ZAMORANA
San Valentín
Mª Soledad Martín Turiño
Cada catorce de febrero continúa manteniéndose la tradición de festejar el día de S. Valentín como celebración del concepto del amor y la amistad, y no solo para contribuir en este día a un gasto comercial como dicen los escépticos, sino porque cada vez tenemos mayor necesidad de que nos quieran, de querer, de establecer lazos de cariño con nuestros semejantes, tal vez porque la vida se escapa a demasiada velocidad y si no cultivamos los afectos estamos irremisiblemente condenados a la soledad.
En cualquier caso, amar siempre es un acto hermoso; el corazón se inflama, tendemos a ser mejores personas, cuidamos del otro como parte nuestra, y solo cuando el corazón se emociona por un amor nuevo nos embelesamos con la poesía y la naturaleza como si no existieran el resto del tiempo, y mantener esa ilusión es bueno.
En estos tiempos crispados en los que los noticiarios nos bombardean con corrupciones, juicios retransmitidos en directo como espectáculo en estado puro, una convulsa situación política que evidencia una resistencia pertinaz a mantenerse en el poder, rivales que escenifican las descalificaciones al contrario de una forma cada vez más burda y despiadada, los ciudadanos necesitamos un respiro para calmar la creciente hostilidad que nos inoculan como si de un latente virus se tratara; así que el hecho de percibir un poco de paz en forma de celebración, ya sea de San Valentín o de cualquier otro santo viene a rescatarnos al menos durante un día de la conocida rutina y el hartazgo que padecemos.
Hoy vamos a querernos un poco más; quienes tengan claro al objeto de su amor, que recuerden lo importante que resulta mimar la relación, regarla cada día con respeto y cariño para que no se mustie; para los que tuvieron un amor que se fue, que revivan el bálsamo de sus vidas durante aquel periodo, y por último, para los solitarios, para quienes no ven en el horizonte a su otra mitad o, simplemente, tuvieron alguna mala experiencia y consideran que nada hay que celebrar, pues solo desearles que vivan en paz, solos o en compañía, sin amarguras ni sobresaltos, porque la afectividad y el amor, como la amistad son cualidades tan hermosas que deberían festejarse todos los días.
Decía Tagore que “la verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”; así que busquemos en la oscuridad, con calma, porque seguro que en alguna parte todos encontraremos un resplandor que ilumine nuestras noches oscuras y que nos regale la placidez de un momento de amor.
Cada catorce de febrero continúa manteniéndose la tradición de festejar el día de S. Valentín como celebración del concepto del amor y la amistad, y no solo para contribuir en este día a un gasto comercial como dicen los escépticos, sino porque cada vez tenemos mayor necesidad de que nos quieran, de querer, de establecer lazos de cariño con nuestros semejantes, tal vez porque la vida se escapa a demasiada velocidad y si no cultivamos los afectos estamos irremisiblemente condenados a la soledad.
En cualquier caso, amar siempre es un acto hermoso; el corazón se inflama, tendemos a ser mejores personas, cuidamos del otro como parte nuestra, y solo cuando el corazón se emociona por un amor nuevo nos embelesamos con la poesía y la naturaleza como si no existieran el resto del tiempo, y mantener esa ilusión es bueno.
En estos tiempos crispados en los que los noticiarios nos bombardean con corrupciones, juicios retransmitidos en directo como espectáculo en estado puro, una convulsa situación política que evidencia una resistencia pertinaz a mantenerse en el poder, rivales que escenifican las descalificaciones al contrario de una forma cada vez más burda y despiadada, los ciudadanos necesitamos un respiro para calmar la creciente hostilidad que nos inoculan como si de un latente virus se tratara; así que el hecho de percibir un poco de paz en forma de celebración, ya sea de San Valentín o de cualquier otro santo viene a rescatarnos al menos durante un día de la conocida rutina y el hartazgo que padecemos.
Hoy vamos a querernos un poco más; quienes tengan claro al objeto de su amor, que recuerden lo importante que resulta mimar la relación, regarla cada día con respeto y cariño para que no se mustie; para los que tuvieron un amor que se fue, que revivan el bálsamo de sus vidas durante aquel periodo, y por último, para los solitarios, para quienes no ven en el horizonte a su otra mitad o, simplemente, tuvieron alguna mala experiencia y consideran que nada hay que celebrar, pues solo desearles que vivan en paz, solos o en compañía, sin amarguras ni sobresaltos, porque la afectividad y el amor, como la amistad son cualidades tan hermosas que deberían festejarse todos los días.
Decía Tagore que “la verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”; así que busquemos en la oscuridad, con calma, porque seguro que en alguna parte todos encontraremos un resplandor que ilumine nuestras noches oscuras y que nos regale la placidez de un momento de amor.























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