Seducir tu alma para saborear tu carne

Quise seducir tu alma con la punta de mi inteligencia, con el sexo de mi talento. No quiero cuerpo alguno de una mujer para gozarlo, para entrarlo, para perderme en su gruta de estalactitas de hedonismo y estalagmitas de erotismo.

Tu arquitectura admiro mis sentidos. La vista dibujó tu carne. El oído escuchó tu canto de sirena. El tacto acarició solo la piel de tus manos. El olfato disfrutó con el aroma que emanaba de tus poros. El gusto quiso saborear tu saliva. Y el común supo que antes que tu cuerpo debía conquistar la cima de tu espíritu.

Tu belleza me conmovió. Fue tal el impacto la primera vez que mis ojos adivinaron la simetría de tu rostro y la geometría de tu cuerpo, que me tembló el esqueleto, balbuceé y pensé que te soñaba. Me produces un orgasmo estético cuando ocupas mi espacio, cuando levitas caminando, cuando te escucho sin oírte.

Pero tu hermosura, quasi divina, irreal, se diría que espiritual, jamás la consideré con jerarquía sobre tu alma. Hubiera despreciado el deleite que me habría procurado la cópula de nuestros cuerpos, sin antes conocer el sexo de tu seso, sin conquistar tu cerebro. Entrégame tu alma y yo penetraré en la bahía que dibujan tus ingles.

Eugenio-Jesús de Ávila