ME QUEDA LA PALABRA
España ya no es una nación seria
Eugenio-Jesús de Ávila
He conocido a muchos militantes del PSOE que, paradojas de la política, no eran socialistas, o no vivían en coherencia con esa ideología. Pedro Sánchez tampoco es socialista. Milita en el partido que fundó Pablo Iglesias, pero porque llegó al convencimiento de que era la mejor plataforma para desarrollar su carrera política. Aquí, en Zamora, hay mucho personal afiliado al PP que, de haber nacido en Andalucía, se habría hecho del PSOE. El único comunista que queda por estos pagos es Guarido, pura nostalgia.
El presidente del Gobierno no es de nadie ni de nada. Se transfigura, como el Cristo en el monte Tabor. Hace unos años, llegó a un acuerdo, con muchos puntos de por medio, con Rivera. Todo preparado para formar gobierno. Entonces, Podemos, Pablo Iglesias, el neocomunista, les jodió el matrimonio político en el Parlamento. Ahora, nuestro presidente, que daría de magnífico actor de telenovelas colombianas, protagoniza una obra de teatro en la que aparecen diversos actores secundarios que aspiran a quitarle el papel principal de esta comedia política, tragedia cuando se conozca la sentencia del Tribunal Supremo sobre el golpe de Estado de los racistas y pequeñoburgueses catalanes.
El personal, que le interesa más el Marca y el As que El País o El Mundo, ABC o La Razón, por saber de las andanzas de esa máquina del gran capital que juega al fútbol, el Irreal Madrid. El debate de Investidura entretiene a periodistas de la capital, a los cargos que viven del puesto en Congreso y Senado, y a los familiares de los líderes políticos que la gozan con esas prodigiosas actuaciones que solo se creen los españoles más tontos. El pueblo llano pasa de estos zascandiles de los partidos políticos, que nos demuestran que no representan a nadie, ni tan si quiera a su militancia. La gente contempla los telediarios, que son parecidos, porque todos pasan por el control del poder, mientras come o cena; pero le resulta más entretenidos los deportes y la información sobre el tiempo.
Hay personajes en esta parodia política que me resultan grotescos, pongamos el tal Rufián, que hace honor a su apellido, como se comprueba, sin haber estudiado filología española, nada catalán. Se ha convertido en un ídolo de las televisiones del poder. Como el presidente de Cantabria, un señor que regala angulas a los socialistas, como si fueran pobres. España es un país de cachondos, de pusilánimes, de terroristas saludados como hombres de paz.
Nación poco seria. Políticos que se divierten con bravatas ridículas, propias de pandilleros de barrio; comunistas que se vuelven locos por la propiedad privada; socialistas que no saben quiénes fueron Besteiro o Negrín, que se declaran republicanos, pero ignoran los sucesos acontecidos en la capital de España en marzo de 1939, o la correspondencia, durísima entre Prieto y Negrín, dos socialistas, por el yate Vita, una vez concluida la derrota en la Guerra Civil.
El español no está creado para la democracia. Le gusta, pero no se implica, ni la defiende. Prefiere la crítica, casi siempre sin fundamentos, en la barra de un bar mientras da buena cuenta de unos calamares a la romana, un pincho moruno o unos tiberios. A muchos de nuestros compatriotas les sucede como a los periodistas, que pasaron por la Universidad, pero la Universidad pasó de ellos. Estos españoles, que no son de nunca, ni saben lo que significa jamás, viven en democracia, pero la democracia no transformó sus mentes gregarias.
Mientras, Pedro Sánchez, el neocomunista Iglesias, y los guapos dirigentes del centro y la derecha española, interpretan papeles de enredo en esta comedia bufa. Todo es mentira. La verdad huyó de España cuando desapareció el último neandertal. Habrá que tomárselo a broma. España ya no es una nación seria. Solo en los cementerios existe sensatez.
He conocido a muchos militantes del PSOE que, paradojas de la política, no eran socialistas, o no vivían en coherencia con esa ideología. Pedro Sánchez tampoco es socialista. Milita en el partido que fundó Pablo Iglesias, pero porque llegó al convencimiento de que era la mejor plataforma para desarrollar su carrera política. Aquí, en Zamora, hay mucho personal afiliado al PP que, de haber nacido en Andalucía, se habría hecho del PSOE. El único comunista que queda por estos pagos es Guarido, pura nostalgia.
El presidente del Gobierno no es de nadie ni de nada. Se transfigura, como el Cristo en el monte Tabor. Hace unos años, llegó a un acuerdo, con muchos puntos de por medio, con Rivera. Todo preparado para formar gobierno. Entonces, Podemos, Pablo Iglesias, el neocomunista, les jodió el matrimonio político en el Parlamento. Ahora, nuestro presidente, que daría de magnífico actor de telenovelas colombianas, protagoniza una obra de teatro en la que aparecen diversos actores secundarios que aspiran a quitarle el papel principal de esta comedia política, tragedia cuando se conozca la sentencia del Tribunal Supremo sobre el golpe de Estado de los racistas y pequeñoburgueses catalanes.
El personal, que le interesa más el Marca y el As que El País o El Mundo, ABC o La Razón, por saber de las andanzas de esa máquina del gran capital que juega al fútbol, el Irreal Madrid. El debate de Investidura entretiene a periodistas de la capital, a los cargos que viven del puesto en Congreso y Senado, y a los familiares de los líderes políticos que la gozan con esas prodigiosas actuaciones que solo se creen los españoles más tontos. El pueblo llano pasa de estos zascandiles de los partidos políticos, que nos demuestran que no representan a nadie, ni tan si quiera a su militancia. La gente contempla los telediarios, que son parecidos, porque todos pasan por el control del poder, mientras come o cena; pero le resulta más entretenidos los deportes y la información sobre el tiempo.
Hay personajes en esta parodia política que me resultan grotescos, pongamos el tal Rufián, que hace honor a su apellido, como se comprueba, sin haber estudiado filología española, nada catalán. Se ha convertido en un ídolo de las televisiones del poder. Como el presidente de Cantabria, un señor que regala angulas a los socialistas, como si fueran pobres. España es un país de cachondos, de pusilánimes, de terroristas saludados como hombres de paz.
Nación poco seria. Políticos que se divierten con bravatas ridículas, propias de pandilleros de barrio; comunistas que se vuelven locos por la propiedad privada; socialistas que no saben quiénes fueron Besteiro o Negrín, que se declaran republicanos, pero ignoran los sucesos acontecidos en la capital de España en marzo de 1939, o la correspondencia, durísima entre Prieto y Negrín, dos socialistas, por el yate Vita, una vez concluida la derrota en la Guerra Civil.
El español no está creado para la democracia. Le gusta, pero no se implica, ni la defiende. Prefiere la crítica, casi siempre sin fundamentos, en la barra de un bar mientras da buena cuenta de unos calamares a la romana, un pincho moruno o unos tiberios. A muchos de nuestros compatriotas les sucede como a los periodistas, que pasaron por la Universidad, pero la Universidad pasó de ellos. Estos españoles, que no son de nunca, ni saben lo que significa jamás, viven en democracia, pero la democracia no transformó sus mentes gregarias.
Mientras, Pedro Sánchez, el neocomunista Iglesias, y los guapos dirigentes del centro y la derecha española, interpretan papeles de enredo en esta comedia bufa. Todo es mentira. La verdad huyó de España cuando desapareció el último neandertal. Habrá que tomárselo a broma. España ya no es una nación seria. Solo en los cementerios existe sensatez.
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