COSAS MÍAS
Los que odian a España y los que la venden
Las izquierdas españolas -pluralizo porque hay varias- odian a España, les disgustan términos como patria y nación. Prefieren sentirse internacionalistas, como buenos marxistas; hablar de país, de Estado, como los fascistas y comunistas. Admiten, paradoja, que los catalanes secesionistas se sientan patriotas; que los vascos, los racistas y los asesinos leninistas de ETA, besen la ikurriña, un trapo inventando por un enfermo, Sabino Arana, más racista que Hitler. Pero todo aquel que se sienta español, que se emocione con su himno, que ame su bandera, la misma de la I República; que se considere patriota y ame su nación, les parece facha, reaccionario, patético. La izquierda española es la única del mundo mundial que odia a su patria. No lo critico. Cada cual es libre de sentirse de donde le dé la real gana. Ya cantaba Facundo Cabral aquello de “no soy de aquí ni soy de allá y ser feliz es mi carné de identidad”.
Nuestra izquierda se siente más china, rusa, venezolana, cubana, nicaragüense, coreana del norte y de toda aquella nación dominada por gobiernos comunistas, e incluso iraní, una teocracia, ¡manda huevos! que de aquí. Ahora bien, les causa náuseas que se las defina como españolas. Les encanta cualquier trapo que no sea la rojigualda, bandera, como he dicho, de la I República. El morado de la II República representa el pendón carmesí de los Comuneros, que destiñó con el paso del tiempo. Lerroux, en homenaje a Castilla, la forjadora de España, eligió ese color para conformar la bandera republicana desde 1931. Muchos españoles ignoran por qué el color morado de la tricolor. En el mundo del periodismo local, la incultura histórica es superlativa.
Estas izquierdas se mataron entre ellas cuando la I República, cantonalismo y esas batallas domésticas, y después en la Guerra Civil: los socialistas entre ellos, los de Largo Caballero contra los de Indalecio Prieto; los de Negrín contra Besteiro; los comunistas contra los socialistas, contra los anarquistas, contra los trotskistas del POUM, llegaron a despellejar y asesinar a Andreu Nin, en una cheka de Madrid…
Las izquierdas españolas no han dado ni un solo pensador universal. Aquí no ha habido ni un Gramsci, ni un Sartre, un Althusser, un Bujarin… nada de nada. Solo copiaron y muy mal. Las izquierdas solo tienen en común su odio a la derecha, que, a su vez, no se considera tal, como si le diera vergüenza; a la bandera española y a España.
No conozco a un francés socialista, a un alemán socialista –el comunismo y el nacionalsocialismo están prohibidos-, a un ruso socialista, a cualquier socialista europeo, asiático o americano que no se sienta patriota y ame a su país, ni que odie a Francia, Alemania, Rusia, Estados Unidos, China, Camboya o Brasil. Ese extraño fenómeno solo es propio de las izquierdas españolas, huérfanas de personalidad, taradas por perder una guerra civil a causa de sus inquinas, aversiones y rencores mutuos. El odio siempre derrota a quienes lo sienten.
La izquierda española, la que admiro, la que respeto, la que recuerdo, fue la de gente como la Besteiro, que murió en un cárcel, en Carmona, prefirió morir con dignidad antes que tomar el camino del exilio; Simón Sánchez Montero, Marcelino Camacho, Nicolas Redondo Urbieta, que se pasaron media vida en prisión por enfrentarse a la dictadura.
Esta nación, España, carece de una derecha europea, pudo representarla Ciudadanos, y de una izquierda moderna, avanzada, nacional, que analice su historia y haga examen de conciencia; una izquierda nueva que critique sus corrupciones, que privilegie la ética, la nación y la libertad.
Las izquierdas españolas -pluralizo porque hay varias- odian a España, les disgustan términos como patria y nación. Prefieren sentirse internacionalistas, como buenos marxistas; hablar de país, de Estado, como los fascistas y comunistas. Admiten, paradoja, que los catalanes secesionistas se sientan patriotas; que los vascos, los racistas y los asesinos leninistas de ETA, besen la ikurriña, un trapo inventando por un enfermo, Sabino Arana, más racista que Hitler. Pero todo aquel que se sienta español, que se emocione con su himno, que ame su bandera, la misma de la I República; que se considere patriota y ame su nación, les parece facha, reaccionario, patético. La izquierda española es la única del mundo mundial que odia a su patria. No lo critico. Cada cual es libre de sentirse de donde le dé la real gana. Ya cantaba Facundo Cabral aquello de “no soy de aquí ni soy de allá y ser feliz es mi carné de identidad”.
Nuestra izquierda se siente más china, rusa, venezolana, cubana, nicaragüense, coreana del norte y de toda aquella nación dominada por gobiernos comunistas, e incluso iraní, una teocracia, ¡manda huevos! que de aquí. Ahora bien, les causa náuseas que se las defina como españolas. Les encanta cualquier trapo que no sea la rojigualda, bandera, como he dicho, de la I República. El morado de la II República representa el pendón carmesí de los Comuneros, que destiñó con el paso del tiempo. Lerroux, en homenaje a Castilla, la forjadora de España, eligió ese color para conformar la bandera republicana desde 1931. Muchos españoles ignoran por qué el color morado de la tricolor. En el mundo del periodismo local, la incultura histórica es superlativa.
Estas izquierdas se mataron entre ellas cuando la I República, cantonalismo y esas batallas domésticas, y después en la Guerra Civil: los socialistas entre ellos, los de Largo Caballero contra los de Indalecio Prieto; los de Negrín contra Besteiro; los comunistas contra los socialistas, contra los anarquistas, contra los trotskistas del POUM, llegaron a despellejar y asesinar a Andreu Nin, en una cheka de Madrid…
Las izquierdas españolas no han dado ni un solo pensador universal. Aquí no ha habido ni un Gramsci, ni un Sartre, un Althusser, un Bujarin… nada de nada. Solo copiaron y muy mal. Las izquierdas solo tienen en común su odio a la derecha, que, a su vez, no se considera tal, como si le diera vergüenza; a la bandera española y a España.
No conozco a un francés socialista, a un alemán socialista –el comunismo y el nacionalsocialismo están prohibidos-, a un ruso socialista, a cualquier socialista europeo, asiático o americano que no se sienta patriota y ame a su país, ni que odie a Francia, Alemania, Rusia, Estados Unidos, China, Camboya o Brasil. Ese extraño fenómeno solo es propio de las izquierdas españolas, huérfanas de personalidad, taradas por perder una guerra civil a causa de sus inquinas, aversiones y rencores mutuos. El odio siempre derrota a quienes lo sienten.
La izquierda española, la que admiro, la que respeto, la que recuerdo, fue la de gente como la Besteiro, que murió en un cárcel, en Carmona, prefirió morir con dignidad antes que tomar el camino del exilio; Simón Sánchez Montero, Marcelino Camacho, Nicolas Redondo Urbieta, que se pasaron media vida en prisión por enfrentarse a la dictadura.
Esta nación, España, carece de una derecha europea, pudo representarla Ciudadanos, y de una izquierda moderna, avanzada, nacional, que analice su historia y haga examen de conciencia; una izquierda nueva que critique sus corrupciones, que privilegie la ética, la nación y la libertad.




















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