CON LOS CINCO SENTIDOS
Al lado del río
Nélida L. del Estal Sastre
Con los pies desnudos y mojados por el agua, sentados ambos en el embarcadero, me enseñaste que la vida no es sencilla.
La gente se va y no vuelves a verla jamás porque no puede regresar cuando se la lleva el viento. Me enseñaste que no existe el destino y que cada uno de los que pueblan la tierra mira por sí mismo, casi exclusivamente.
Me dijiste que la existencia, a veces, está más llena de espinas que de rosas y que las sonrisas no siempre son sinceras ni salen de dentro del corazón, traspasando el pecho y llegando a la comisura de labios y ojos.
Me susurraste al oído que el odio es un sentimiento demasiado importante e intenso como para mantenerlo en el tiempo por alguien que no merece la pena. Que el amor no es posesión de otra persona, que el verdadero amor te deja volar cual mariposa buscando el néctar de cada flor, el calor de cada verano o el renacer de cada primavera. Que, cuando llega el invierno al amor, es hora de partir y emigrar y alegrarte porque quien amas encontró, finalmente, su camino, aunque no te llevara consigo.
Mientras hacías bucles con mi pelo ondulado entre tus dedos de pianista, me explicaste que el temor es de valientes.
Que el que no teme a nada es porque nada malo le aconteció o porque no aprecia el hecho de estar vivo. Que llorar no es de débiles, sino de fuertes que reconocieron que algo les sobrepasó, aunque lo sigan intentando una y otra vez.
Que las lágrimas que se deslizaban por mis ojos cuando te llevó el viento del norte fueron a parar al río donde te volveré a encontrar siempre que te necesite o te eche en falta.
Con los pies desnudos y mojados por el agua, sentados ambos en el embarcadero, me enseñaste que la vida no es sencilla.
La gente se va y no vuelves a verla jamás porque no puede regresar cuando se la lleva el viento. Me enseñaste que no existe el destino y que cada uno de los que pueblan la tierra mira por sí mismo, casi exclusivamente.
Me dijiste que la existencia, a veces, está más llena de espinas que de rosas y que las sonrisas no siempre son sinceras ni salen de dentro del corazón, traspasando el pecho y llegando a la comisura de labios y ojos.
Me susurraste al oído que el odio es un sentimiento demasiado importante e intenso como para mantenerlo en el tiempo por alguien que no merece la pena. Que el amor no es posesión de otra persona, que el verdadero amor te deja volar cual mariposa buscando el néctar de cada flor, el calor de cada verano o el renacer de cada primavera. Que, cuando llega el invierno al amor, es hora de partir y emigrar y alegrarte porque quien amas encontró, finalmente, su camino, aunque no te llevara consigo.
Mientras hacías bucles con mi pelo ondulado entre tus dedos de pianista, me explicaste que el temor es de valientes.
Que el que no teme a nada es porque nada malo le aconteció o porque no aprecia el hecho de estar vivo. Que llorar no es de débiles, sino de fuertes que reconocieron que algo les sobrepasó, aunque lo sigan intentando una y otra vez.
Que las lágrimas que se deslizaban por mis ojos cuando te llevó el viento del norte fueron a parar al río donde te volveré a encontrar siempre que te necesite o te eche en falta.
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