Miércoles, 08 de Octubre de 2025

Eugenio de Ávila
Jueves, 13 de Febrero de 2020
ZAMORANA

Társila y Hugo

[Img #35146]Me gusta ojear el almanaque en cada comienzo de año, comprobar las festividades y los días que son señalados para mí por las distintas efemérides acaecidas. Paso la hoja del anuario cada mañana y disfruto con el santoral del día, conmino a felicitar a quienes se llaman como el beato en cuestión, descubro nombres, conmemoraciones, curiosidades y las fiestas que se celebran en las diferentes ciudades de nuestra geografía.

 

Ayer, día doce de febrero, llegó al mundo Hugo, un niño regordete, sano y feliz justo al tiempo que recordaba el fallecimiento de un ser querido en esa misma fecha muchos años atrás; lo que me ratificó en la idea de que la vida es un círculo que comienza con el nacimiento y acaba con la muerte; ese principio y fin, el yin y el yang, el alfa y el omega que tanto han tratado las diferentes filosofías y que no es sino el recorrido vital, el desarrollo de la propia existencia que conforma cada uno con las habilidades y torpezas, alegrías y penas, cariño  y desamor, lo que se aprende y lo que se olvida. A lo largo de este trayecto es importante, aparte de lo aprendido, las personas con las que nos cruzamos y que irrumpen en la cotidianidad para enseñar, acompañar, amar y descubrirnos el mundo de una manera diferente, porque los seres humanos tendemos a socializar, a vivir en compañía, a buscar afectos entre nuestros semejantes y eso es lo que da sentido a una parte trascendental de la vida.

 

El hecho de que perdure el recuerdo de las personas que ya no están se debe precisamente a esta necesidad de socialización porque establecemos unos vínculos afectivos que tejen una sólida estructura social que se mantiene aún después de la muerte, enraizándonos con fuertes lazos sentimentales que constituyen la base más sólida para la pervivencia en el recuerdo.

 

Es obvio que cada día nace y muere gente, porque el ciclo vital debe renovarse y, como reza la sentencia popular, hay que hacer hueco para los que llegan, aprender de los que se han ido y mantener como legado lo que dejaron tras de sí, como expresaba Isabel Allende en boca de Eva Luna: “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”.

 

De mi abuela mantendré cada doce de febrero su recuerdo; de Hugo disfrutarán su presencia, su crecimiento y su despertar a la vida; y es en lo que significan los dos mundos: el presente y el ausente donde mejor se resume la esencia del vivir porque, como decía Benedetti: “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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