
ERÓTICOS NOCTURNOS
Ella, mi Dulcinea sin Toboso
Eugenio-Jesús de Ávila
Ella, mi Dulcinea sin Quijote, sin caballero andante, sin Toboso, sabe que la amo. Quizá finja cuando me ve e intente disimular que su talento femenino descubrió el estado de mi alma masculina –el espíritu tiene sexo- ha tiempo, después de pasear, charlar, tomar unas cañas, de disfrutar de unas viandas, del arte, de la belleza, supo que yo era suyo cuando dispusiera.
Ella no se avergüenza de que un hombre como yo se enamorase de su cuerpo y de su elegancia, de su rostro de porcelana china y de su talento femenino, que suele ser más abundante que el que se reparte entre los de mi género. Disimula ante su gente que un tipo tan vulgar como el que esto firma se enamorase de una mujer tan hermosa como ella. Lógico. No me enamoro ni de cretinas, ni de ideologías roñosas, ni de pintores del dibujo, ni de poetas cursis, por aplicarme al cuento. Solo de la belleza que sale muy de adentro, casi a escondidas, sin que se la aprecie, que surge de la tierra para desnudarse en flor.
Perdonadme: si no hubiera sido tan hermosa, nunca mi mirada se hubiese deslizado sobre su rostro para que mi deseo se columpiase en sus pestañas. Jamás mis poros, transformados en volcanes, habrían exhalado tanta lava de deseo por los cráteres de mi epidermis. No me desdigo. No solo me prendé de su estética renacentista, obra de arte de Rafael Sanzio. Después del óleo, apareció su lienzo, puro lino, lirio salvaje, inteligencia guardada en el redil de su cerebro, desde donde sale para pastar en las almas abiertas al genio.
Y me enamoré. Y ella no se enamoró. Y escribo para llorar una lágrima en cada palabra. Y la beso en cada oración. Y la acaricio con las subordinadas. Y creo que le hago el amor en las copulativas. Vivo por ella. Pienso por ella. Me alimento por ella. Respiro por Ella.
Eugenio-Jesús de Ávila
Ella, mi Dulcinea sin Quijote, sin caballero andante, sin Toboso, sabe que la amo. Quizá finja cuando me ve e intente disimular que su talento femenino descubrió el estado de mi alma masculina –el espíritu tiene sexo- ha tiempo, después de pasear, charlar, tomar unas cañas, de disfrutar de unas viandas, del arte, de la belleza, supo que yo era suyo cuando dispusiera.
Ella no se avergüenza de que un hombre como yo se enamorase de su cuerpo y de su elegancia, de su rostro de porcelana china y de su talento femenino, que suele ser más abundante que el que se reparte entre los de mi género. Disimula ante su gente que un tipo tan vulgar como el que esto firma se enamorase de una mujer tan hermosa como ella. Lógico. No me enamoro ni de cretinas, ni de ideologías roñosas, ni de pintores del dibujo, ni de poetas cursis, por aplicarme al cuento. Solo de la belleza que sale muy de adentro, casi a escondidas, sin que se la aprecie, que surge de la tierra para desnudarse en flor.
Perdonadme: si no hubiera sido tan hermosa, nunca mi mirada se hubiese deslizado sobre su rostro para que mi deseo se columpiase en sus pestañas. Jamás mis poros, transformados en volcanes, habrían exhalado tanta lava de deseo por los cráteres de mi epidermis. No me desdigo. No solo me prendé de su estética renacentista, obra de arte de Rafael Sanzio. Después del óleo, apareció su lienzo, puro lino, lirio salvaje, inteligencia guardada en el redil de su cerebro, desde donde sale para pastar en las almas abiertas al genio.
Y me enamoré. Y ella no se enamoró. Y escribo para llorar una lágrima en cada palabra. Y la beso en cada oración. Y la acaricio con las subordinadas. Y creo que le hago el amor en las copulativas. Vivo por ella. Pienso por ella. Me alimento por ella. Respiro por Ella.
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