PALESTINOS
Que nunca caiga de mis manos esta ramita de olivo
"Sin la libertad de Palestina, la nuestra está incompleta". Nelson Mandela.
La ciudad palestina de Al Khalil -en hebreo Hevron- constituye el núcleo de población más grande de Cisjordania. En ella viven alrededor de 215.000 personas palestinas y 800 colonos judíos ilegales.
Es necesario conocer qué es el sionismo, su transformación en sionismo político, su delirante proyecto en torno a la idea de la tierra prometida, así como el apoyo que, por intereses geopolíticos, las potencias imperialistas de la Europa de principios del siglo pasado brindaron a esta invención. Es preciso saber también cómo, sutilmente, comenzó la colonización décadas antes de la partición de la ONU en 1948, y el plan sistemático cruel y asesino, nombrado Plan Dalet, que Israel pone en marcha en la década de los cuarenta. De esta manera entenderemos la Nakba (catástrofe) de aquellos años, que supuso la expulsión de 800.000 seres humanos, la destrucción de más de 400 ciudades y aldeas, así como la ejecución de tantas masacres con sus decenas de miles de personas confinadas, esclavizadas, violadas, torturadas y asesinadas.
Todo esto es imprescindible para acercarnos a los contextos en los que viven las mujeres, los hombres, las niñas y los niños de la Palestina de hoy. Igualmente, deberíamos conocer cómo Israel encarcela arbitrariamente, acosa cotidianamente, dispara impunemente y tortura física y psicológicamente a la población palestina con el fin de echarla de sus hogares y robarle sus tierras.
El pasado octubre, las activistas de la brigada internacionalista Unadikum estuvimos en Cisjordania apoyando acciones de protesta y resistencia al lado de diferentes colectivos de la sociedad civil. Colaboramos en la recogida de aceituna con familias campesinas y comprobamos cómo estas familias son atacadas por colonos ilegales armados con M16 y pistolas. Las golpean, queman sus árboles y les roban sus cosechas. En sus propios campos. En sus propias casas. Nada se puede hacer porque, ante la mínima oposición palestina, colonos y ejército responden con más violencia. Podríamos decir que violencia sádica.
Uno de esos días de octubre llegamos a Al Khalil para ver a Nisreen. Atravesamos el check-point, ese que sus dos hijos y sus dos hijas tienen que atravesar a diario para ir a estudiar corriendo el riesgo, cada mañana, de ser asesinadas. Subimos por un camino de tierra porque el de asfalto está prohibido para Nisreen. Está vedado si eres palestina. En los alrededores hay rejas y alambradas y concertinas. Imagínatelo, en tu propio pueblo. En la puerta de la escuela a donde van tu hija, tu sobrino. “Los niños no tienen la alegría que necesitan para crecer de manera sana”, nos decía una madre. Esa colonia miserable la ocupan 400 colonos judíos protegidos por 4.000 soldados. Para que no pienses que es una errata lo diré de otro modo: 10 soldados por cada colono. Las personas palestinas están separadas; sus caminos aparte, sus colegios aparte, sus casas aparte. Se llama apartheid. El Estado de Israel utiliza más de cien leyes que discriminan directa o indirectamente a las personas palestinas. Los lugares donde, a duras penas resisten estas personas son, además, ocupados poco a poco a través de un hostigamiento constante.
Por la mañana intentamos ayudar a Nisreen a recoger las aceitunas de sus cuatro olivos. Para ella es importante porque las olivas suponen uno de los pocos ingresos de los que dispone desde que el ejército asesinó a su marido. Ella, además, ha soportado palizas que le han provocado hasta 3 abortos. Solo media hora después de empezar, 5 soldados armados bajaron al jardín por la escalera que los invasores han construido para ocupar y disfrutar de él. Sí, del jardín de Nisreen. Nos pidieron el permiso. ¿Permiso para estar en su propio jardín? pensábamos. Ella les hizo saber que el huerto es suyo. Y que la escalera es ilegal. Ante nuestra negativa, declararon ese terrenito con sus olivos zona militar cerrada, y nos amenazaron con arrestarnos si no salíamos de allí. Mientras tanto, un colono observaba la escena a 20 metros con una M16 en sus brazos.
Nisreen es un caso de los cientos de miles. Ojalá tuviera espacio aquí para hablar de los campos donde se refugian desde el etnocidio de la Nakba (y que soportan las incursiones nocturnas del ejército), de sus organizaciones de base resistiendo, de las políticas de Israel para destrozar al pueblo palestino, como la del
tiro en la rodilla izquierda, las balas mariposa o la detención administrativa. Ojalá lo tuviera para hablar de las 400 niñas y niños secuestrados en las cárceles israelíes. Para hablar de los comités populares, de los francotiradores, del muro de la vergüenza. Ojalá.
Tampoco puedo escribir mucho sobre Gaza, no es posible entrar como activistas -está bloqueada por mar, tierra y aire-, pero la situación allí es desesperante, al borde del colapso. Llegan los brotes de epidemias, el 90% del agua no es potable y los suministros básicos son interceptados por el gobierno israelí. Gaza es el territorio más densamente poblado de la Tierra y sufre el bloqueo, el asedio, los bombardeos y los tiroteos del ejército sionista. El último episodio ocurre mientras escribo esto; la aviación israelí está bombardeando la franja y, por ahora, ha asesinado a 32 personas y herido a decenas, además de destruir infraestructuras básicas para la población como hospitales, centros de atención para personas con necesidades especiales y plantas potabilizadoras. Se está sacando, literalmente, a niñas y niños de los escombros.
El apoyo que nos dais viniendo a Palestina es importante, nos dicen. Pero vuestra verdadera tarea es la de volver a casa y contarlo. Contadlo escribiendo, dando un taller, tomando un café con vuestra gente. Pero por favor, ahora que lo habéis visto, id y contadlo. Con este artículo pretendo eso, contarlo. Y despertar el interés de quien lo lea para que siga informándose sobre la invasión sionista en Palestina.
El Estado de Israel se cimienta literalmente sobre la sangre de la gente que vivía allí antes de que comenzara el etnocidio. Viola sistemática e ininterrumpidamente los Derechos Humanos y la legalidad internacional desde hace más de 80 años. No solo debemos apoyar iniciativas como el BDS, no solo condenar la política de apartheid y colonización de Israel; es imprescindible que exijamos el fin de la ocupación y el respeto íntegro de los Derechos Humanos y la legalidad internacional.
Defender hoy la causa propalestina es defender la justicia y la dignidad. Es, además, una manera de trabajar la solidaridad entre pueblos y el internacionalismo contra las formas modernas que utilizan las élites económicas para enfrentarnos. Gritemos Palestina libre, porque en la lucha por la libertad de los pueblos del mundo se juega también, hoy, y aquí, nuestra propia libertad.
La ciudad palestina de Al Khalil -en hebreo Hevron- constituye el núcleo de población más grande de Cisjordania. En ella viven alrededor de 215.000 personas palestinas y 800 colonos judíos ilegales.
Es necesario conocer qué es el sionismo, su transformación en sionismo político, su delirante proyecto en torno a la idea de la tierra prometida, así como el apoyo que, por intereses geopolíticos, las potencias imperialistas de la Europa de principios del siglo pasado brindaron a esta invención. Es preciso saber también cómo, sutilmente, comenzó la colonización décadas antes de la partición de la ONU en 1948, y el plan sistemático cruel y asesino, nombrado Plan Dalet, que Israel pone en marcha en la década de los cuarenta. De esta manera entenderemos la Nakba (catástrofe) de aquellos años, que supuso la expulsión de 800.000 seres humanos, la destrucción de más de 400 ciudades y aldeas, así como la ejecución de tantas masacres con sus decenas de miles de personas confinadas, esclavizadas, violadas, torturadas y asesinadas.
Todo esto es imprescindible para acercarnos a los contextos en los que viven las mujeres, los hombres, las niñas y los niños de la Palestina de hoy. Igualmente, deberíamos conocer cómo Israel encarcela arbitrariamente, acosa cotidianamente, dispara impunemente y tortura física y psicológicamente a la población palestina con el fin de echarla de sus hogares y robarle sus tierras.
El pasado octubre, las activistas de la brigada internacionalista Unadikum estuvimos en Cisjordania apoyando acciones de protesta y resistencia al lado de diferentes colectivos de la sociedad civil. Colaboramos en la recogida de aceituna con familias campesinas y comprobamos cómo estas familias son atacadas por colonos ilegales armados con M16 y pistolas. Las golpean, queman sus árboles y les roban sus cosechas. En sus propios campos. En sus propias casas. Nada se puede hacer porque, ante la mínima oposición palestina, colonos y ejército responden con más violencia. Podríamos decir que violencia sádica.
Uno de esos días de octubre llegamos a Al Khalil para ver a Nisreen. Atravesamos el check-point, ese que sus dos hijos y sus dos hijas tienen que atravesar a diario para ir a estudiar corriendo el riesgo, cada mañana, de ser asesinadas. Subimos por un camino de tierra porque el de asfalto está prohibido para Nisreen. Está vedado si eres palestina. En los alrededores hay rejas y alambradas y concertinas. Imagínatelo, en tu propio pueblo. En la puerta de la escuela a donde van tu hija, tu sobrino. “Los niños no tienen la alegría que necesitan para crecer de manera sana”, nos decía una madre. Esa colonia miserable la ocupan 400 colonos judíos protegidos por 4.000 soldados. Para que no pienses que es una errata lo diré de otro modo: 10 soldados por cada colono. Las personas palestinas están separadas; sus caminos aparte, sus colegios aparte, sus casas aparte. Se llama apartheid. El Estado de Israel utiliza más de cien leyes que discriminan directa o indirectamente a las personas palestinas. Los lugares donde, a duras penas resisten estas personas son, además, ocupados poco a poco a través de un hostigamiento constante.
Por la mañana intentamos ayudar a Nisreen a recoger las aceitunas de sus cuatro olivos. Para ella es importante porque las olivas suponen uno de los pocos ingresos de los que dispone desde que el ejército asesinó a su marido. Ella, además, ha soportado palizas que le han provocado hasta 3 abortos. Solo media hora después de empezar, 5 soldados armados bajaron al jardín por la escalera que los invasores han construido para ocupar y disfrutar de él. Sí, del jardín de Nisreen. Nos pidieron el permiso. ¿Permiso para estar en su propio jardín? pensábamos. Ella les hizo saber que el huerto es suyo. Y que la escalera es ilegal. Ante nuestra negativa, declararon ese terrenito con sus olivos zona militar cerrada, y nos amenazaron con arrestarnos si no salíamos de allí. Mientras tanto, un colono observaba la escena a 20 metros con una M16 en sus brazos.
Nisreen es un caso de los cientos de miles. Ojalá tuviera espacio aquí para hablar de los campos donde se refugian desde el etnocidio de la Nakba (y que soportan las incursiones nocturnas del ejército), de sus organizaciones de base resistiendo, de las políticas de Israel para destrozar al pueblo palestino, como la del
tiro en la rodilla izquierda, las balas mariposa o la detención administrativa. Ojalá lo tuviera para hablar de las 400 niñas y niños secuestrados en las cárceles israelíes. Para hablar de los comités populares, de los francotiradores, del muro de la vergüenza. Ojalá.
Tampoco puedo escribir mucho sobre Gaza, no es posible entrar como activistas -está bloqueada por mar, tierra y aire-, pero la situación allí es desesperante, al borde del colapso. Llegan los brotes de epidemias, el 90% del agua no es potable y los suministros básicos son interceptados por el gobierno israelí. Gaza es el territorio más densamente poblado de la Tierra y sufre el bloqueo, el asedio, los bombardeos y los tiroteos del ejército sionista. El último episodio ocurre mientras escribo esto; la aviación israelí está bombardeando la franja y, por ahora, ha asesinado a 32 personas y herido a decenas, además de destruir infraestructuras básicas para la población como hospitales, centros de atención para personas con necesidades especiales y plantas potabilizadoras. Se está sacando, literalmente, a niñas y niños de los escombros.
El apoyo que nos dais viniendo a Palestina es importante, nos dicen. Pero vuestra verdadera tarea es la de volver a casa y contarlo. Contadlo escribiendo, dando un taller, tomando un café con vuestra gente. Pero por favor, ahora que lo habéis visto, id y contadlo. Con este artículo pretendo eso, contarlo. Y despertar el interés de quien lo lea para que siga informándose sobre la invasión sionista en Palestina.
El Estado de Israel se cimienta literalmente sobre la sangre de la gente que vivía allí antes de que comenzara el etnocidio. Viola sistemática e ininterrumpidamente los Derechos Humanos y la legalidad internacional desde hace más de 80 años. No solo debemos apoyar iniciativas como el BDS, no solo condenar la política de apartheid y colonización de Israel; es imprescindible que exijamos el fin de la ocupación y el respeto íntegro de los Derechos Humanos y la legalidad internacional.
Defender hoy la causa propalestina es defender la justicia y la dignidad. Es, además, una manera de trabajar la solidaridad entre pueblos y el internacionalismo contra las formas modernas que utilizan las élites económicas para enfrentarnos. Gritemos Palestina libre, porque en la lucha por la libertad de los pueblos del mundo se juega también, hoy, y aquí, nuestra propia libertad.




























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