ZAMORANA
El campo, en pie de guerra
Ayer hablaron todos los medios de comunicación de la protesta multitudinaria que manifestaron los campesinos y ganaderos en Madrid frente al Ministerio de Agricultura para evidenciar su invisibilidad ancestral en las instituciones, acentuada cada vez más por distintos frentes que van estrechando el círculo de estos hombres y mujeres que decidieron quedarse en los pueblos y continuar la tarea de sus antepasados en el cuidado de la ganadería y de las tierras de labranza.
El campo, que ha sido en este país motor del avance económico en una época en la que Castilla se convirtió en el granero de España es ahora solo un reducto de su viejo esplendor de antaño. Los motivos son de sobra conocidos: el éxodo masivo en la segunda mitad del siglo pasado a las grandes ciudades en busca de un futuro mejor, provocó la primera ola del denominado vacío rural; la población se diezmó considerablemente y los pueblos subsistieron gracias a quienes se quedaron allí cultivando los campos y atendiendo la ganadería bovina, ovina y porcina fundamentalmente. En los pueblos aún se veían hatos de ovejas, en las afueras los ceboneros estaban llenos de cerdos de cría y muchas casas vivían de las vacas porque el ganado formaba parte de la vida rural, ya fuera para el consumo doméstico o como forma de vida.
Poco a poco los pueblos empezaron a decaer, la gente mayor se fue muriendo, las escuelas se vaciaron por falta de niños, desapareció la ganadería, el campo no tiene brazos suficientes e incluso ni merece la pena labrar como antes porque es Europa quien marca los límites y los fondos que se han recibido para el desarrollo rural no se destinaron a tal fin, lo que ha contribuido a que la situación sea insostenible.
De un tiempo a esta parte, debido a la grave situación de decadencia rural con el peligro que esto conlleva de pérdida de un patrimonio cultural indudable, las instituciones se están haciendo eco de los estragos de la despoblación, el abandono o el etnocidio silencioso como denominan ya muchos a este fenómeno que avanza en caída libre. Somos un país que no suele prever las necesidades a largo plazo, y hay sobrados ejemplos: hubo una época en que todos los jóvenes quisieron ser universitarios y se denostó la Formación Profesional hasta casi acabar con ella; creímos que el sol sería nuestra eterna fuente de ingresos en turismo, hasta que han llegado destinos más competitivos…etc.; en todos los casos no se ha orquestado un plan B y así nos va.
El campo y los pueblos necesitan de políticas urgentes para frenar esta debacle que no puede eludirse por más tiempo. Los agricultores de este país, incapaces de continuar con la situación actual, han tenido que hacer uso de la fuerza y manifestarse, y pretenden continuar hasta que se haga caso a sus demandas. Espero que algún Ministerio, Vicepresidencia o alto cargo de los incontables que forman el gobierno actual, se tome en serio este acuciante problema antes de que ya no haya solución posible porque hay mucho en juego.
Ayer hablaron todos los medios de comunicación de la protesta multitudinaria que manifestaron los campesinos y ganaderos en Madrid frente al Ministerio de Agricultura para evidenciar su invisibilidad ancestral en las instituciones, acentuada cada vez más por distintos frentes que van estrechando el círculo de estos hombres y mujeres que decidieron quedarse en los pueblos y continuar la tarea de sus antepasados en el cuidado de la ganadería y de las tierras de labranza.
El campo, que ha sido en este país motor del avance económico en una época en la que Castilla se convirtió en el granero de España es ahora solo un reducto de su viejo esplendor de antaño. Los motivos son de sobra conocidos: el éxodo masivo en la segunda mitad del siglo pasado a las grandes ciudades en busca de un futuro mejor, provocó la primera ola del denominado vacío rural; la población se diezmó considerablemente y los pueblos subsistieron gracias a quienes se quedaron allí cultivando los campos y atendiendo la ganadería bovina, ovina y porcina fundamentalmente. En los pueblos aún se veían hatos de ovejas, en las afueras los ceboneros estaban llenos de cerdos de cría y muchas casas vivían de las vacas porque el ganado formaba parte de la vida rural, ya fuera para el consumo doméstico o como forma de vida.
Poco a poco los pueblos empezaron a decaer, la gente mayor se fue muriendo, las escuelas se vaciaron por falta de niños, desapareció la ganadería, el campo no tiene brazos suficientes e incluso ni merece la pena labrar como antes porque es Europa quien marca los límites y los fondos que se han recibido para el desarrollo rural no se destinaron a tal fin, lo que ha contribuido a que la situación sea insostenible.
De un tiempo a esta parte, debido a la grave situación de decadencia rural con el peligro que esto conlleva de pérdida de un patrimonio cultural indudable, las instituciones se están haciendo eco de los estragos de la despoblación, el abandono o el etnocidio silencioso como denominan ya muchos a este fenómeno que avanza en caída libre. Somos un país que no suele prever las necesidades a largo plazo, y hay sobrados ejemplos: hubo una época en que todos los jóvenes quisieron ser universitarios y se denostó la Formación Profesional hasta casi acabar con ella; creímos que el sol sería nuestra eterna fuente de ingresos en turismo, hasta que han llegado destinos más competitivos…etc.; en todos los casos no se ha orquestado un plan B y así nos va.
El campo y los pueblos necesitan de políticas urgentes para frenar esta debacle que no puede eludirse por más tiempo. Los agricultores de este país, incapaces de continuar con la situación actual, han tenido que hacer uso de la fuerza y manifestarse, y pretenden continuar hasta que se haga caso a sus demandas. Espero que algún Ministerio, Vicepresidencia o alto cargo de los incontables que forman el gobierno actual, se tome en serio este acuciante problema antes de que ya no haya solución posible porque hay mucho en juego.
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