PASIÓN POR ZAMORA
Cinco copas para Thalberg
El “Cinco de Copas”, “Camino del Calvario”, no sería el grupo escultórico más querido por el vulgo, sin la marcha de Thalberg, ni obra del compositor suizo-alemán significaría nada para los zamoranos si no empujase, envalentonase, potenciase a los cargadores que soportan el paso durante más de ocho horas, desde la del Viernes Santo hasta más allá del mediodía. Esta música se convierte en sangre que fluye por arterias y venas de los sufridos portadores del grupo guía de la cofradía más espectacular de nuestra Pasión, que sin los acordes de esta música, nunca elegirían levantar ese peso en la iglesia de San Juan, ni, por supuesto, sacarlo a la calle para soportar un tremendo sufrimiento durante la mañana del día más importante del cristianismo.
Thalberg nunca habría imaginado que su música protagonizaría las horas más esenciales de la Semana Santa de Zamora. El músico suizo nunca conoció existencia de una ciudad leonesa, al lado de la nación hermana lusa, pequeña y románica, Zamora, con querencia por las labores agrícolas y el pastoreo de ovejas, cabras y ganado vacuno, que hizo de una de sus marchas el himno que emociona a todos los zamoranos, creyentes o ateos; y los conduce al éxtasis, a la euforia, a creerse distintos y diferentes, orgullosos y honrados.
La música es el idioma de Dios para hablar con los hombres. Zamora se transforma en ciudad de igualdad, libertad y fraternidad todos los Viernes Santo, cuando suena la Marcha de Thalberg.
Eugenio-Jesús de Ávila
El “Cinco de Copas”, “Camino del Calvario”, no sería el grupo escultórico más querido por el vulgo, sin la marcha de Thalberg, ni obra del compositor suizo-alemán significaría nada para los zamoranos si no empujase, envalentonase, potenciase a los cargadores que soportan el paso durante más de ocho horas, desde la del Viernes Santo hasta más allá del mediodía. Esta música se convierte en sangre que fluye por arterias y venas de los sufridos portadores del grupo guía de la cofradía más espectacular de nuestra Pasión, que sin los acordes de esta música, nunca elegirían levantar ese peso en la iglesia de San Juan, ni, por supuesto, sacarlo a la calle para soportar un tremendo sufrimiento durante la mañana del día más importante del cristianismo.
Thalberg nunca habría imaginado que su música protagonizaría las horas más esenciales de la Semana Santa de Zamora. El músico suizo nunca conoció existencia de una ciudad leonesa, al lado de la nación hermana lusa, pequeña y románica, Zamora, con querencia por las labores agrícolas y el pastoreo de ovejas, cabras y ganado vacuno, que hizo de una de sus marchas el himno que emociona a todos los zamoranos, creyentes o ateos; y los conduce al éxtasis, a la euforia, a creerse distintos y diferentes, orgullosos y honrados.
La música es el idioma de Dios para hablar con los hombres. Zamora se transforma en ciudad de igualdad, libertad y fraternidad todos los Viernes Santo, cuando suena la Marcha de Thalberg.
Eugenio-Jesús de Ávila



























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