DEMOGRAFÍA
La despoblación es el fin de Zamora como provincia
Eugenio-Jesús de Ávila
Hace casi dos décadas, Valentín Cavero, catedrático de Geografía de la Universidad de Salamanca, hablaba ya del problema de la despoblación de Castilla y León: el 60% de sus habitantes vivía en los centros urbanos. Pasados 20 años, apenas se ha hecho nada para cambiar la dinámica demográfica. Solo la Plataforma Viriatos ha dado la voz de alerta y llamado a las puertas, casi siempre cerradas, del poder político para detener esa marcha hacia el desierto demográfico.
Dentro de 15 años, la provincia de Zamora, las comarcas de occidente y oriente, las del norte y las del sur, salvo las tres ciudades: capital, Benavente y Toro, se habrá convertido en casi un desierto demográfico. Traduzco: menos de diez habitantes por kilómetro cuadrado. Tendremos, contando con eses tres núcleos importantes de población, poco más de 13 h/km2.
Eso acontecerá a principios de la tercera década del siglo XXI. Si 20 años, como cantaba Gardel, no son nada, 15, un suspiro. Un servidor, Eugenio-Jesús de Ávila, andará ya por los 70, si antes no he logrado seducir a las parcas. Me pasearé con mis amigos, gente de mi edad, por Santa Clara, donde nos cruzaremos con personal aún mayor que nosotros. Apenas nuestros ojos se alegrarán en la contemplación de jovencitas: no habrá niños jugando en los parques infantiles, ni bancos, ni tiendas con moda joven; quizá más funerarias, porque no darán abasto a dar tierra a los ancianos, a no ser que, para entonces, la vida se haya convertido en eterna. No creo que los pasos de Semana Santa se carguen a hombros, porque solo el diez por ciento de los 147.000 habitantes que vivirán en esta provincia tendrá menos de 18 años. ¡Solo habrá unos 15.000 jóvenes en estos 10.500 km2, la extensión de Zamora!
Y si no hay gente, tampoco funcionarios. Quedará algún cacique octogenario, mientras que los presidentes de los partidos políticos, si no nos hemos cansado de su demagogia, baladronadas y retórica, rondarán los 70 años. Por supuesto, el personal ya no se jubilará con 65 años. Me temo que las funerarias pasarán por los comercios, bares, restaurantes e instituciones a recoger cadáveres. Del trabajo a la fosa. San Atilano, paradojas de la vida, aumentará el número de inquilinos. El cementerio será una juerga por las noches, con los fuegos fatuos. Todo un espectáculo.
Los profesionales de la Sanidad, médicos, enfermeras, auxiliares y celadores trabajarán unas doce diarias, porque el 40% de la población tendrá más de 65 años y ya se sabe que, con esa edad, aparecen toda clase de problemas físicos. Las pensiones habrá que considerarlas casi limosnas.
Como seremos tan pocos, aunque yo no pienso llegar, y si mi vida se prolonga hasta el año 2033, la muerte me encontrará en La Toscana, si hay suerte, o en alguna isla del Pacífico, Tahití, pongamos por caso, como Gaugin y Jacques Brel, careceremos de políticos en el Congreso de los Diputados y Senado.
Preveo que las cigüeñas, aunque ya no nacerán niños, anidarán ya en las nubes, porque no les quedará campanarios en las iglesias. Y apenas se cultivarán tierras, ni habrá vacas de leche, solo culebras, zorros y lobos por doquier, que podrían asentar sus manadas en Valorio y en las márgenes del Duero. ¡Qué pena que no exista un nuevo Rodríguez de la Fuente para filmar la vida del “Canis lupus” urbano.
Y, aunque antes, de pasada me he referido a nuestra Semana de Pasión, algunas cofradías desaparecerán en estos 15 años. Verbigracia: la de La Borriquita, porque no habrá niños, mientras las penitenciales tampoco desfilarán, pues a esas horas de la noche, los ancianos dormiremos como lirones en nuestros lechos vacíos.
Perdóneme el lector por mi ironía destructiva, pero no quiero llorar lágrimas secas. Hace casi una década, cuando cerré la Gala de El Día de Zamora en el Teatro Principal, en presencia de Martínez-Maíllo y Rosa Valdeón, y otros políticos importantes de la provincia, señalé que nuestra provincia se enfrentaba ya a un gravísimo problema: el demográfico. Creo recordar que les pedí manifestasen a sus superiores de Valladolid y Madrid que nos quedábamos sin gente, y ellos sin votos, siempre que no se suturase esa herida de la despoblación, por donde se desangraba Zamora. Había leído el informe del catedrático de la USAL, el leonés Valentín Cavero, un sabio, calificando las comarcas occidentales de la provincia como “desiertos demográficos irreversible”. Él es una autoridad. Yo solo un mensajero.
No me tomaron en serio. Pensarían que Eugenio-Jesús de Ávila ha sido siempre un periodista apocalíptico, una especie de profeta de las calamidades. Pero el fenómeno de la despoblación se ha erigido en el más esencial de nuestro tiempo y de los próximos años.
Y solo encontraría una solución: volver a la agricultura y a la ganadería, primando el cultivo ecológico, los productos lácteos de gran calidad, las carnes de vacuno, cordero, porcino…Los jóvenes regresarán a las tierras de las que partieron o habría que importar mano de obra para que el campo volviese a florecer, no de cardos, de matorrales, de vegetación salvaje, si no de productos que se exporte y eleven la calidad de vida de sus campesinos. Habrá que colonizar tierras, con hombres y mujeres venidos de otros continentes, porque nuestra forma de vida tocará a su fin. Por supuesto, necesitamos políticos gestores, políticos inteligentes, hombres de Estado. ¿Existen? Y periodistas comprometidos con la verdad, que no se alquilen a los partidos políticos y caciques desfasados, patéticos y descerebrados.
Sin gente no hay sociedad. Zamora quedará, pues, como laboratorio científico para sociólogos, antropólogos y geólogos.
No creo en ningún gobierno de izquierdas, derechas o medio pensionista, porque suelen componerlos urbanitas, apoyados, verbigracia, en el caso de Pedro Sánchez, por catalanes y vascos racistas y separatistas, que desprecian, como diría Machado, cuanto ignoran. Nosotros, que formamos parte de la España que les roba -¡manda huevos!-, pertenecemos a una raza inferior. Nuestros pueblos sayagueses, de Alba y Aliste, de la Sanabria enamorada, belleza pura, abandonados, envejecidos, resignados, no tienen quien los defienda, nadie que viva de la política, solo personas como las que conforman a Plataforma Viriatos y otras, integradas por poetas de la tierra, indomables, que se van creando para unir sus voces y proclamar sus reivindicaciones ante la Junta de Castilla y León, Senado y Congreso de los Diputados, además de Zamora10, que también se ha mostrado sensible, desde el primer día, con la deriva demográfica de nuestra tierra.
Hace casi dos décadas, Valentín Cavero, catedrático de Geografía de la Universidad de Salamanca, hablaba ya del problema de la despoblación de Castilla y León: el 60% de sus habitantes vivía en los centros urbanos. Pasados 20 años, apenas se ha hecho nada para cambiar la dinámica demográfica. Solo la Plataforma Viriatos ha dado la voz de alerta y llamado a las puertas, casi siempre cerradas, del poder político para detener esa marcha hacia el desierto demográfico.
Dentro de 15 años, la provincia de Zamora, las comarcas de occidente y oriente, las del norte y las del sur, salvo las tres ciudades: capital, Benavente y Toro, se habrá convertido en casi un desierto demográfico. Traduzco: menos de diez habitantes por kilómetro cuadrado. Tendremos, contando con eses tres núcleos importantes de población, poco más de 13 h/km2.
Eso acontecerá a principios de la tercera década del siglo XXI. Si 20 años, como cantaba Gardel, no son nada, 15, un suspiro. Un servidor, Eugenio-Jesús de Ávila, andará ya por los 70, si antes no he logrado seducir a las parcas. Me pasearé con mis amigos, gente de mi edad, por Santa Clara, donde nos cruzaremos con personal aún mayor que nosotros. Apenas nuestros ojos se alegrarán en la contemplación de jovencitas: no habrá niños jugando en los parques infantiles, ni bancos, ni tiendas con moda joven; quizá más funerarias, porque no darán abasto a dar tierra a los ancianos, a no ser que, para entonces, la vida se haya convertido en eterna. No creo que los pasos de Semana Santa se carguen a hombros, porque solo el diez por ciento de los 147.000 habitantes que vivirán en esta provincia tendrá menos de 18 años. ¡Solo habrá unos 15.000 jóvenes en estos 10.500 km2, la extensión de Zamora!
Y si no hay gente, tampoco funcionarios. Quedará algún cacique octogenario, mientras que los presidentes de los partidos políticos, si no nos hemos cansado de su demagogia, baladronadas y retórica, rondarán los 70 años. Por supuesto, el personal ya no se jubilará con 65 años. Me temo que las funerarias pasarán por los comercios, bares, restaurantes e instituciones a recoger cadáveres. Del trabajo a la fosa. San Atilano, paradojas de la vida, aumentará el número de inquilinos. El cementerio será una juerga por las noches, con los fuegos fatuos. Todo un espectáculo.
Los profesionales de la Sanidad, médicos, enfermeras, auxiliares y celadores trabajarán unas doce diarias, porque el 40% de la población tendrá más de 65 años y ya se sabe que, con esa edad, aparecen toda clase de problemas físicos. Las pensiones habrá que considerarlas casi limosnas.
Como seremos tan pocos, aunque yo no pienso llegar, y si mi vida se prolonga hasta el año 2033, la muerte me encontrará en La Toscana, si hay suerte, o en alguna isla del Pacífico, Tahití, pongamos por caso, como Gaugin y Jacques Brel, careceremos de políticos en el Congreso de los Diputados y Senado.
Preveo que las cigüeñas, aunque ya no nacerán niños, anidarán ya en las nubes, porque no les quedará campanarios en las iglesias. Y apenas se cultivarán tierras, ni habrá vacas de leche, solo culebras, zorros y lobos por doquier, que podrían asentar sus manadas en Valorio y en las márgenes del Duero. ¡Qué pena que no exista un nuevo Rodríguez de la Fuente para filmar la vida del “Canis lupus” urbano.
Y, aunque antes, de pasada me he referido a nuestra Semana de Pasión, algunas cofradías desaparecerán en estos 15 años. Verbigracia: la de La Borriquita, porque no habrá niños, mientras las penitenciales tampoco desfilarán, pues a esas horas de la noche, los ancianos dormiremos como lirones en nuestros lechos vacíos.
Perdóneme el lector por mi ironía destructiva, pero no quiero llorar lágrimas secas. Hace casi una década, cuando cerré la Gala de El Día de Zamora en el Teatro Principal, en presencia de Martínez-Maíllo y Rosa Valdeón, y otros políticos importantes de la provincia, señalé que nuestra provincia se enfrentaba ya a un gravísimo problema: el demográfico. Creo recordar que les pedí manifestasen a sus superiores de Valladolid y Madrid que nos quedábamos sin gente, y ellos sin votos, siempre que no se suturase esa herida de la despoblación, por donde se desangraba Zamora. Había leído el informe del catedrático de la USAL, el leonés Valentín Cavero, un sabio, calificando las comarcas occidentales de la provincia como “desiertos demográficos irreversible”. Él es una autoridad. Yo solo un mensajero.
No me tomaron en serio. Pensarían que Eugenio-Jesús de Ávila ha sido siempre un periodista apocalíptico, una especie de profeta de las calamidades. Pero el fenómeno de la despoblación se ha erigido en el más esencial de nuestro tiempo y de los próximos años.
Y solo encontraría una solución: volver a la agricultura y a la ganadería, primando el cultivo ecológico, los productos lácteos de gran calidad, las carnes de vacuno, cordero, porcino…Los jóvenes regresarán a las tierras de las que partieron o habría que importar mano de obra para que el campo volviese a florecer, no de cardos, de matorrales, de vegetación salvaje, si no de productos que se exporte y eleven la calidad de vida de sus campesinos. Habrá que colonizar tierras, con hombres y mujeres venidos de otros continentes, porque nuestra forma de vida tocará a su fin. Por supuesto, necesitamos políticos gestores, políticos inteligentes, hombres de Estado. ¿Existen? Y periodistas comprometidos con la verdad, que no se alquilen a los partidos políticos y caciques desfasados, patéticos y descerebrados.
Sin gente no hay sociedad. Zamora quedará, pues, como laboratorio científico para sociólogos, antropólogos y geólogos.
No creo en ningún gobierno de izquierdas, derechas o medio pensionista, porque suelen componerlos urbanitas, apoyados, verbigracia, en el caso de Pedro Sánchez, por catalanes y vascos racistas y separatistas, que desprecian, como diría Machado, cuanto ignoran. Nosotros, que formamos parte de la España que les roba -¡manda huevos!-, pertenecemos a una raza inferior. Nuestros pueblos sayagueses, de Alba y Aliste, de la Sanabria enamorada, belleza pura, abandonados, envejecidos, resignados, no tienen quien los defienda, nadie que viva de la política, solo personas como las que conforman a Plataforma Viriatos y otras, integradas por poetas de la tierra, indomables, que se van creando para unir sus voces y proclamar sus reivindicaciones ante la Junta de Castilla y León, Senado y Congreso de los Diputados, además de Zamora10, que también se ha mostrado sensible, desde el primer día, con la deriva demográfica de nuestra tierra.




















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122