OPINIÓN
Cizallas contra la cizaña
Óscar de Prada López
Normalizar lo anormal, regular lo irregular, justificar lo injustificable ha sido el pan nuestro de cada día. Ahora más que nunca, oyendo y viendo y sabiendo el programa del “Ahora España”. En un mes revalorizan las pensiones, tratan la subida del SMI a los funcionarios e inician la desjudicialización de la política a todos los niveles. Pero al mismo tiempo plantan a un presidente interino que es recibido por autoridades en otros países, organizan un conflicto diplomático en Barajas donde acaban con el culo al aire y dejan que les mangonee ERC. ¿Alguna prueba más de cómo progre y progreso no son lo mismo?
Decía San Agustín que el verdadero amante de la paz ama a sus enemigos. Si es así, de lógica es pensar que ningún ministro de esta coalición ame la paz. Las últimas palabras de Adriana Lastra desde Almería, calificando de bárbaros al Ejecutivo conservador de Andalucía, sirven como muestra. Un chiste malo, viendo cómo ignora la herencia envenenada de casi 40 años de cortijo socialista. Su estrategia de acoso y derribo, minimizando todo error propio y magnificando todo lo ajeno, acaba por dar alas a esa oposición. El odio comparte con la pólvora dos cualidades: su volatilidad y sus dotes para correr.
No resulta tranquilizador que desde las más altas esferas haya quien avive el cainismo entre las cotas más bajas de la sociedad. Y es que nunca me han sido simpáticos los creadores de conflictos, como aquel Detritus de La cizaña al que César confiaba la tarea de extender la división entre los irreductibles galos de Armórica. Como moraleja de esa aventura se concluye que nadie es inmune al veneno de la desconfianza. Ni siquiera aquel que la instiga. Hay advertencias impagables, de ahí que no se vinculen con un acto tan deshonesto como la traición.
Suele ocurrir que un incendio crezca desde un hecho, a veces fortuito y otras veces deliberado (una chispa, una cerilla, un cristal roto que concentre los rayos del sol). Cuanto más tiempo se le da, más puede extenderse y resultar incontenible para cualquiera. La ambición del “Fénix de los Ingenuos” y sus socios de coalición cuenta con ese punto de suspense pirotécnico. Todos saben que quien juega con fuego se acaba quemando. Aunque muchos no quisieron este juego para España, ni para ellos mismos.
Normalizar lo anormal, regular lo irregular, justificar lo injustificable ha sido el pan nuestro de cada día. Ahora más que nunca, oyendo y viendo y sabiendo el programa del “Ahora España”. En un mes revalorizan las pensiones, tratan la subida del SMI a los funcionarios e inician la desjudicialización de la política a todos los niveles. Pero al mismo tiempo plantan a un presidente interino que es recibido por autoridades en otros países, organizan un conflicto diplomático en Barajas donde acaban con el culo al aire y dejan que les mangonee ERC. ¿Alguna prueba más de cómo progre y progreso no son lo mismo?
Decía San Agustín que el verdadero amante de la paz ama a sus enemigos. Si es así, de lógica es pensar que ningún ministro de esta coalición ame la paz. Las últimas palabras de Adriana Lastra desde Almería, calificando de bárbaros al Ejecutivo conservador de Andalucía, sirven como muestra. Un chiste malo, viendo cómo ignora la herencia envenenada de casi 40 años de cortijo socialista. Su estrategia de acoso y derribo, minimizando todo error propio y magnificando todo lo ajeno, acaba por dar alas a esa oposición. El odio comparte con la pólvora dos cualidades: su volatilidad y sus dotes para correr.
No resulta tranquilizador que desde las más altas esferas haya quien avive el cainismo entre las cotas más bajas de la sociedad. Y es que nunca me han sido simpáticos los creadores de conflictos, como aquel Detritus de La cizaña al que César confiaba la tarea de extender la división entre los irreductibles galos de Armórica. Como moraleja de esa aventura se concluye que nadie es inmune al veneno de la desconfianza. Ni siquiera aquel que la instiga. Hay advertencias impagables, de ahí que no se vinculen con un acto tan deshonesto como la traición.
Suele ocurrir que un incendio crezca desde un hecho, a veces fortuito y otras veces deliberado (una chispa, una cerilla, un cristal roto que concentre los rayos del sol). Cuanto más tiempo se le da, más puede extenderse y resultar incontenible para cualquiera. La ambición del “Fénix de los Ingenuos” y sus socios de coalición cuenta con ese punto de suspense pirotécnico. Todos saben que quien juega con fuego se acaba quemando. Aunque muchos no quisieron este juego para España, ni para ellos mismos.