SEMANA SANTA 2019
Combate por la vida: caer y levantarse
Jesús en su Tercera Caída
Eugenio-Jesús de Ávila
La procesión de la Tercera Caída (¡Dios mío, cuántas veces nos caemos en la vida y cuántas sabremos levantarnos!) me sabe a infancia, a la compañía de mis mayores buscando el primer puesto en la acera, a preguntas a mi abuela Aurora sobre lo que mis ojos registraban en el ordenador de mi cerebro infantil. Pasados los años, supe que aquella cofradía, tan andaluza en su vestimenta, la creó gente que combatió por una fe, por un Dios. Después, como queriendo esconder algo, las nuevas generaciones que la guiaron hasta este siglo XXI borraron de nuestra memoria colectiva el génesis y la razón de su fundación. Otros de mis recuerdos de aquellos años me lleva a la plaza de San Martín, donde ser rezaba alrededor de la Puerta del Pescado . En realidad, mi memoria es tan selectiva que pienso que, entre la cofradía de la Tercera Caída de mi infancia y juventud y la actual, no hay nada en común, salvo los tres grupos escultóricos que conforman su desfile procesional. Solo la hermandad de las Siete Palabras, con la entrada de féminas, tendría cierto parangón con este análisis en cuanto una ruptura entre el tiempo pretérito y el presente.
Confieso que, durante un tiempo, me pregunté por la razón de que el desfile procesional no tirase por la Cuesta de la Morana y las anárquicas callejuelas del barrio de San Lázaro, y prefiriese el centro de la ciudad para celebrar su Pasión. Creo que Zamora, la Zamora del centro, salvo excepciones, olvidó, también, a sus barrios durante la Semana Santa. Pero esta opinión personal no es momento de introducirla en el debate de la Pasión zamorana.
Me levantó de mi tercera caída, para continuar describiendo esta procesión que se inicia en el querido San Lázaro. Al respecto, escribo que no se caracteriza este desfile por la belleza de sus grupos escultóricos ni por la devoción que despiertan su Cristo caído ni su Virgen doliente. Ni mucho menos por el paso más soso de toda la Semana Santa de Zamora: “La Despedida”. Quizá, a los niños les llame la atención la combinación del negro y blanco en sus túnicas y caperuces como impacto visual, y poco más. Tampoco disfruta, esta cofradía que ve la calle en el ocaso del Lunes Santo, de un itinerario que destaque por su arquitectura. Eso sí, tiene el honor de ser la primera que anuncia que nos esperan días duros, de sangre y muerte, de martirios y dolor, de cristianismo cruento, tan distinto del cristianismo que yo proclamo y demando, el hedonista. ¡Levantémonos siempre, no nos quedemos, humillados, acobardados, en el campo de batalla! Si los que crearon esta cofradía lucharon por unas ideas, nosotros continuemos combatiendo por causas nobles. Quizá, llegará otra caída, pero, si creemos, viviremos.
Eugenio-Jesús de Ávila
La procesión de la Tercera Caída (¡Dios mío, cuántas veces nos caemos en la vida y cuántas sabremos levantarnos!) me sabe a infancia, a la compañía de mis mayores buscando el primer puesto en la acera, a preguntas a mi abuela Aurora sobre lo que mis ojos registraban en el ordenador de mi cerebro infantil. Pasados los años, supe que aquella cofradía, tan andaluza en su vestimenta, la creó gente que combatió por una fe, por un Dios. Después, como queriendo esconder algo, las nuevas generaciones que la guiaron hasta este siglo XXI borraron de nuestra memoria colectiva el génesis y la razón de su fundación. Otros de mis recuerdos de aquellos años me lleva a la plaza de San Martín, donde ser rezaba alrededor de la Puerta del Pescado . En realidad, mi memoria es tan selectiva que pienso que, entre la cofradía de la Tercera Caída de mi infancia y juventud y la actual, no hay nada en común, salvo los tres grupos escultóricos que conforman su desfile procesional. Solo la hermandad de las Siete Palabras, con la entrada de féminas, tendría cierto parangón con este análisis en cuanto una ruptura entre el tiempo pretérito y el presente.
Confieso que, durante un tiempo, me pregunté por la razón de que el desfile procesional no tirase por la Cuesta de la Morana y las anárquicas callejuelas del barrio de San Lázaro, y prefiriese el centro de la ciudad para celebrar su Pasión. Creo que Zamora, la Zamora del centro, salvo excepciones, olvidó, también, a sus barrios durante la Semana Santa. Pero esta opinión personal no es momento de introducirla en el debate de la Pasión zamorana.
Me levantó de mi tercera caída, para continuar describiendo esta procesión que se inicia en el querido San Lázaro. Al respecto, escribo que no se caracteriza este desfile por la belleza de sus grupos escultóricos ni por la devoción que despiertan su Cristo caído ni su Virgen doliente. Ni mucho menos por el paso más soso de toda la Semana Santa de Zamora: “La Despedida”. Quizá, a los niños les llame la atención la combinación del negro y blanco en sus túnicas y caperuces como impacto visual, y poco más. Tampoco disfruta, esta cofradía que ve la calle en el ocaso del Lunes Santo, de un itinerario que destaque por su arquitectura. Eso sí, tiene el honor de ser la primera que anuncia que nos esperan días duros, de sangre y muerte, de martirios y dolor, de cristianismo cruento, tan distinto del cristianismo que yo proclamo y demando, el hedonista. ¡Levantémonos siempre, no nos quedemos, humillados, acobardados, en el campo de batalla! Si los que crearon esta cofradía lucharon por unas ideas, nosotros continuemos combatiendo por causas nobles. Quizá, llegará otra caída, pero, si creemos, viviremos.





















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