REPÚBLICO
El futuro de la provincia, en su sector primario
![[Img #34669]](http://eldiadezamora.es/upload/images/02_2020/2728_agro.jpg)
Yo no sé mucho de campo, de ganado. Distingo amapolas de violetas y de lirios, trigo de cebada, secano de regadío. Me casé en un pueblo de La Guareña, Argujillo. Hasta entonces fui un urbanita más. Ni puta idea de lo que era la agricultura y la ganadería. En aquellos años 80, aprendí más de las personas que laboran, que aman, que miman la tierra, que en todos mis años de Universidad. Me enseñaron a pensar más allá de mi persona. Sin estudios, con solo unos cuantos años de escuela, cuando había en los pueblos, sabían mucho más que yo. Cada día que entablaba conversación con aquella buena gente, mi cultura aumentaba.
A mí nunca se me ocurrió darles lecciones sobre las filosofías de Hegel, Kant, Schopenhauer; de literatura, de quién era Proust o Pessoa; de cine, ni Ford ni Coppola ni Welles. Elegí escuchar y hablar poco. Preferí preguntar, tomar el pulso de nuestra Zamora, la verdadera, la lígrima, la de siempre, la del campo. Me enseñaron a distinguir el trigo de la cebada; me contaron cómo se trabajaban las tierras en los años 40, 50 y 60, y como las tareas agropecuarias se fueron transformando con el tiempo; a conocer por qué se sembraban los cereales, el maíz y la remolacha en determinadas épocas; ellos fueron los mejores hombres del tiempo que he conocido, porque anunciaban lluvias o nevadas cuando el cielo se vestía de azul intenso y luminoso.
Aprendí mucho de los agricultores de Argujillo, muchos familia de mi ex mujer. Ya digo que carecían de títulos, ni tan si quiera el graduado escolar; pero nunca fui digno de impartir lecciones a quién sabía más que yo, un pobre pedante de ciudad; un tipo estirado, bien vestido y perfumado. El campo huele a naturaleza, el aroma más profundo que un ser humano puede respirar hasta que te acaricie los bronquios.
Aquella Arcadia empezó a desmoronarse cuando los políticos, urbanitas, nos vendieron a Europa, más todavía a Francia, que impuso sus reglas a Felipe González, si quería entrar en ese club de mercaderes. Nuestra agricultura pasó a la subvención, al reparto injusto de la PAC, al cierre de establos de ganado vacuno, más de 4.000 en esta provincia. Gracias a los sindicatos del campo, nuestros agricultores todavía viven y se pueden defender de las injusticias políticas, de las hostias que les vienen de todos las burocracias regionales, nacionales y europeas.
Y se acabó el relevo generacional. Los agricultores de la Dictadura y primeros años de democracia se fueron jubilando, recibiendo pensiones miserables; mientras los jóvenes, que ya habían estudiado, abandonaron las tareas agropecuarias. Son muy pocos los hombres que ahora se dedican a una de las profesiones más hermosas, duras, pero poéticas, en nuestra provincia. Pero también son los únicos que han alcanzado la categoría de ciudadanos, de zamoranos; porque luchan, porque no se humillan ni arrodillan ante el poder.
Aquí, en la ciudad, nos perdemos en debates sin hueso, en discusiones bizantinas, en tonterías varias. Se lucha por ocupar cargos, se busca la recomendación para emplearse en la función pública, ese nepotismo que no cesa. Lamento que, siendo esta ciudad obra de gente de los pueblos, porque hay pocos zamoranos nacidos en Zamora que carezcan de raíces en localidades de la provincia, se obvie tanto a nuestro campo, importe tampoco las cuitas de nuestros agricultores y ganaderos. El zamorano, además de pusilánime, desprecia cuanto ignora. Y sabe tan poco, que duele su ignorancia. Los urbanitas somos arrogantes y altivos, cotillas y cuzos, necios y petulantes.
Tanta estolidez anida en nuestros cerebros urbanitas, que no nos damos cuenta, ya en este año 2020, que esta ciudad se morirá sin su sector primario; que la Zamora del Romancero se la comerá la historia, sin sus hombres y mujeres del agro. La decadencia de Zamora solo se detendrá cuando nuestra agricultura y ganadería sean respetadas como merecen por los políticos que dicen representarnos. Zamora es un gran pueblo agroganadero. Lo demás, zarandajas de intelectuales.
Eugenio-Jesús de Ávila
![[Img #34669]](http://eldiadezamora.es/upload/images/02_2020/2728_agro.jpg)
Yo no sé mucho de campo, de ganado. Distingo amapolas de violetas y de lirios, trigo de cebada, secano de regadío. Me casé en un pueblo de La Guareña, Argujillo. Hasta entonces fui un urbanita más. Ni puta idea de lo que era la agricultura y la ganadería. En aquellos años 80, aprendí más de las personas que laboran, que aman, que miman la tierra, que en todos mis años de Universidad. Me enseñaron a pensar más allá de mi persona. Sin estudios, con solo unos cuantos años de escuela, cuando había en los pueblos, sabían mucho más que yo. Cada día que entablaba conversación con aquella buena gente, mi cultura aumentaba.
A mí nunca se me ocurrió darles lecciones sobre las filosofías de Hegel, Kant, Schopenhauer; de literatura, de quién era Proust o Pessoa; de cine, ni Ford ni Coppola ni Welles. Elegí escuchar y hablar poco. Preferí preguntar, tomar el pulso de nuestra Zamora, la verdadera, la lígrima, la de siempre, la del campo. Me enseñaron a distinguir el trigo de la cebada; me contaron cómo se trabajaban las tierras en los años 40, 50 y 60, y como las tareas agropecuarias se fueron transformando con el tiempo; a conocer por qué se sembraban los cereales, el maíz y la remolacha en determinadas épocas; ellos fueron los mejores hombres del tiempo que he conocido, porque anunciaban lluvias o nevadas cuando el cielo se vestía de azul intenso y luminoso.
Aprendí mucho de los agricultores de Argujillo, muchos familia de mi ex mujer. Ya digo que carecían de títulos, ni tan si quiera el graduado escolar; pero nunca fui digno de impartir lecciones a quién sabía más que yo, un pobre pedante de ciudad; un tipo estirado, bien vestido y perfumado. El campo huele a naturaleza, el aroma más profundo que un ser humano puede respirar hasta que te acaricie los bronquios.
Aquella Arcadia empezó a desmoronarse cuando los políticos, urbanitas, nos vendieron a Europa, más todavía a Francia, que impuso sus reglas a Felipe González, si quería entrar en ese club de mercaderes. Nuestra agricultura pasó a la subvención, al reparto injusto de la PAC, al cierre de establos de ganado vacuno, más de 4.000 en esta provincia. Gracias a los sindicatos del campo, nuestros agricultores todavía viven y se pueden defender de las injusticias políticas, de las hostias que les vienen de todos las burocracias regionales, nacionales y europeas.
Y se acabó el relevo generacional. Los agricultores de la Dictadura y primeros años de democracia se fueron jubilando, recibiendo pensiones miserables; mientras los jóvenes, que ya habían estudiado, abandonaron las tareas agropecuarias. Son muy pocos los hombres que ahora se dedican a una de las profesiones más hermosas, duras, pero poéticas, en nuestra provincia. Pero también son los únicos que han alcanzado la categoría de ciudadanos, de zamoranos; porque luchan, porque no se humillan ni arrodillan ante el poder.
Aquí, en la ciudad, nos perdemos en debates sin hueso, en discusiones bizantinas, en tonterías varias. Se lucha por ocupar cargos, se busca la recomendación para emplearse en la función pública, ese nepotismo que no cesa. Lamento que, siendo esta ciudad obra de gente de los pueblos, porque hay pocos zamoranos nacidos en Zamora que carezcan de raíces en localidades de la provincia, se obvie tanto a nuestro campo, importe tampoco las cuitas de nuestros agricultores y ganaderos. El zamorano, además de pusilánime, desprecia cuanto ignora. Y sabe tan poco, que duele su ignorancia. Los urbanitas somos arrogantes y altivos, cotillas y cuzos, necios y petulantes.
Tanta estolidez anida en nuestros cerebros urbanitas, que no nos damos cuenta, ya en este año 2020, que esta ciudad se morirá sin su sector primario; que la Zamora del Romancero se la comerá la historia, sin sus hombres y mujeres del agro. La decadencia de Zamora solo se detendrá cuando nuestra agricultura y ganadería sean respetadas como merecen por los políticos que dicen representarnos. Zamora es un gran pueblo agroganadero. Lo demás, zarandajas de intelectuales.
Eugenio-Jesús de Ávila




























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