DENUNCIAS
Se nos secan los jardines
El riego automático y sus problemas
Manuel Herrero Alonso: texto y fotografías
Todo parecen ventajas a la hora de utilizar el riego automático en los jardines. Para empezar representa un ahorro significativo de agua, al poder funcionar durante la noche cuando la evaporación es mínima, haciendo correr bastante menos los dígitos del contador. Hay un reparto del líquido equitativo, conforme se hayan programado previamente los difusores, llegando a todos los rincones conforme se necesite, pero sin excesos, lo que lo hace altamente eficaz. Y por aquello de que funciona el solo, no se necesita de personal que conecte las mangueras, reparta los aspersores y accione la llave de paso, para que el agua alimente el césped. Aunque, a priori, se necesitan menos jardineros, los operarios, que antes cumplían este cometido, pueden realizar otras tareas de tantas como hay, que mejoren el estado de las zonas verdes, una manera de optimizar los recursos humanos.
Ventajas señaladas y alguna más, que están llevando a la implantación generalizada del riego automático a todos los jardines de la ciudad. Todo muy bien cuando funciona, pero no tanto cuando falla. Resulta muy fácil, que cualquier noche, sin descartar cuestiones accidentales que también las hay, alguien que pase le propine una patada a un indefenso difusor de riego que se encuentre funcionando, como por desgracia ocurre. El resultado es, la pérdida masiva de agua por la rotura en el punto afectado, y por la consecuente reducción de la presión, que otra buena parte quede sin regar.
Pasan cosas sí, y hay averías, tratándose de mecanismos y conducciones de agua, que dan como resultado que no funcione correctamente el sistema. Lo que equivale a que ciertas zonas queden sin riego. Cuando falta el sustento vital, las plantas lo acusan rápidamente, mostrando síntomas, como el color amarillento que precede a una muerte venidera. En breve, y de no remediarse, la zona verde se convertirá en un erial. Todo lo contrario de lo esperado de un jardín. No hay personal, no se necesita para realizar el riego, pero tampoco lo hay para darse cuenta de que falta agua, y, cuando se dan por enterados, puede ser demasiado tarde. Las averías, se tardan en resolver. Queda claro, riego automático sí, pero con alguien que observe que el funcionamiento es correcto.
Manuel Herrero Alonso: texto y fotografías
Todo parecen ventajas a la hora de utilizar el riego automático en los jardines. Para empezar representa un ahorro significativo de agua, al poder funcionar durante la noche cuando la evaporación es mínima, haciendo correr bastante menos los dígitos del contador. Hay un reparto del líquido equitativo, conforme se hayan programado previamente los difusores, llegando a todos los rincones conforme se necesite, pero sin excesos, lo que lo hace altamente eficaz. Y por aquello de que funciona el solo, no se necesita de personal que conecte las mangueras, reparta los aspersores y accione la llave de paso, para que el agua alimente el césped. Aunque, a priori, se necesitan menos jardineros, los operarios, que antes cumplían este cometido, pueden realizar otras tareas de tantas como hay, que mejoren el estado de las zonas verdes, una manera de optimizar los recursos humanos.
Ventajas señaladas y alguna más, que están llevando a la implantación generalizada del riego automático a todos los jardines de la ciudad. Todo muy bien cuando funciona, pero no tanto cuando falla. Resulta muy fácil, que cualquier noche, sin descartar cuestiones accidentales que también las hay, alguien que pase le propine una patada a un indefenso difusor de riego que se encuentre funcionando, como por desgracia ocurre. El resultado es, la pérdida masiva de agua por la rotura en el punto afectado, y por la consecuente reducción de la presión, que otra buena parte quede sin regar.
Pasan cosas sí, y hay averías, tratándose de mecanismos y conducciones de agua, que dan como resultado que no funcione correctamente el sistema. Lo que equivale a que ciertas zonas queden sin riego. Cuando falta el sustento vital, las plantas lo acusan rápidamente, mostrando síntomas, como el color amarillento que precede a una muerte venidera. En breve, y de no remediarse, la zona verde se convertirá en un erial. Todo lo contrario de lo esperado de un jardín. No hay personal, no se necesita para realizar el riego, pero tampoco lo hay para darse cuenta de que falta agua, y, cuando se dan por enterados, puede ser demasiado tarde. Las averías, se tardan en resolver. Queda claro, riego automático sí, pero con alguien que observe que el funcionamiento es correcto.


























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