Miércoles, 12 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Martes, 07 de Abril de 2020
PASIÓN

La inflexión de la Semana Santa

Recuerdo de la Semana Santa del año 2012

[Img #37329]Nacer para morir. Mientras, amar, soñar, reflexionar, pensar, reír y llorar. Somos agua en el tiempo. Agua que se seca, agua de lágrimas, que se evapora, que se transforma en nube y llueve hasta encontrarse con la ucronía. El zamorano, desde niño, aún gota de agua, aprende que, cuando la primavera se anuncia, las calles se cubren de gente, de aquí, de allá, ricos y pobres, políticos y ciudadanos. ¿Qué pasa en la ciudad del alma para que sufra tal metamorfosis? Estamos ante el misterio de la Semana Santa.

No es mi intención  ponerme lírico en este primer artículo sobre la Semana Santa de 2012. Yo también sufro esta crisis económica: he perdido mi capital poético. Ya no creo en nadie. Tiré religiones e ideologías a la zahúrda del olvido. No tengo nada. Mis recuerdos semanasanteros, enraizados en la tierna infancia, no me conmueven, no flagelan la espalda de mi alma. No me provoca emociones escuchar a Thalberg ni ver bailar el “Cinco de Copas”.

Yo no soy aquel niño-adolescente que solo pensaba en cubrirse con túnicas y caperuces, de estameña, laval o terciopelo, para acompañar cristos y vírgenes por las viejas rúas de la Zamora que fue y ya no es, y las amplias avenidas de la Zamora que es y nunca fue. Entonces, tenía fe, creía en algo. Ahora, observo a los otros, a los que sintieron como yo antaño y aún, transcurridas tres décadas, parecen mantener aquella fe. No los admiro. Más bien los observo y reflexiono sobre sus formas de obrar. Me hago preguntas y no encuentro respuesta a esa permanencia en el tiempo de sus postulados religiosos. Si fuera licenciado en Psicología, quizá hallase una razón a sus conductas, tan incomprensibles para mi escaso cerebro. Confieso que a los veintitantos años sufrí una crisis espiritual absoluta que me retiró de la vida semanasantera. Después  he intentado encontrar en los demás lo que perdí en mi interior.

He preguntado a ciertos amigos, como si estuviera realizando un trabajo de campo sociológico,  que aún siguen desfilando, cubiertos sus rostros con el caperuz, por la causa esencial que, año tras año, los lleva al Espíritu Santo, a la Catedral o San Juan. Y no aciertan a darme una explicación convincente. La respuesta más común es que siguen siendo cofrades por “tradición”, que es obligación en el tiempo, algo que hacer por inercia, porque sí, pero sin buscar en la inteligencia su razón primigenia. Por fe, por creencias, pocos son los que nutren las filas de las procesiones. La Semana Santa ha perdido su apellido ha tiempo. Ahora es otra cosa. Que la definan sus protagonistas. Yo no me atrevo.

Mi memoria recuerda cómo era la Semana Santa del Tardofranquismo. Mi memoria sabe que todo cambió en las entrañas de nuestra forma de representar y sentir la Pasión, desde que los políticos le pusieron el título de “Interés Turístico Internacional”. Ese fue el punto de inflexión que marcó el paso de la fe al negocio, de la penitencia al hedonismo, de la austeridad a la sensualidad. ¿Fue para bien? Lo ignoro. Es lo que hay. No lo critico. No me incumbe. Soy coherente. Fui semanasantero. Solo eso.

Eugenio-Jesús de Ávila

(Articulo publicado en El Día de Zamora, Semana Santa de 2012)

Fotografía: Esteban Pedrosa

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