COSAS MÍAS
La despoblación como negocio
La despoblación, un gravísimo problema para provincias como la nuestra, se ha convertido en un negocio para medios de comunicación, como el periódico que organizó esa jornada, vacía, inane, huérfana de soluciones, y para los partidos políticos, causantes, con sus decisiones, de ese fenómeno demográfico, que no viene de ahora, sino de ha tiempo, con raíces ya en el primer franquismo, antes de que el régimen diera pasos hacia su modernización económica. Negocio también para otro tipo de empresas, asunto que conoce, a la perfección, Viriatos de Zamora.
La despoblación del medio rural traduce un cambio de mentalidad entre los habitantes del agro: prefieren abandonar sus pueblos, una forma de vida tradicional, basada en la agricultura y la ganadería, y emigrar a la ciudad para convertirse en asalariados. Sucedió. Ahora se intensifica.
Los hijos de los campesinos, desde los años 60, se formaron en las universidades, hecho transcendental también para entender ese cambio de filosofía. Una parte de la prole, mínima, se quedaba a continuar la labor de abuelos y padres, mientras los más dotados y dispuestos elegían estudiar para alejarse de las duras tareas del campo. Lógico. Ahora solo vuelven en periodos vacaciones o fiestas tradicionales. Solo se han quedado en el terruño los ancianos, los que dedicaron su vida a esa hermosa profesión, y algunos jóvenes, muy valientes, que invirtieron su capital en la tierra que les vio nacer para modernizar el sector primario.
El regreso a los orígenes de los hijos del agro, convertidos en urbanitas, se me antoja imposible. Se prefiere un trabajo menos duro, con un salario fijo, que deje tiempo suficiente para dedicarlo a la práctica del deporte, el estudio, la cultura, el espectáculo, que vivir en un pueblo, alejado de la ciudad, sin médico residente, ni escuela para los niños, ni acceso a las redes sociales.
La pequeña burguesía agraria eligió servir al Estado, en cualquiera de sus instituciones, o buscar el salario del capital. He ahí una de las razones de la despoblación, a la que añadiría el olvido político de los gobiernos centrales y autonómicos del sector primario, de los pueblos, porque los votos rurales apenas cuentan ya para los dirigentes de los partidos.
Pero la derrota del campo implica, como acontece en Zamora, el desmoronamiento de las estructuras económicas de la ciudad: cierres de comercios, escasa actividad económica, tedio juvenil, monotonía cultural, regreso del caciquismo, pérdida de calidad de vida, cansancio espiritual. Atravesar Santa Clara, rumbo a casa, a las diez de la noche, esclarece nuestra realidad: una ciudad muerta, sin pulso, apática, decadente.
¿Soluciones? Industrialización del sector primario, que sus magníficos productos se transformen aquí. Verbigracia: lo que Vicente Merino Febrero viene queriendo hacer desde hace 13 años, instalar una Biorrefinería Multifuncional en Barcial del Barco. La mayor inversión privada que se registrará en nuestra provincia en un siglo, si exceptuamos los saltos de Iberduero. No obstante, los enemigos del progreso, entre ellos la prensa local, siguen intentado que este proyecto fracase. Solo un dato: 180 millones de dólares de inversión. Tradúzcalo a pesetas.
La burguesía zamorana dependió, en tiempos pretéritos, a principios del siglo XX, del sector primario para progresar. Durante el franquismo, conocimos proyectos industriales extraordinarios, como los que lideraron las familias Regojo y Reglero. Después, en democracia, se hicieron ricos los empresarios que trabajaron para instituciones públicas, vinculados, estrechamente, a la casta política: en el caso de nuestra provincia, al PP, y a una institución: la Diputación.
Cierto, como he explicado en numerosos artículos, que Zamora empezó a deconstruirse cuando Felipe González aligeró a esta provincia de inversiones del Estado; pero tampoco es mentira que todo siguió funcionando hasta finales de la pasada centuria, cuando los agentes sociales empezaron a exigir al Estado, gobierno central o Junta, un trato paternalista con nuestra provincia, aquello de la discriminación positiva. Nada se consiguió. Ahora bien, empresarios y trabajadores consideraban ya que las inversiones estatales resultaban esenciales para la revitalización económica de la capital y de la provincia. Salvo algunas excepciones, bodegas toresanas, en la Tierra del Vino, queseros, cárnicas, pocos empresarios arriesgaron. Los zamoranos carecen, en general, de espíritu emprendedor, de carácter capitalista. Sin el amparo del Estado, pocos se aventuran a realizar una carrera industrial, nadie apuesta por un negocio.
El actual estado económico y demográfico de esta nuestra Zamora exige inversiones, por supuesto, del Estado. Monte La Reina podría ser un punto de inflexión. También que Adif ceda al Ayuntamiento de la capital los terrenos del complejo ferroviario. Y también se desea que se inviertan capitales. La comunión entre programas estatales y privados transformará esta provincia. Si uno de ellos, por razones políticas, como la llegada a Monte La Reina de una Unidad Militar; la transformación en Autovía de la N-122 entre Zamora y la frontera lusa y los terrenos de Adif para la instalación de empresas tecnológicas, y por la sinrazón del caciquismo local, como la Biorrefinería de Barcial, esta provincia terminará por ser una gran residencia de la tercera edad y un gigantesco cementerio. Mientras, unos y otros, hipócritas todos, intentarán hacer negocios con la despoblación, el cambio climático y el periodismo de relaciones públicas con el poder.
Eugenio-Jesús de Ávila
La despoblación, un gravísimo problema para provincias como la nuestra, se ha convertido en un negocio para medios de comunicación, como el periódico que organizó esa jornada, vacía, inane, huérfana de soluciones, y para los partidos políticos, causantes, con sus decisiones, de ese fenómeno demográfico, que no viene de ahora, sino de ha tiempo, con raíces ya en el primer franquismo, antes de que el régimen diera pasos hacia su modernización económica. Negocio también para otro tipo de empresas, asunto que conoce, a la perfección, Viriatos de Zamora.
La despoblación del medio rural traduce un cambio de mentalidad entre los habitantes del agro: prefieren abandonar sus pueblos, una forma de vida tradicional, basada en la agricultura y la ganadería, y emigrar a la ciudad para convertirse en asalariados. Sucedió. Ahora se intensifica.
Los hijos de los campesinos, desde los años 60, se formaron en las universidades, hecho transcendental también para entender ese cambio de filosofía. Una parte de la prole, mínima, se quedaba a continuar la labor de abuelos y padres, mientras los más dotados y dispuestos elegían estudiar para alejarse de las duras tareas del campo. Lógico. Ahora solo vuelven en periodos vacaciones o fiestas tradicionales. Solo se han quedado en el terruño los ancianos, los que dedicaron su vida a esa hermosa profesión, y algunos jóvenes, muy valientes, que invirtieron su capital en la tierra que les vio nacer para modernizar el sector primario.
El regreso a los orígenes de los hijos del agro, convertidos en urbanitas, se me antoja imposible. Se prefiere un trabajo menos duro, con un salario fijo, que deje tiempo suficiente para dedicarlo a la práctica del deporte, el estudio, la cultura, el espectáculo, que vivir en un pueblo, alejado de la ciudad, sin médico residente, ni escuela para los niños, ni acceso a las redes sociales.
La pequeña burguesía agraria eligió servir al Estado, en cualquiera de sus instituciones, o buscar el salario del capital. He ahí una de las razones de la despoblación, a la que añadiría el olvido político de los gobiernos centrales y autonómicos del sector primario, de los pueblos, porque los votos rurales apenas cuentan ya para los dirigentes de los partidos.
Pero la derrota del campo implica, como acontece en Zamora, el desmoronamiento de las estructuras económicas de la ciudad: cierres de comercios, escasa actividad económica, tedio juvenil, monotonía cultural, regreso del caciquismo, pérdida de calidad de vida, cansancio espiritual. Atravesar Santa Clara, rumbo a casa, a las diez de la noche, esclarece nuestra realidad: una ciudad muerta, sin pulso, apática, decadente.
¿Soluciones? Industrialización del sector primario, que sus magníficos productos se transformen aquí. Verbigracia: lo que Vicente Merino Febrero viene queriendo hacer desde hace 13 años, instalar una Biorrefinería Multifuncional en Barcial del Barco. La mayor inversión privada que se registrará en nuestra provincia en un siglo, si exceptuamos los saltos de Iberduero. No obstante, los enemigos del progreso, entre ellos la prensa local, siguen intentado que este proyecto fracase. Solo un dato: 180 millones de dólares de inversión. Tradúzcalo a pesetas.
La burguesía zamorana dependió, en tiempos pretéritos, a principios del siglo XX, del sector primario para progresar. Durante el franquismo, conocimos proyectos industriales extraordinarios, como los que lideraron las familias Regojo y Reglero. Después, en democracia, se hicieron ricos los empresarios que trabajaron para instituciones públicas, vinculados, estrechamente, a la casta política: en el caso de nuestra provincia, al PP, y a una institución: la Diputación.
Cierto, como he explicado en numerosos artículos, que Zamora empezó a deconstruirse cuando Felipe González aligeró a esta provincia de inversiones del Estado; pero tampoco es mentira que todo siguió funcionando hasta finales de la pasada centuria, cuando los agentes sociales empezaron a exigir al Estado, gobierno central o Junta, un trato paternalista con nuestra provincia, aquello de la discriminación positiva. Nada se consiguió. Ahora bien, empresarios y trabajadores consideraban ya que las inversiones estatales resultaban esenciales para la revitalización económica de la capital y de la provincia. Salvo algunas excepciones, bodegas toresanas, en la Tierra del Vino, queseros, cárnicas, pocos empresarios arriesgaron. Los zamoranos carecen, en general, de espíritu emprendedor, de carácter capitalista. Sin el amparo del Estado, pocos se aventuran a realizar una carrera industrial, nadie apuesta por un negocio.
El actual estado económico y demográfico de esta nuestra Zamora exige inversiones, por supuesto, del Estado. Monte La Reina podría ser un punto de inflexión. También que Adif ceda al Ayuntamiento de la capital los terrenos del complejo ferroviario. Y también se desea que se inviertan capitales. La comunión entre programas estatales y privados transformará esta provincia. Si uno de ellos, por razones políticas, como la llegada a Monte La Reina de una Unidad Militar; la transformación en Autovía de la N-122 entre Zamora y la frontera lusa y los terrenos de Adif para la instalación de empresas tecnológicas, y por la sinrazón del caciquismo local, como la Biorrefinería de Barcial, esta provincia terminará por ser una gran residencia de la tercera edad y un gigantesco cementerio. Mientras, unos y otros, hipócritas todos, intentarán hacer negocios con la despoblación, el cambio climático y el periodismo de relaciones públicas con el poder.
Eugenio-Jesús de Ávila
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