DENUNCIAS
Alcorques sin árboles, árboles sin alcorques
Manuel Herrero Alonso
El último alcorque de la bajada de San Pablo, a mano derecha está roto, lleva roto meses, mucho más tiempo, lleva años. No es que tenga un defectillo hasta pasable, está completamente roto. Tanto que la mitad del cerco de piedra ya no ocupa su lugar, alguien se ha encargado de amontonar las pesadas piezas sobre la parte aun sana. Bastante ostensible como para pasar inadvertido. No causa novedad que alguien revele su estado, porque es bien sabido, quienes pasan por la zona lo conocen sobradamente. Es más, hasta agradecen que se encuentre así porque ello aumenta el espacio y facilita el aparcamiento de la plaza contigua, aunque el efecto visual sea bastante deprimente.
Si a nadie extraña, pudiera carecer hasta de sentido hacerlo público, más aun de lo que ya lo era. Pero sí que permite otros planteamientos, como la del lector que se esté dando cuenta de que no es el único caso y de que este, o aquel situado en otra parte y afortunadamente puede que sin llegar a tanto, tampoco se encuentran en buenas condiciones. Lamentablemente hay muchos alcorques en mal estado, rotos, sin protección o que con sus pegotes de cemento ocupan el espacio donde debe expandirse el tronco, impidiendo al árbol el crecimiento y desarrollo normal, con lo que frustran su vida conduciéndola a una irremediable muerte prematura. No es extraño por estos motivos encontrar el hueco en la acera donde debería de haber cualquier variedad urbana, completamente vacío. Nadie espera que sea repuesto, como tampoco nadie espera que el cuadro, en su caso el redondel sea reparado.
¿Entonces qué estamos haciendo? ¿Dando por bueno, estar como estamos, estemos como estemos? ¿Conformismo? Claro que hay cosas más importantes de que ocuparse, como también se atienden otras menores; pero los detalles, todos y cada uno, de una ciudad cuidada o en su defecto lo contrario, conforma la imagen de la urbe, en un sentido u en otro. Aquí habría muchas cosas que cambiar, empezando por cualquiera de ellas.
El último alcorque de la bajada de San Pablo, a mano derecha está roto, lleva roto meses, mucho más tiempo, lleva años. No es que tenga un defectillo hasta pasable, está completamente roto. Tanto que la mitad del cerco de piedra ya no ocupa su lugar, alguien se ha encargado de amontonar las pesadas piezas sobre la parte aun sana. Bastante ostensible como para pasar inadvertido. No causa novedad que alguien revele su estado, porque es bien sabido, quienes pasan por la zona lo conocen sobradamente. Es más, hasta agradecen que se encuentre así porque ello aumenta el espacio y facilita el aparcamiento de la plaza contigua, aunque el efecto visual sea bastante deprimente.
Si a nadie extraña, pudiera carecer hasta de sentido hacerlo público, más aun de lo que ya lo era. Pero sí que permite otros planteamientos, como la del lector que se esté dando cuenta de que no es el único caso y de que este, o aquel situado en otra parte y afortunadamente puede que sin llegar a tanto, tampoco se encuentran en buenas condiciones. Lamentablemente hay muchos alcorques en mal estado, rotos, sin protección o que con sus pegotes de cemento ocupan el espacio donde debe expandirse el tronco, impidiendo al árbol el crecimiento y desarrollo normal, con lo que frustran su vida conduciéndola a una irremediable muerte prematura. No es extraño por estos motivos encontrar el hueco en la acera donde debería de haber cualquier variedad urbana, completamente vacío. Nadie espera que sea repuesto, como tampoco nadie espera que el cuadro, en su caso el redondel sea reparado.
¿Entonces qué estamos haciendo? ¿Dando por bueno, estar como estamos, estemos como estemos? ¿Conformismo? Claro que hay cosas más importantes de que ocuparse, como también se atienden otras menores; pero los detalles, todos y cada uno, de una ciudad cuidada o en su defecto lo contrario, conforma la imagen de la urbe, en un sentido u en otro. Aquí habría muchas cosas que cambiar, empezando por cualquiera de ellas.





























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