OBITUARIO
Conrado Eguaras, un zamorano admirable e inolvidable
Recuerdo, mi admirado e inolvidable Conrado, la última vez que nos encontramos: tu venías del Mercado de Abastos, centro comercial del que eras tan buen cliente, de realizar tus compras cotidianas, porque te habías convertido en un perfecto amo de casa, pues la enfermedad de tu santa esposa, te obligaba a ello, y yo, con mi compañero Onís, me dirigía al Malú, a tomar nuestro café con leche de todos los días. Siempre nos parábamos para charlar un ratito. No mucho. Te preocupaba Zamora, te dolía España, la deriva de la política y de la amoralidad que padece nuestra sociedad; también me preguntabas por el estado de salud de mi padre, que fue tu amigo, del que, en breve, se cumplirá el primer aniversario de su partida hacia no se sabe dónde, y nos despedíamos hasta otro día. Por supuesto, casi siempre me hablabas de la Concha, con devoción, a mí, un ateo racional; pero lo hacías sin proselitismo.
Cuando dejaba de verte y volvía a encontrarte, te preguntaba qué te había pasado. Siempre la salud, y esos achaques propios de cualquier octogenario. Pero volvías a la carga, a las tareas cotidianas, a tus reflexiones, al cuidado exquisito a tu señora. Nunca te lo confesé en vida, caro Conrado, pero has sido una de las pocas personas que me acompañaron en mi camino hacia la nada que me transmitías paz, sosiego, calma y admiración. Eso es el carisma.
Me temo que nuestra Zamora, patria chica de Caín, no se portó bien contigo, no te hizo justicia, incluso te olvidó. Desconocen que tú, hace décadas, cuando la Romería de la Hiniesta era cosas de unos cuantos píos romeros, nada más que accediste a la Presidencia de la Cofradía más antigua de nuestra ciudad, la transformaste, la regresaste del medievo al siglo XX, la resucitaste. Y no te diste importancia alguna, porque tú eres un buen católico, y sabías aquello de que lo que haga tu mano derecha que no lo haga la izquierda. La gente ignora que el mayor movimiento de masas, de personas, hombres y mujeres, maduros y adolescentes, en toda nuestra provincia acontece en la Romería desde Zamora a La Hiniesta.
Y esa gente zamorana, tantas veces pusilánime, triste, muerta, torna en bizarra, alegre y viva, cuando se celebra el traslado de la Concha, de la Patrona de la Ciudad, al pueblo de su alfoz, donde se la festeja como a una reina. Y a ti se te debe ese milagro social, de que Zamora, la ciudad de la apatía, de “muaismo”, de la cobardía, sufra una metamorfosis tan profunda, aunque solo sea un par de días al año, los de la Romería y el 8 de septiembre.
Cuando supe que entrabas en una residencia de mayores, no de la tercera edad, porque tú siempre fuiste vencedor del tiempo, rival de Cronos, pensé que ya no volvería a verte. Supe di ti por los whatsaapps que le envíaba a tu hija preguntando por tu salud. Un día dejé de enviarle mi pregunta de siempre: “¿Qué tal sigue tu padre?”. Temía una respuesta negativa. Anoche me enteré que te habías ido, que la Concha, tu Virgen, te reclamó, que ya llevaba muchos años sin verte y que te quería muy cerca de ella, para que le susurrases palabras cariñosas mientras contemplabais cómo jugaba el Niño con las espigas de La Hiniesta.
Hasta siempre, mi caro Conrado, maestro de tantas cosas, ejemplo de vida, de persona. No te olvides de saludar a mi papá en mi nombre. Nos vemos a no tardar. Y seguiremos hablando de Zamora y de España, con el dolor que solo provoca la pasión por lo que se ama.
Eugenio-Jesús de Ávila
Recuerdo, mi admirado e inolvidable Conrado, la última vez que nos encontramos: tu venías del Mercado de Abastos, centro comercial del que eras tan buen cliente, de realizar tus compras cotidianas, porque te habías convertido en un perfecto amo de casa, pues la enfermedad de tu santa esposa, te obligaba a ello, y yo, con mi compañero Onís, me dirigía al Malú, a tomar nuestro café con leche de todos los días. Siempre nos parábamos para charlar un ratito. No mucho. Te preocupaba Zamora, te dolía España, la deriva de la política y de la amoralidad que padece nuestra sociedad; también me preguntabas por el estado de salud de mi padre, que fue tu amigo, del que, en breve, se cumplirá el primer aniversario de su partida hacia no se sabe dónde, y nos despedíamos hasta otro día. Por supuesto, casi siempre me hablabas de la Concha, con devoción, a mí, un ateo racional; pero lo hacías sin proselitismo.
Cuando dejaba de verte y volvía a encontrarte, te preguntaba qué te había pasado. Siempre la salud, y esos achaques propios de cualquier octogenario. Pero volvías a la carga, a las tareas cotidianas, a tus reflexiones, al cuidado exquisito a tu señora. Nunca te lo confesé en vida, caro Conrado, pero has sido una de las pocas personas que me acompañaron en mi camino hacia la nada que me transmitías paz, sosiego, calma y admiración. Eso es el carisma.
Me temo que nuestra Zamora, patria chica de Caín, no se portó bien contigo, no te hizo justicia, incluso te olvidó. Desconocen que tú, hace décadas, cuando la Romería de la Hiniesta era cosas de unos cuantos píos romeros, nada más que accediste a la Presidencia de la Cofradía más antigua de nuestra ciudad, la transformaste, la regresaste del medievo al siglo XX, la resucitaste. Y no te diste importancia alguna, porque tú eres un buen católico, y sabías aquello de que lo que haga tu mano derecha que no lo haga la izquierda. La gente ignora que el mayor movimiento de masas, de personas, hombres y mujeres, maduros y adolescentes, en toda nuestra provincia acontece en la Romería desde Zamora a La Hiniesta.
Y esa gente zamorana, tantas veces pusilánime, triste, muerta, torna en bizarra, alegre y viva, cuando se celebra el traslado de la Concha, de la Patrona de la Ciudad, al pueblo de su alfoz, donde se la festeja como a una reina. Y a ti se te debe ese milagro social, de que Zamora, la ciudad de la apatía, de “muaismo”, de la cobardía, sufra una metamorfosis tan profunda, aunque solo sea un par de días al año, los de la Romería y el 8 de septiembre.
Cuando supe que entrabas en una residencia de mayores, no de la tercera edad, porque tú siempre fuiste vencedor del tiempo, rival de Cronos, pensé que ya no volvería a verte. Supe di ti por los whatsaapps que le envíaba a tu hija preguntando por tu salud. Un día dejé de enviarle mi pregunta de siempre: “¿Qué tal sigue tu padre?”. Temía una respuesta negativa. Anoche me enteré que te habías ido, que la Concha, tu Virgen, te reclamó, que ya llevaba muchos años sin verte y que te quería muy cerca de ella, para que le susurrases palabras cariñosas mientras contemplabais cómo jugaba el Niño con las espigas de La Hiniesta.
Hasta siempre, mi caro Conrado, maestro de tantas cosas, ejemplo de vida, de persona. No te olvides de saludar a mi papá en mi nombre. Nos vemos a no tardar. Y seguiremos hablando de Zamora y de España, con el dolor que solo provoca la pasión por lo que se ama.
Eugenio-Jesús de Ávila
































David Vega Sanchez | Domingo, 23 de Febrero de 2020 a las 12:16:25 horas
Muchas gracias Eugenio, solo tu tendrías estas palabras que son de justicia para esta gran e irrecuperable persona, lo dicho Gracias y D.E.P.
Accede para votar (0) (0) Accede para responder