CON LOS CINCO SENTIDOS
Solo para valientes
Nélida L. del Estal Sastre
Me tocó ser madre de una niña especial. Todos lo son, qué tontería, pero esa personita que creció en mis entrañas vino con un regalo envenenado, a la vez que maravilloso. Paradoja perversa. Nunca me arrepentí de llevar una vida apresurada, agotadora y sacrificada, pero sí me he dado cuenta, después de tantos años de sufrimiento, de que la gente se aleja de ti si vislumbra un problema… Y se vuelve a acercar cuando ven que ya tienes todo controlado, después de años lidiando con el destino que te ha tocado vivir. A solas. El mundo está lleno de cobardes y los más cobardes siempre están demasiado cerca. Tengo que reconocer que me hubiese aburrido bastante si mi hija fuera perfecta, ahora no concibo una vida tranquila y relajada, parece que me faltase el aire si no surge algún problema de repente que haya que solucionar por la vía de la urgencia más absoluta. Me atenaza una tremenda ansiedad y ni me acuerdo ya de las veces en las que he renegado de mi situación, maldiciendo mi suerte y pidiendo al de arriba, si es que existe, que me dejara respirar y rascarme la barriga unos días… Ser padre de un niño con problemas no es para cobardes, ni para los que creen saberlo todo. Porque todos somos unos ignorantes hasta que se nos pone de frente el reto de sacar adelante a un ser cuya carita te pide a ayuda a gritos. A gritos. Pero son gritos sordos, de esos que solo se ven en los ojos de niños a los que pegan en el colegio, a los que ciertos docentes tratan como si fueran invisibles. Son niños que resurgen día a día de sus cenizas como el Ave Fénix, para regalarte una sonrisa, aunque después sean ignorados y vejados de nuevo. Lo he vivido y he parido a un ave de esas características, con las alas blancas y firmes, bien sujetas a la espalda, porque ya nació con ellas.
Me tocó ser madre de una niña especial. Todos lo son, qué tontería, pero esa personita que creció en mis entrañas vino con un regalo envenenado, a la vez que maravilloso. Paradoja perversa. Nunca me arrepentí de llevar una vida apresurada, agotadora y sacrificada, pero sí me he dado cuenta, después de tantos años de sufrimiento, de que la gente se aleja de ti si vislumbra un problema… Y se vuelve a acercar cuando ven que ya tienes todo controlado, después de años lidiando con el destino que te ha tocado vivir. A solas. El mundo está lleno de cobardes y los más cobardes siempre están demasiado cerca. Tengo que reconocer que me hubiese aburrido bastante si mi hija fuera perfecta, ahora no concibo una vida tranquila y relajada, parece que me faltase el aire si no surge algún problema de repente que haya que solucionar por la vía de la urgencia más absoluta. Me atenaza una tremenda ansiedad y ni me acuerdo ya de las veces en las que he renegado de mi situación, maldiciendo mi suerte y pidiendo al de arriba, si es que existe, que me dejara respirar y rascarme la barriga unos días… Ser padre de un niño con problemas no es para cobardes, ni para los que creen saberlo todo. Porque todos somos unos ignorantes hasta que se nos pone de frente el reto de sacar adelante a un ser cuya carita te pide a ayuda a gritos. A gritos. Pero son gritos sordos, de esos que solo se ven en los ojos de niños a los que pegan en el colegio, a los que ciertos docentes tratan como si fueran invisibles. Son niños que resurgen día a día de sus cenizas como el Ave Fénix, para regalarte una sonrisa, aunque después sean ignorados y vejados de nuevo. Lo he vivido y he parido a un ave de esas características, con las alas blancas y firmes, bien sujetas a la espalda, porque ya nació con ellas.
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