Jueves, 18 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Miércoles, 04 de Diciembre de 2019
A PEDRO B. MARTÍNEZ-TORIBIO MOLINERO

Nuestro amigo, nuestro hermano, Pedro B. Martínez-Toribio Molinero, de nuevo, en Zamora

Pedro, a mi derecha, durante la fiesta de mi cumpleaños, celebrada en el Restaurante Rosamari, de Montamarta, el pasado 13 de agostoAfirmó que Pedro Martínez-Toribio Molinero es una de las mejores personas que pasó por mi vida. Mejor que yo. Pero tal jerarquía carece de mérito. Es mucho mejor que un profeta de Antiguo Testamento, que el padre de Pinocho, que el abuelo de Heidi, que yo cuando estaba en la cuna tocando el sonajero. Pedro es bueno, como Guzmán, pero sin necesidad de arrojar su daga para que dieran muerte a su hijo. Y no nos confundamos, su bondad no coincide con la tontería. Se es bueno porque genética y por experiencia, por karma y esencia.



Lo conocí cuando éramos unos críos. Él se había enamorado de una piragua, y yo de una niña. Me casé con 22 años. Pedro, un cuarto de siglo después. Hombre sabio. Hubo un tiempo en el que nos alejamos, porque él se dedicó a vivir, y yo a ejercer de padre de familia con todas sus circunstancias.


Cuando él fue libre, hace unos cuatro años, y yo, también, pero hace más tiempo, volvimos a encontrarnos. El seguía enamorado de una piragua, de las nieves italianas, francesas y españolas, y yo de una dama divorciada.



Después de tantos años, Pedro Benito seguía siendo el mismo, persona que conoce el secreto de la bonhomía, hombre adulto que mastica la vida como si fuera uno de aquellos bocadillos de una barra entera, que escondía un par de filetes empanados, huevos fritos, pimientos, jamón, cuando llegaba de acariciar la epidermis del Duero con su dulce pala de piragüista.



Pedro nunca podrá ser un malandrín, porque su bondad, su filosofía de la vida, su comportamiento alcanzan la excelencia. Mi amigo no comprende el mal, le resulta inexplicable hacer daño al prójimo, da incluso lo que necesita, lo que le hace falta, nunca lo que le sobra. Se diría que es una Teresa de Calcuta pero con testículos, piragua, esquís y con el título de ingeniero. Propietario de Zamoragua, ejerce más de compañero que de empresario. Quien lo conoce, quien lo trata, quien comparte vida con él, lo quiere, se prenda, se enamora, aunque uno se sienta puro macho.



Cuando nos hallamos, de nuevo, en el camino que nos conduce hacia la nada, ambos veníamos con el alma hecha jirones. Nos dolía la esencia. Sentíamos la melancolía de la derrota incruenta, del fracaso a medias, del revés sin vuelta. Había pasado mucho tiempo, pero, como me sucedió con su primo, el abogado Jesús Galache, parecía como si hubiéramos dejado la conversación la noche anterior.



Hace poco más de una semana, Pedro nos dio un susto a todos sus amigos, los de la Alegre Pandilla, más bien los de los Divorciados Jaraneros, a sus hermanos y a media Zamora. Confiesa que “no sé qué paso”. Pero ya regresó a la ciudad del alma, donde se curará con sesiones de amor, con vitaminas de cariño, con tratamientos de ternura. Todos sus amigos, hombres y mujeres, rijosos y píos, le vamos a devolver todo el amor que él nos fue regalando durante tantos años.

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