Martes, 23 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Sábado, 29 de Febrero de 2020
COSAS MÍAS

Fuentes y otros espacios urbanos en el centro de Zamora: críticas y propuestas

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Prosigo hoy con mi plan de embellecer Zamora. Criticas y propuestas para que nuestra ciudad, esta ancianita venerable que nos cobija bajo el manto de su historia, rejuvenezca, se muestre más coqueta, digna y orgullosa de su estado físico, de su urbanismo, de sus plazas y rúas, plazuelas y calles.

 

Escribo sobre fuentes, elemento ornamental de indudable impacto por razones obvias, tanto estéticas como, por qué no, psicológicas: escuchar el rumor del agua en verano, cuando el sol castiga, siempre apetece y refresca el ambiente. Y, al respecto, afirmo que Zamora cuenta con la fontana más fea de España. ¿Cuál? La de la plaza de Alemania. Recuerdo que insistí, antes del primer mandato de Antonio Vázquez, que esa ágora, un atentado urbanístico, merecía una fuente digna, hermosa, epatante, que restase fealdad a la plaza. Pues hete aquí que mi deseo se hizo realidad. Pero con unas consecuencias desastrosas. Los chorros nunca ejercen su labor en sintonía. Parece aquello un ejército de agua manando por doquier, como el de Pancho Villa. Después, la envoltura resulta un atentado absoluto a la estética, y, además, rodeada de un jardín de piedras y cantos, ideal para manifestaciones de grupos ultras, de derechas o de izquierdas, que vienen a ser primos hermanos. ¡No hay algún arquitecto en Zamora, en el Ayuntamiento con gusto, con cierto sentido estético, que proponga a la Alcaldía una transformación de esa fontana! ¿Los zamoranos se sienten identificados con esa fuente? ¿Nos da todo igual?

 

Si seguimos desde la plaza de Alemania hacia San Torcuato, a mano izquierda, nos encontramos con la dedicada al Maestro, que goza de una fuente decorosa y una escultura estupenda; pero los jardines claman por una renovación: siembren tulipanes carmesí y césped, pódense los árboles como es debido, córtense las ramas secas.

 

Me desvío, en mi camino de fuente en fuente, hacia Santa Clara, y me doy de bruces con la plaza de Castilla y León, que ya me pone de mala hostia por lo de esa copulativa autonómica ahistórica. Otro secarral. Una pérgola y un parque infantil y bancos. Nada de nada. Una sobriedad que hace daño. No me extraña: Hacienda somos todos cierra la plaza por el norte.

 

Y avanzo por la arteria comercial más importante de la ciudad, casi toda ella con comercios franquicias, si exceptuamos a la Joyería Alba y Drogas Vaquero, para mirar de reojo a la plaza de la Constitución. No voy a enfatizar sobre ese espacio urbano porque ya expresé en el artículo de ayer mi opinión al respecto. Pero, antes de entrar en Sagasta, giro a la derecha, para introducirme en una de las plazas que podrían haber sido un deleite y que quedó en algo indefinible: arbolitos, muy bonito cuando florecen; y señales del templo de San Gil, más un parque infantil, otro más, que provocan un no sé qué nada plausible. Es un eclecticismo estético nada agradable. Me pregunto: ¿Por qué se soterró la iglesia, la pila bautismal y otros elementos? ¿Por qué no se buscó una fórmula, como he visto en otras ciudades, para que la base del templo se contemplara por parte de zamoranos y turistas? No entiendo nada.

 

Salgo de San Gil, también conocida como la plaza del Maestro Haedo, para entrar en Sagasta, donde el edificio de García Casado parece que se está adecentando. Ahí están los tres arbolitos, en floración, sobre un pedestal. Pero no sé nada de la estatua de Barrón “Adán, expulsado del Paraíso”. Ni tampoco dónde se ubicará y qué diseño se propondrá para potenciarla. Me temo lo peor.

 

Detengo por hoy mi paseo urbano, crítico y también de propuestas y sugerencias sobre las fontanas de centro de Zamora. Habrá más artículos sobre veneros de Zamora.

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