CRISIS VENEZOLANA
Debemos tener un país pequeño para meternos en los de los demás
Marino Carazo Martín
Mi madre es una mujer que, sin estudio alguno, desarrolló una inteligencia innata con la que nos educó a sus hijos intentando siempre inculcarnos su conocimiento práctico y su carácter. Para eso utilizaba siempre su ejemplo y, a menudo, sentencias muy didácticas... con una "moraleja" intrínseca. Una de éstas, que utilizaba cuando alguien criticaba gratuitamente o se mostraba demasiado cotilla, era... "Debe ser su casa pequeña, para meterse en la de los demás".
Viene esto a cuento del tema, candente estos días, de Venezuela. Nuestro país debe ser muy pequeño para que nos metamos en el de los demás y les digamos a los venezolanos quién tiene que ser su presidente.
Las críticas vertidas por nuestros responsables políticos hacia la situación venezolana son, como mínimo, excesivamente parciales e interesadas. Las menos, suaves y dando un ultimátum ya cumplido, las más, vomitando infundios; pero todos, alejados del principio de "no injerencia" y aceptando, como adecuada y modelo a seguir, la insensatez de Donald Trump, "policía del mundo", cuya administración, según ya han publicado varios medios, parece estar detrás de la actual inestabilidad política venezolana y la autoproclamación popular de un nuevo presidente.
Un Trump, cuyo concepto de ayuda a otros pueblos es construir muros cada vez más infranqueables a los emigrantes centroamericanos que huyen de una problemática similar. De un sentido de la democracia, que le hace bloquear el funcionamiento del país al no aceptarle, el Congreso, sus propuestas de gasto. Un modelo de insensatez que han abrazado, sin discusión, Casado y Rivera, a la vez que tildado de cobarde a Sánchez por ser más cauto y remiso, aunque sucumbiendo finalmente a la injerencia, con su plazo de 8 días y finalmente aceptando al presidente virtual, aunque al menos, al unísono con sus socios europeos.
A Partido Popular y a Ciudadanos, en boca de sus representantes "Zipi y Zape", se les ha desatado de sopetón, una preocupación por los "pobres venezolanos" que nunca han manifestado, ni tan siquiera aquí para con los españoles más necesitados, que lo son en gran medida por las actuaciones políticas de recortes de derechos y servicios básicos, de los primeros estando en el poder, y de los segundos, en abierta oposición a cualquier mejora social que se proponga, con el único objetivo de, aquí también, hacer caer al gobierno, mientras se permiten repartir carnets de demócratas y tildando de dictadura al régimen venezolano, cuando, en realidad, alguno de ellos, no han condenado aún la de Franco y su golpe militar.
Venezuela, como muchos otros países de las partes del mundo más deprimidas, sufre una precariedad y falta de derechos que han de solucionarse. La necesidad de cambio es evidente por el bien del pueblo venezolano. No se puede defender a Maduro en modo alguno, como tampoco se pueden defender las políticas de bloqueo económico a que EEUU ha sometido a Venezuela y, en general, a quienes "no pasan por su aro". Un bloqueo que al final acaba por hundir cualquier economía. España misma, junto a otros europeos, sufrieron una presión parecida con la "Prima de Riesgo" que hizo más rica a la banca alemana y, depreció, sin duda, nuestra economía y bienestar.
Insisto, no se puede defender a Maduro en modo alguno. Son sus excesos, mala gestión y delirios de grandeza, la causa de la situación de precariedad del país, donde, a pesar de una inmensa riqueza natural, se pasa hambre y penalidades, amén de una evidente falta de libertad. Pero todo ello, no es de ahora, ocurre desde que Maduro llegó al poder, y habría que conocer el porqué de no haberlo denunciado antes y con la urgencia actual.
En cualquier caso, la solución no puede ser la autoproclamación como presidente de Venezuela, sin pasar por las urnas, de Guaidó ni de ningún otro. Hacerlo en un mitin, por muy multitudinario que éste sea, no es la forma, precisamente, más democrática de acceder al poder, aunque lo reconozcan como presidente la mayoría de países occidentales, en clara contradicción democrática.
La ley se debe ser cumplida por todos, por Maduro y por la oposición, por civiles y militares, única forma de distinguir a "buenos y malos", y no por quien despierte nuestra simpatía. Se puede, y debemos hacerlo, criticar al actual gobierno venezolano, pero lo deseable sería que unas elecciones dictaminaran el futuro de Venezuela, resultando peligroso cualquier acto interno no ajustado a derecho o cualquier injerencia exterior que rompa las reglas de equilibrio internacional interviniendo en la soberanía de terceros países con presiones o acciones interesadas, porque de ser ésta la manera, acabarán siendo, al final, los más fuertes, los que "pongan o quiten rey".
Marino Carazo Martín
Mi madre es una mujer que, sin estudio alguno, desarrolló una inteligencia innata con la que nos educó a sus hijos intentando siempre inculcarnos su conocimiento práctico y su carácter. Para eso utilizaba siempre su ejemplo y, a menudo, sentencias muy didácticas... con una "moraleja" intrínseca. Una de éstas, que utilizaba cuando alguien criticaba gratuitamente o se mostraba demasiado cotilla, era... "Debe ser su casa pequeña, para meterse en la de los demás".
Viene esto a cuento del tema, candente estos días, de Venezuela. Nuestro país debe ser muy pequeño para que nos metamos en el de los demás y les digamos a los venezolanos quién tiene que ser su presidente.
Las críticas vertidas por nuestros responsables políticos hacia la situación venezolana son, como mínimo, excesivamente parciales e interesadas. Las menos, suaves y dando un ultimátum ya cumplido, las más, vomitando infundios; pero todos, alejados del principio de "no injerencia" y aceptando, como adecuada y modelo a seguir, la insensatez de Donald Trump, "policía del mundo", cuya administración, según ya han publicado varios medios, parece estar detrás de la actual inestabilidad política venezolana y la autoproclamación popular de un nuevo presidente.
Un Trump, cuyo concepto de ayuda a otros pueblos es construir muros cada vez más infranqueables a los emigrantes centroamericanos que huyen de una problemática similar. De un sentido de la democracia, que le hace bloquear el funcionamiento del país al no aceptarle, el Congreso, sus propuestas de gasto. Un modelo de insensatez que han abrazado, sin discusión, Casado y Rivera, a la vez que tildado de cobarde a Sánchez por ser más cauto y remiso, aunque sucumbiendo finalmente a la injerencia, con su plazo de 8 días y finalmente aceptando al presidente virtual, aunque al menos, al unísono con sus socios europeos.
A Partido Popular y a Ciudadanos, en boca de sus representantes "Zipi y Zape", se les ha desatado de sopetón, una preocupación por los "pobres venezolanos" que nunca han manifestado, ni tan siquiera aquí para con los españoles más necesitados, que lo son en gran medida por las actuaciones políticas de recortes de derechos y servicios básicos, de los primeros estando en el poder, y de los segundos, en abierta oposición a cualquier mejora social que se proponga, con el único objetivo de, aquí también, hacer caer al gobierno, mientras se permiten repartir carnets de demócratas y tildando de dictadura al régimen venezolano, cuando, en realidad, alguno de ellos, no han condenado aún la de Franco y su golpe militar.
Venezuela, como muchos otros países de las partes del mundo más deprimidas, sufre una precariedad y falta de derechos que han de solucionarse. La necesidad de cambio es evidente por el bien del pueblo venezolano. No se puede defender a Maduro en modo alguno, como tampoco se pueden defender las políticas de bloqueo económico a que EEUU ha sometido a Venezuela y, en general, a quienes "no pasan por su aro". Un bloqueo que al final acaba por hundir cualquier economía. España misma, junto a otros europeos, sufrieron una presión parecida con la "Prima de Riesgo" que hizo más rica a la banca alemana y, depreció, sin duda, nuestra economía y bienestar.
Insisto, no se puede defender a Maduro en modo alguno. Son sus excesos, mala gestión y delirios de grandeza, la causa de la situación de precariedad del país, donde, a pesar de una inmensa riqueza natural, se pasa hambre y penalidades, amén de una evidente falta de libertad. Pero todo ello, no es de ahora, ocurre desde que Maduro llegó al poder, y habría que conocer el porqué de no haberlo denunciado antes y con la urgencia actual.
En cualquier caso, la solución no puede ser la autoproclamación como presidente de Venezuela, sin pasar por las urnas, de Guaidó ni de ningún otro. Hacerlo en un mitin, por muy multitudinario que éste sea, no es la forma, precisamente, más democrática de acceder al poder, aunque lo reconozcan como presidente la mayoría de países occidentales, en clara contradicción democrática.
La ley se debe ser cumplida por todos, por Maduro y por la oposición, por civiles y militares, única forma de distinguir a "buenos y malos", y no por quien despierte nuestra simpatía. Se puede, y debemos hacerlo, criticar al actual gobierno venezolano, pero lo deseable sería que unas elecciones dictaminaran el futuro de Venezuela, resultando peligroso cualquier acto interno no ajustado a derecho o cualquier injerencia exterior que rompa las reglas de equilibrio internacional interviniendo en la soberanía de terceros países con presiones o acciones interesadas, porque de ser ésta la manera, acabarán siendo, al final, los más fuertes, los que "pongan o quiten rey".
Marino Carazo Martín




















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