Miércoles, 05 de Noviembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Martes, 03 de Diciembre de 2024
ZAMORANA

Una buena programación

Arde la noche. En dos cadenas de televisión, en horario de máxima audiencia, se transmiten paralelamente la Copa Mundial de Fútbol donde ha quedado finalista España, y un debate político; ambos actos a cuál más importantes. La gente quiere ver los dos eventos en tiempo real y resulta difícil elegir el canal adecuado, así que muchos optan por simultanearlos para tener una idea global de lo que se cuece en los dos sucesos.

 

A la hora consabida comienzan los dos actos: el deportivo y el político, y los protagonistas salen al campo y a la palestra dispuestos a darlo todo. Es mucho lo que hay en juego y se han preparado con antelación estudiando cada paso que pueda dar el contrincante para que no les pillen en un renuncio.

 

El público está enloquecido; las terrazas de los bares han sacado a la calle una pantalla grande de televisión para que la clientela no pierda detalle; incluso en algunos lugares han colocado dos pantallas con sendos biombos para que los parroquianos puedan ver ambos eventos sin estorbarse. En las casas, se citan vecinos y amigos para hacer una pequeña fiesta con un programa que dará mucho que hablar, sea cual sea el resultado final.

 

Comienza el espectáculo: los jugadores corren, se baten, pelean por el balón y atacan para inaugurar el marcador con un gol que les de confianza. Los políticos empiezan su intervención en un tono cordial, pero al poco rato, se encienden y elevan la voz de tal forma que el moderador tiene que llamarles al orden. Se increpan, se quitan la palabra y cada un expone lo peor del otro, sin un ápice de deportividad, ni siquiera de compasión, entrando incluso en el terreno de la afrenta personal. Poco tratan de sus programas de gobierno, porque el debate se convierte más bien en una pugna dialéctica muy alejada de la política y peligrosamente cerca de la agresión verbal.

 

En el campo de juego domina la testosterona, se nota que los dos equipos van a por todas y no escatiman las faltas, hasta el punto de que el árbitro tiene más trabajo del que sería deseable sacando tarjetas de diversos colores; una de ella echa fuera del campo a un jugador puntero del equipo español; entonces el público se enardece, grita, blasfema, e incluso en algunas gradas en las que colindan seguidores de los dos bandos hay un conato de pelea; tal es el nerviosismo que impera en el estadio.

 

Se suceden los minutos, el interés de los espectadores no decae porque ambas cadenas de televisión están dando espectáculo. Mañana, en la oficina, el tajo o la universidad, el tema de conversación será el mismo; da igual el resultado porque al cabo de unos días, nos sorprenderán con nuevas noticias y los aficionados a la política y al deporte habrán digerido las consecuencias de lo que fue una noche memorable, para pasar a otra cosa; habitamos en un vértigo constante donde la vida transcurre sin apenas dejarnos pensar, y esa es una forma de manipulación de la que no resulta fácil evadirse.

 

Después de todo, Karl Marx tenía razón cuando acuñó su ya célebre frase: “la religión es el opio del pueblo” solo que en la actualidad puede aplicarse perfectamente al fútbol que es el deporte estrella por antonomasia, o a la política, que se ha convertido en un ring de boxeo donde prima golpear al adversario. Exponer ideas diferentes, la buena educación, o incluso el civismo no parece tener cabida en estos escenarios donde la deportividad debería sobresalir por encima de cualquier otro motivo, por supuesto en el deporte, pero también en la política y en la vida. 

 

Pienso en los espíritus sensibles, en las personas con vida interior y conscientes de la farsa que nos presentan y la forma en que se nos ofrecen las noticias, y me viene a mente la Oda I “Vida retirada”, de fray Luis de León;

 

¡Qué descansada vida              

la del que huye el mundanal ruido                 

y sigue la escondida                 

senda por donde han ido          

los pocos sabios que en el mundo han sido!

 

Dios nos libre de los prepotentes, de los soberbios, de la gente sobrada que va por el mundo dominando; de quienes no aceptan lecciones de los demás, porque ese orgullo mal entendido solo demuestra su fatuidad.

Dios nos libre de quienes detentan el poder y no saben administrarlo, dilapidando recursos y jugando con la necesidad; de la falta de nobleza, del aislamiento como castigo, del odio y de la ausencia de empatía.

Dios nos libre de no saber perdonar los errores, de la desconfianza y del desapego, porque si no nos libra de todo eso, nos convertiremos en robots sin alma a los que no resultará difícil entretener con fútbol o política para olvidarse de los problemas reales. ¡Viva el espectáculo!

 

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

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