Si somos verbo, por qué guardamos silencio

“En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. ¡Cómo me ordenas guardar silencio en esta ciudad que no sabe hablar, que le da miedo pronunciar una sola palabra! ¡Cómo pretendéis que guarde silencio si quiero amar a una mujer, pronunciar su nombre, esculpirlo con mi voz, escribirlo en las aguas del Duero!

Si el Verbo era Dios, ¡dejadme hablar, gritar, vocear la palabra amor! Os regalo las palabras odio, envidia, felonía, terror, asesinato, corrupción… Yo me quedo con la belleza de la palabra hablada, con el latido de la palabra pronunciada, con el beso que doy en cada palabra que escribo. No me obligues a callar. Soy un ser libérrimo, nacido para morirme. Desde el pañal a la mortaja quiero amar, vaciarme de pasión, dejar mi alma en otra alma, perder mi egoísmo, mi vanidad, mi estolidez. Amo, luego existo. Sin amor no hay vida. Sin palabras no hay amor. Porque mis verbos son besos y abrazos, cópulas de vocales y consonantes que deposito en el ara de tus tímpanos, que traduzcan tus hermosos ojos cuando las lea. Pronuncia la palabra amor y tu boca se ahogará en saliva, tu lengua besará el paladar, con un dulce ósculo. Habla y te amaré.

El silencio en Zamora es blanco de estameña y rojo de terciopelo. El silencio cubre cuerpos y cabezas. El silencio no se pronuncia. El silencio en la ciudad del alma se jura, como se promete o jura amar eternamente. Yo solo amo hoy. Quizá mañana solo conjugue el verbo amar en pretérito. Pero a la mujer que amo, intuyo, me enseñará a conjugarlo en futuro.

Y, cuando me lleven las parcas más allá de la nada, porque soy, sois, somos, polvo en el tiempo, querrán que guarde silencio, pero no creo que me calle ni en el Averno, donde, si me dieran elegir, iría.

Solo os digo que, cuando tuve uso de razón, decidí darme de baja en la cofradía del Silencio. A mí nadie me roba la palabra, aunque me la alquilen por un par de horas y media.