ME QUEDA LA PALABRA
Enemigos de la ciudad
Eugenio-Jesús de Ávila
Al parecer, aunque no me lo acabo de creer, dicen los turistas que nos visitan que Zamora es una ciudad limpia. Yo manifiesto lo contrario, más cuando el propio Ayuntamiento presentó hoy una campaña de concienciación en torno a las márgenes del Duero para que el persona no arroje, porque le da la real gana, todo tipo de basuras: plásticos, papeles, cartones, envases, colillas.
La autoridad ya ha dado un paso. El problema de Zamora radica en los propios zamoranos. No en todos. Aquí hay zamoranos, pero también coexisten con otros que no lo son, que les da igual lo público, que no les importa que su ciudad se convierta en un basurero, estercolero, zahúrda. Solo se importan ellos. Son seres asociales, parásitos de la sociedad, de los que creen en lo público como patrimonio de todos.
Admiro a los operarios del Servicio de Limpieza, porque hacen una labor extraordinaria, pero durísima, por mantener nuestras calles, rúas y plazas limpias, pulcras, dignas, aseadas. El mayor enemigo de estos profesionales, también de los ciudadanos normales, consiste en la falta de conciencia, en la nula capacidad social, vecinal, ciudadana, de ciertos individuos para quienes los espacios públicos entran en la consideración de retretes, pocilgas, cuadras, sentinas. Esa gentuza que deja la caca de su can en aceras y jardines; que orina en los sillares de las iglesias, que arrojan las colillas que guardan en sus automóviles a la calle, que tiran papeles y plásticos en cualquier espacio público.
Todo es cuestión de educación, por supuesto; pero a mozalbetes, adolescentes y adultos, acostumbrados a ensuciar y manchar la ciudad, solo les vale ya le multa. Loada sea esta campaña municipal que busca tomar conciencia del sentimiento público que es una ciudad; pero ha llegado demasiado tarde a una serie de ejemplares, con cuerpos humanos, pero carentes de sustancia gris, de conciencia, de alma y de espíritu ciudadano. Estos malandrines, más los que llena de garabatos iglesias, edificios públicos y privados, deberían ser condenados, como en la Atenas de Pericles al ostracismo. No va más.
Al parecer, aunque no me lo acabo de creer, dicen los turistas que nos visitan que Zamora es una ciudad limpia. Yo manifiesto lo contrario, más cuando el propio Ayuntamiento presentó hoy una campaña de concienciación en torno a las márgenes del Duero para que el persona no arroje, porque le da la real gana, todo tipo de basuras: plásticos, papeles, cartones, envases, colillas.
La autoridad ya ha dado un paso. El problema de Zamora radica en los propios zamoranos. No en todos. Aquí hay zamoranos, pero también coexisten con otros que no lo son, que les da igual lo público, que no les importa que su ciudad se convierta en un basurero, estercolero, zahúrda. Solo se importan ellos. Son seres asociales, parásitos de la sociedad, de los que creen en lo público como patrimonio de todos.
Admiro a los operarios del Servicio de Limpieza, porque hacen una labor extraordinaria, pero durísima, por mantener nuestras calles, rúas y plazas limpias, pulcras, dignas, aseadas. El mayor enemigo de estos profesionales, también de los ciudadanos normales, consiste en la falta de conciencia, en la nula capacidad social, vecinal, ciudadana, de ciertos individuos para quienes los espacios públicos entran en la consideración de retretes, pocilgas, cuadras, sentinas. Esa gentuza que deja la caca de su can en aceras y jardines; que orina en los sillares de las iglesias, que arrojan las colillas que guardan en sus automóviles a la calle, que tiran papeles y plásticos en cualquier espacio público.
Todo es cuestión de educación, por supuesto; pero a mozalbetes, adolescentes y adultos, acostumbrados a ensuciar y manchar la ciudad, solo les vale ya le multa. Loada sea esta campaña municipal que busca tomar conciencia del sentimiento público que es una ciudad; pero ha llegado demasiado tarde a una serie de ejemplares, con cuerpos humanos, pero carentes de sustancia gris, de conciencia, de alma y de espíritu ciudadano. Estos malandrines, más los que llena de garabatos iglesias, edificios públicos y privados, deberían ser condenados, como en la Atenas de Pericles al ostracismo. No va más.



















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