CUPIDO
San Valentín rico
Ilia Galán
La radio emitía otro programa especializado en ese amor que une a las parejas en estos días previos a la festividad del santo donde se cobijan los enamoramientos. Una voz me saltó al cuello, como ofendida: “estas son las festividades que inventaron los comercios para sacarnos los dineros.” No le faltaba razón, pero tampoco a los demás. Y es que ahora es el sistema comercial quien inventa o pone de moda la festividad que hay que celebrar, más que la Iglesia. No en vano es este nuestro mundo, el de la religión del dinero y del placer, sometida por las grandes e internacionales oligarquías que dominan el planeta, doblegando nuestras aparentes democracias. Algo elegir podemos y debemos, pero el poder más serio en manos de las finanzas parece habitar, manejado por oscuras manos que se esconden con guantes blancos y organizan el tablero de juego en cuyo ajedrez no somos más que pequeños peones casi todos. Tan fuerte es el sistema económico que no importa que protestemos o arañemos con ideas lo que sucede, ¿para qué inmutarse?
Así, sin intervenir, todavía parece más que vivimos en sistemas políticos libres y elegidos: no hace falta sublevarse, creemos que somos reyes de nuestro hogar. Ajenos a esos abstractos imperios queremos vivir o habitar nuestro planeta como si no existiera todo aquello, mirando a otro lado, como si siempre estuviéramos enamorados. Sí, ya sé que buena parte de las parejas bien desenamorarse pudieron y de aquellos restos queda ese hondo amor, esa amistad profunda de un conjunto que se proyecta en el presente y hacia el futuro o tal vez ruinas de sus buenos deseos, desengaños, amargos reproches y un deshacerse en lo que pudieron ser y no fueron.
Sea algo organizado o no por el mundo comercial, como también sucede con la navidad que en estos años celebramos, prefiero que sea esto, con cariño y corazón, a lo que los ingleses denominan fiestas bancarias, las que antes solo disfrutaban quienes vivían trabajando en el sistema financiero. Triste universo de cuentas y deudas, las que muchos engendran regalando, más que regalándose. Al menos fomentan con San Valentín algo hermoso, como la amistad y el amor, si bien muchas veces se queda en sentimientos superfluos y meros deseos del cuerpo. Pero algo es mejor que nada y prefiero estos encuentros con cenitas y velitas, con regalos y besos, a los fríos números de los banqueros, al universo usurero. El amor es todo lo contrario, entrega, un darse sin exigencias, un encuentro y aceptación del otro como es, no solo como quisiéramos que fuese. ¡Cuántas veces confundimos esto y aquello! Un concierto con una cena romántica, unos sueños... Esperemos que no excesivos, porque la irrealidad, por alto que vuele, siempre se choca con los duros picos de las más altas montañas. ¡Volemos con tiento entre las flechas de Cupido!
La radio emitía otro programa especializado en ese amor que une a las parejas en estos días previos a la festividad del santo donde se cobijan los enamoramientos. Una voz me saltó al cuello, como ofendida: “estas son las festividades que inventaron los comercios para sacarnos los dineros.” No le faltaba razón, pero tampoco a los demás. Y es que ahora es el sistema comercial quien inventa o pone de moda la festividad que hay que celebrar, más que la Iglesia. No en vano es este nuestro mundo, el de la religión del dinero y del placer, sometida por las grandes e internacionales oligarquías que dominan el planeta, doblegando nuestras aparentes democracias. Algo elegir podemos y debemos, pero el poder más serio en manos de las finanzas parece habitar, manejado por oscuras manos que se esconden con guantes blancos y organizan el tablero de juego en cuyo ajedrez no somos más que pequeños peones casi todos. Tan fuerte es el sistema económico que no importa que protestemos o arañemos con ideas lo que sucede, ¿para qué inmutarse?
Así, sin intervenir, todavía parece más que vivimos en sistemas políticos libres y elegidos: no hace falta sublevarse, creemos que somos reyes de nuestro hogar. Ajenos a esos abstractos imperios queremos vivir o habitar nuestro planeta como si no existiera todo aquello, mirando a otro lado, como si siempre estuviéramos enamorados. Sí, ya sé que buena parte de las parejas bien desenamorarse pudieron y de aquellos restos queda ese hondo amor, esa amistad profunda de un conjunto que se proyecta en el presente y hacia el futuro o tal vez ruinas de sus buenos deseos, desengaños, amargos reproches y un deshacerse en lo que pudieron ser y no fueron.
Sea algo organizado o no por el mundo comercial, como también sucede con la navidad que en estos años celebramos, prefiero que sea esto, con cariño y corazón, a lo que los ingleses denominan fiestas bancarias, las que antes solo disfrutaban quienes vivían trabajando en el sistema financiero. Triste universo de cuentas y deudas, las que muchos engendran regalando, más que regalándose. Al menos fomentan con San Valentín algo hermoso, como la amistad y el amor, si bien muchas veces se queda en sentimientos superfluos y meros deseos del cuerpo. Pero algo es mejor que nada y prefiero estos encuentros con cenitas y velitas, con regalos y besos, a los fríos números de los banqueros, al universo usurero. El amor es todo lo contrario, entrega, un darse sin exigencias, un encuentro y aceptación del otro como es, no solo como quisiéramos que fuese. ¡Cuántas veces confundimos esto y aquello! Un concierto con una cena romántica, unos sueños... Esperemos que no excesivos, porque la irrealidad, por alto que vuele, siempre se choca con los duros picos de las más altas montañas. ¡Volemos con tiento entre las flechas de Cupido!























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