DENUNCIAS
Quizá, cuando me muera, Zamora será ciudad libre de caciquismo
Eugenio-Jesús de Ávila
Ahora, cuando tengo mucho más tiempo pretérito que años por vivir, después de mantener una larga conversación conmigo mismo, he llegado a la conclusión, como confesaba a un maestro y amigo, que he pasado la vida montado en un Rocinante de cartón. No he tenido otro escudero que mi conciencia, ni más peto ni espaldar que los de hacer el bien y combatir el mal allá dónde se hallase.
Pudo vivir como un político, pero decidí criticar al poder, a los malandrines de la res pública, a la canalla que tanto daño ha hecho a esta ciudad y a su provincia, a los caciques anacrónicos que aún ejercen como tales para dinamitar, desde dentro, organizaciones como Zamora 10, mientras mantienen a medios de comunicación que solo son la voz de su amor, correveidiles de unos y otros, pelotas consumados, lameculos profundos, analfabetos funcionales, que cabalgan de rueda de prensa en rueda de prensa para transmitir las tonterías de la política.
¡Quién me mandaba a mí criticar a García Carnero, Martínez-Maíllo y ahora a la ínclita Martín Pozo, a esa antítesis de líder conservador que es Fernández Mañueco! ¡Con lo bien que me hubiesen tratado estos personajes: publicidad institucional, loas por mi profesionalidad, sonrisas por doquier, nepotismo…!
Pero, lo confieso, duermo como un bebé, gordito, después del biberón, eso sí, solo, y sin chupete. Y me moriré, más pronto que tarde, en paz como mi yo. Y nadie intentara nombrarme Hijo Predilecto de la Ciudad, porque ni falsifiqué firmas en talones, ni pagué con cheques sin fondo, ni engañé a compañeros, ni fui vago, ni estafé a nadie. Quizá me engañé a mí mismo creyendo que esta Zamora necesitaba un Quijote, un Viriato o un Bellido Dolfos.
Quizá, algún día, cuando pase de ser polvo en el tiempo a polvo en el viento, esta ciudad, a la que tanto amé, y la que tan poco me quiso, por mímesis con la mujer de mi vida, sea libre de caciques, sus hijos nazcan y trabajen en ella y el progreso protagonice su actividad económica, social y cultural. Lo demás, como yo, un mortal más, no importa.
Ahora, cuando tengo mucho más tiempo pretérito que años por vivir, después de mantener una larga conversación conmigo mismo, he llegado a la conclusión, como confesaba a un maestro y amigo, que he pasado la vida montado en un Rocinante de cartón. No he tenido otro escudero que mi conciencia, ni más peto ni espaldar que los de hacer el bien y combatir el mal allá dónde se hallase.
Pudo vivir como un político, pero decidí criticar al poder, a los malandrines de la res pública, a la canalla que tanto daño ha hecho a esta ciudad y a su provincia, a los caciques anacrónicos que aún ejercen como tales para dinamitar, desde dentro, organizaciones como Zamora 10, mientras mantienen a medios de comunicación que solo son la voz de su amor, correveidiles de unos y otros, pelotas consumados, lameculos profundos, analfabetos funcionales, que cabalgan de rueda de prensa en rueda de prensa para transmitir las tonterías de la política.
¡Quién me mandaba a mí criticar a García Carnero, Martínez-Maíllo y ahora a la ínclita Martín Pozo, a esa antítesis de líder conservador que es Fernández Mañueco! ¡Con lo bien que me hubiesen tratado estos personajes: publicidad institucional, loas por mi profesionalidad, sonrisas por doquier, nepotismo…!
Pero, lo confieso, duermo como un bebé, gordito, después del biberón, eso sí, solo, y sin chupete. Y me moriré, más pronto que tarde, en paz como mi yo. Y nadie intentara nombrarme Hijo Predilecto de la Ciudad, porque ni falsifiqué firmas en talones, ni pagué con cheques sin fondo, ni engañé a compañeros, ni fui vago, ni estafé a nadie. Quizá me engañé a mí mismo creyendo que esta Zamora necesitaba un Quijote, un Viriato o un Bellido Dolfos.
Quizá, algún día, cuando pase de ser polvo en el tiempo a polvo en el viento, esta ciudad, a la que tanto amé, y la que tan poco me quiso, por mímesis con la mujer de mi vida, sea libre de caciques, sus hijos nazcan y trabajen en ella y el progreso protagonice su actividad económica, social y cultural. Lo demás, como yo, un mortal más, no importa.



























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