acariciado la nostalgia, que nunca es un error. Quizá porque ya huele a Navidad: hace más frío, la niebla, vaho de Dios, regresa al alba y, de vez en cuando, se queda en la ciudad para embellecerla y esconderla. Este barquito de papel, en el que navegaron tantas gentes que también se bajaron cuando decidí disfrutar del júbilo, volverá el 20 de diciembre, en plenas fiestas de Navidad, cuando la ciudad recibe a tantos hijos del exilio laboral y universitario.
En verdad, a veces pienso que Zamora es la ciudad de la que nunca acabas de irte o la tierra a la que siempre regresas…y nunca sabremos para qué. Y el barquito de papel sigue navegando.
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