NOCTURNOS
Y ella se fue
Todo el amor que había guardado con tanto mimo para depositarlo en el cuenco de su alma se corrompió. Lo arrojé a la zahúrda de la ucronía. Hay pasiones que se mueren sin haber nacido.
Un día intuyes que puedes amar a cierta mujer. La tratas. La escuchas. La miras. Entonces preparas tu morada para recibir a ese ser tan femenino que, con un par de toques de distinción en el carmín de los labios y en sus pestañas de libélula; una caricia con los verbos y varios intercambios de ideas distintas y geniales, alumbra el oscuro rincón en el que te escondías de las parcas para regresar a la vida.
Pero sucede algo inesperado: un gesto, un detalle, una reacción vulgar, que te devuelve a la realidad, que te sacude los adentros, y te quedas como vacío, como si hubieras plantado un árbol en la luna.
Ahora, aquella mujer que era como un río, que se me desbordaba en las márgenes de mi carne; esa dama que se convirtió en nube para lloverme cuando tuviese sed de su gineceo, desapareció como la niebla en una mañana de estío, cuando el sol deja de jugar con el éter y se fija en el rocío de las amapolas.
Eugenio-Jesús de Ávila
Todo el amor que había guardado con tanto mimo para depositarlo en el cuenco de su alma se corrompió. Lo arrojé a la zahúrda de la ucronía. Hay pasiones que se mueren sin haber nacido.
Un día intuyes que puedes amar a cierta mujer. La tratas. La escuchas. La miras. Entonces preparas tu morada para recibir a ese ser tan femenino que, con un par de toques de distinción en el carmín de los labios y en sus pestañas de libélula; una caricia con los verbos y varios intercambios de ideas distintas y geniales, alumbra el oscuro rincón en el que te escondías de las parcas para regresar a la vida.
Pero sucede algo inesperado: un gesto, un detalle, una reacción vulgar, que te devuelve a la realidad, que te sacude los adentros, y te quedas como vacío, como si hubieras plantado un árbol en la luna.
Ahora, aquella mujer que era como un río, que se me desbordaba en las márgenes de mi carne; esa dama que se convirtió en nube para lloverme cuando tuviese sed de su gineceo, desapareció como la niebla en una mañana de estío, cuando el sol deja de jugar con el éter y se fija en el rocío de las amapolas.
Eugenio-Jesús de Ávila
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