Eugenio de Ávila
Martes, 23 de Julio de 2019
ZAMORANA

País de viejos

Mª Soledad Martín Turiño

[Img #28478]“Según la Organización Mundial de la Salud España es el segundo país -tras Japón- con mayor esperanza de vida”, con esta noticia que daba un afamado locutor comenzaba el informativo hace unos días; inmediatamente me hizo pensar en que –como siempre- cantidad no es igual a calidad. No resulta difícil comprobar que en España existe una grave carencia de residencias públicas para esas personas mayores que van ganando en edad y perdiendo en afectos, familia o amigos y cuando su situación se agrava la sociedad tiene que prever y proveerlos de hogares asistidos para terminar sus días, ya sean residencias, geriátricos o viviendas adaptadas.

 

La longevidad puede ser un problema por cuanto en muchos ancianos se asocia a una dependencia que involucra a sus familiares más directos, se agrava con frecuentes ingresos hospitalarios y no se soluciona al volver a casa. Nuestro sistema sanitario tiene limitaciones, las camas no pueden ocuparlas personas con enfermedades crónicas que tampoco pueden vivir en su domicilio; a esto se añade un grave problema de soledad y falta de recursos económicos de muchos mayores con pensiones exiguas que no pueden permitirse una persona interna para atenderles.

 

Sobre todo en grandes urbes, la ley de dependencia hay que solicitarla con un año de antelación para que sea efectiva y no en el momento en que el enfermo la necesita; las residencias privadas tienen un coste desmedido y para las públicas hay una lista de espera eterna; la ayuda municipal a domicilio en varias comunidades autónomas posee una cuantía y supone solo unas horas a la semana, algunos refuerzos técnicos (ortesis, prótesis etc.) no los subvenciona la Seguridad Social… hay, por tanto, muchas dificultades para llegar a una longevidad digna y son incontables las veces en que se consigue gracias a las cuidadoras de la familia –en general mujeres- cuyo trabajo no tiene repercusión a efecto social ni se gratifica económicamente.

 

Creo que el estado debería potenciar y poner en marcha residencias que muchos ocuparemos en un futuro cercano, dotarlas de medios y personal suficientes para que la última etapa de la vida sea digna y sin carencias, favoreciendo su construcción en un entorno cercano para que el mayor no se sienta desvinculado de su vida anterior. Por otra parte, tampoco sería un desatino fomentar la natalidad para que existan generaciones nuevas que incrementen la sociedad, den vida a pueblos y ciudades y aprendan a gestionar con tiempo cuestiones como ésta de la longevidad sin tomar medidas a la desesperada cuando nos acucia el problema; así nos darían una lección de previsión de la que ahora carecemos. 

 

Vivamos más, pero que sea en buenas condiciones, de lo contrario, envejecer puede convertirse en un serio dilema.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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