EL BECARIO TARDÍO
Los pozos de la vida
Esteban pedrosa
Resulta que tenemos más de media España agujereada y nadie lo sabía, que son los mismos que dicen que sí, que se sabe pero nadie hace nada y, cuando lo hacen, es para decirnos, para hacernos saber, que resulta más barato pagar la multa que los permisos necesarios para hacer un agujero y abandonarlo a su suerte si no ha brotado agua, para que después pase por allí un niño, por ejemplo, que en este caso se ha llamado Julen, pero que podría haberse llamado Pedro o José y el lugar Zamora, como ya sucedió, en vez de Málaga.
Desafortunadamente, conocí al niño zamorano, por el que nunca se abrieron los telediarios para hablar de su mala suerte, ni de las malas conciencias que dejan esos pozos malditos a su suerte o a la mala suerte de otros.
El niño zamorano me recuerda al poema de León Felipe, “Qué lástima”, cuando el poeta hablaba de la vida que pasaba a través de su ventana en un pueblo de la Alcarria y aquella niña que iba al colegio de tan mala gana. Quien haya leído el poema, sabe que la historia acaba mal para la niña, como terminó la del niño zamorano que pasaba todos los días, camino de la escuela de muy buena gana, frente al cristal de un escaparate por el que un día yo vi pasar la vida siete días por semana.
Aquel niño, este niño, todos los niños deberían estar a salvo de los pozos de la vida, pero hay mucha gente, sin conciencia, escarbando, agujereando, adjudicándose el mundo en su beneficio, cuando la muerte de un niño debería ser un poco o un mucho de mala conciencia si no sabemos proteger el futuro, llámese Julen, Fran, Aylan, llámese el lugar donde han muerto un pozo en Málaga o en Zamora o una playa de Turquía, llámese Mediterráneo, ese otro gran pozo de la vida en el que nadie, por defecto, quiere llegar al fondo.
Resulta que tenemos más de media España agujereada y nadie lo sabía, que son los mismos que dicen que sí, que se sabe pero nadie hace nada y, cuando lo hacen, es para decirnos, para hacernos saber, que resulta más barato pagar la multa que los permisos necesarios para hacer un agujero y abandonarlo a su suerte si no ha brotado agua, para que después pase por allí un niño, por ejemplo, que en este caso se ha llamado Julen, pero que podría haberse llamado Pedro o José y el lugar Zamora, como ya sucedió, en vez de Málaga.
Desafortunadamente, conocí al niño zamorano, por el que nunca se abrieron los telediarios para hablar de su mala suerte, ni de las malas conciencias que dejan esos pozos malditos a su suerte o a la mala suerte de otros.
El niño zamorano me recuerda al poema de León Felipe, “Qué lástima”, cuando el poeta hablaba de la vida que pasaba a través de su ventana en un pueblo de la Alcarria y aquella niña que iba al colegio de tan mala gana. Quien haya leído el poema, sabe que la historia acaba mal para la niña, como terminó la del niño zamorano que pasaba todos los días, camino de la escuela de muy buena gana, frente al cristal de un escaparate por el que un día yo vi pasar la vida siete días por semana.
Aquel niño, este niño, todos los niños deberían estar a salvo de los pozos de la vida, pero hay mucha gente, sin conciencia, escarbando, agujereando, adjudicándose el mundo en su beneficio, cuando la muerte de un niño debería ser un poco o un mucho de mala conciencia si no sabemos proteger el futuro, llámese Julen, Fran, Aylan, llámese el lugar donde han muerto un pozo en Málaga o en Zamora o una playa de Turquía, llámese Mediterráneo, ese otro gran pozo de la vida en el que nadie, por defecto, quiere llegar al fondo.





















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