ELECCIONES
Elecciones: la exacerbación de la hipocresía
Eugenio-Jesús de Ávila
Sostengo que el hombre, además de un animal de costumbres, a veces racional, casi siempre visceral, es, ante todo, un animal hipócrita. Nunca, como en periodos electorales, los políticos, que también son seres humanos, aunque en algunos casos me asalten las dudas, alcanzan tal exacerbación de la hipocresía, la doblez, la falsedad. El poder y el contrapoder se cubren de fariseísmo.
Hay dos tipos de campañas electorales: la que se realiza desde el poder y la que se ejecuta desde la oposición para desplazar al que ostenta la gobernanza de la cualquier institución. El que detenta el poder exhibe, muestra y demuestra, si es posible con los hechos, su labor durante el tiempo que dirigió la institución. Y diseña una serie de propuestas, de profundo calado, realizables.
Quienes aspiran a desbancar al gobierno correspondiente buscan trapos sucios, incumplimientos, falacias en ese tiempo de legislatura o mandato. El poder es uno y los que anhelan arrebatárselo, muchos. Entre los partidos de oposición, hay un favorito a reemplazar al que ha mandado y una gran mayoría que saben, aunque no lo expresen, que nunca presidirán la institución. Observará, pues, el ciudadano que hay partidos en potencia de gobernar que realizan un tipo de crítica al poder y una serie de ofertas realizables, nunca utópicas. Pero, las pequeñas formaciones políticas que, en muchos casos, desaparecen después de una campaña electoral, pueden prometer extraordinarias acciones sociales, infraestructuras colosales, salarios por el mero hecho de respirar, comida gratuita para los dueños de las mascotas, un viaje para conocer los anillos de Saturno o, en su defecto, una vuelta por la cara oculta de la Luna.
El partido que se convirtió en ucronía política, que fue y no es y nunca se sabe si será, intenta colocar en el mercado ciudadano una serie de medidas, complejas por su ejecución, que siembran, no obstante, la duda entre el votante más crédulo, más cándido.
Convencido estoy que hay candidatos que asumen su derrota, aunque sigan en la pelea, que se saben perdedores y que, durante estas 48 que restan para cerrar la campaña electoral, enfatizarán en esas promesas que el vulgo se creerá. El líder de ese tipo de formaciones se travestirá de mago, de ilusionista e incluso de hipnotizador, hasta el punto de que el ciudadano se cree lo que ve y escucha. Después, una vez desvelado el truco, el votante caerá en la cuenta que todo fue mentira, un engaño de los sentidos. Pero ya no ha lugar para rectificaciones. Todo es mentira en la res pública, más para el que recoge el bagaje de la derrota en los comicios.
Sostengo que el hombre, además de un animal de costumbres, a veces racional, casi siempre visceral, es, ante todo, un animal hipócrita. Nunca, como en periodos electorales, los políticos, que también son seres humanos, aunque en algunos casos me asalten las dudas, alcanzan tal exacerbación de la hipocresía, la doblez, la falsedad. El poder y el contrapoder se cubren de fariseísmo.
Hay dos tipos de campañas electorales: la que se realiza desde el poder y la que se ejecuta desde la oposición para desplazar al que ostenta la gobernanza de la cualquier institución. El que detenta el poder exhibe, muestra y demuestra, si es posible con los hechos, su labor durante el tiempo que dirigió la institución. Y diseña una serie de propuestas, de profundo calado, realizables.
Quienes aspiran a desbancar al gobierno correspondiente buscan trapos sucios, incumplimientos, falacias en ese tiempo de legislatura o mandato. El poder es uno y los que anhelan arrebatárselo, muchos. Entre los partidos de oposición, hay un favorito a reemplazar al que ha mandado y una gran mayoría que saben, aunque no lo expresen, que nunca presidirán la institución. Observará, pues, el ciudadano que hay partidos en potencia de gobernar que realizan un tipo de crítica al poder y una serie de ofertas realizables, nunca utópicas. Pero, las pequeñas formaciones políticas que, en muchos casos, desaparecen después de una campaña electoral, pueden prometer extraordinarias acciones sociales, infraestructuras colosales, salarios por el mero hecho de respirar, comida gratuita para los dueños de las mascotas, un viaje para conocer los anillos de Saturno o, en su defecto, una vuelta por la cara oculta de la Luna.
El partido que se convirtió en ucronía política, que fue y no es y nunca se sabe si será, intenta colocar en el mercado ciudadano una serie de medidas, complejas por su ejecución, que siembran, no obstante, la duda entre el votante más crédulo, más cándido.
Convencido estoy que hay candidatos que asumen su derrota, aunque sigan en la pelea, que se saben perdedores y que, durante estas 48 que restan para cerrar la campaña electoral, enfatizarán en esas promesas que el vulgo se creerá. El líder de ese tipo de formaciones se travestirá de mago, de ilusionista e incluso de hipnotizador, hasta el punto de que el ciudadano se cree lo que ve y escucha. Después, una vez desvelado el truco, el votante caerá en la cuenta que todo fue mentira, un engaño de los sentidos. Pero ya no ha lugar para rectificaciones. Todo es mentira en la res pública, más para el que recoge el bagaje de la derrota en los comicios.
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