EL BECARIO TARDÍO
Carnavales, sin machotes ni machotas
Esteban Pedrosa
Nos llega un Carnaval sin machotes que se olvida de las machotas -ya se sabe: compañeros y compañeras, portavoces y portavozas, miembros y miembras, etc.-, pero no aclara si es que no puede o debe haber machotes en la calle en esos días o es que nadie puede o debe disfrazarse con esas credenciales que denotan fuerza, robustez, intrepidez, valor y unos cuantos adjetivos más que son, a simple oído, inocuos y no parecen causar temor por si mismos, pero que, instrumentalizados políticamente, parecen llevar con ellos los siete pecados capitales o peor, abanderados por esa izquierda ñoña, cutre a veces, que se pierde, últimamente, en ocurrencias de políticos de poco fuste que se aburren y parecen no dar más de sí, a la par que tejen una alfombra roja para sus enemigos de cuna.
Pero no olvidemos que el carnaval es eso, el disfraz simple que tanto le gusta al niño, muy distinto del de la burla adulta, que aprovecha esa confusión de identidades para matar o para declararse vallecano para toda la vida o para ir de chaqueta en chaqueta, como el juego va de oca en oca, aunque no siempre el político tira porque le toca y ahí ya entramos en el Monopoli y otros juegos que no están prohibidos en comparación con la vida real.
Recuerda, quien esto escribe, haber llamado, con ironía, centauros machotes a los perseguidores del llamado Toro de la Vega de Tordesillas, pero, en el cartel de nuestro ayuntamiento, la ironía yo no la veo y lo malo es que hablan en serio y lo que parece irónico es llamar a arrebato cuando se está llamando a fiesta y quedarse tan anchos y tan crecidos en esas ocurrencias. Dicen que cada uno se disfraza de aquello que es por dentro.
Nos llega un Carnaval sin machotes que se olvida de las machotas -ya se sabe: compañeros y compañeras, portavoces y portavozas, miembros y miembras, etc.-, pero no aclara si es que no puede o debe haber machotes en la calle en esos días o es que nadie puede o debe disfrazarse con esas credenciales que denotan fuerza, robustez, intrepidez, valor y unos cuantos adjetivos más que son, a simple oído, inocuos y no parecen causar temor por si mismos, pero que, instrumentalizados políticamente, parecen llevar con ellos los siete pecados capitales o peor, abanderados por esa izquierda ñoña, cutre a veces, que se pierde, últimamente, en ocurrencias de políticos de poco fuste que se aburren y parecen no dar más de sí, a la par que tejen una alfombra roja para sus enemigos de cuna.
Pero no olvidemos que el carnaval es eso, el disfraz simple que tanto le gusta al niño, muy distinto del de la burla adulta, que aprovecha esa confusión de identidades para matar o para declararse vallecano para toda la vida o para ir de chaqueta en chaqueta, como el juego va de oca en oca, aunque no siempre el político tira porque le toca y ahí ya entramos en el Monopoli y otros juegos que no están prohibidos en comparación con la vida real.
Recuerda, quien esto escribe, haber llamado, con ironía, centauros machotes a los perseguidores del llamado Toro de la Vega de Tordesillas, pero, en el cartel de nuestro ayuntamiento, la ironía yo no la veo y lo malo es que hablan en serio y lo que parece irónico es llamar a arrebato cuando se está llamando a fiesta y quedarse tan anchos y tan crecidos en esas ocurrencias. Dicen que cada uno se disfraza de aquello que es por dentro.





















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.139