REFLEXIONES DE UN PINCHE FELIZ (XXV)
La épica de Tolkien
Tenía doce años cuando cayó en mis manos un libro que cambió mi visión de la vida para siempre, El Hobbit, quizá buena parte de mi destino literario se forjara en aquel momento, ávido de aventuras, de épicas hazañas y grandes valores.
Desde entonces, mi vida imaginaria estuvo plagada de Hobbits, enanos y elfos. A la lectura del hobbit, en poco tiempo se fueron sucediendo la de otros como El señor de los anillos, El Silmalirión, Egidio el granjero de Ham, Las aventuras de Tom Bombadil...y la existencia en aquellos días empezó a tomar la forma de la Tierra Media, las pequeñas encrucijadas del día a día comenzaron a llamarse aventuras y los árboles, la naturaleza dejaron de ser simplemente un marco de fondo de las andanzas para ser algo más, para cobrar vida, conciencia.
En mi imaginación comenzó a crecer un gran anhelo por conocer los lugares aún no explorados, por hollar tierras ignotas, por descubrir caminos olvidados que ya nadie recordaba. Al mismo tiempo, adentrándome en el entramado y profundo bosque que es la obra de Tolkien, empece a cultivar el amor por los objetos hermosos creados con las manos, con ingenio, con magia. El amor por lo bello, una de las grandes enseñanzas de Tolkien, por la orfebrería, la cartografía, la primitiva belleza de las runas, la sutil inmortal belleza de la magia élfica.
Pero hay muchos otros valores con los que nos encontramos en su épica obra, como el coraje, el valor, la amistad, el amor, la dulzura. Muchos valores tan necesarios hoy, tan necesarios siempre. Y si no como iba a tolerar Frodo el hastío y fatiga de su azaroso viaje sin su estoicismo, la constancia y perseverancia de Gandalf, la determinación de Feanör, el desafío a la tiranía y la soberbia a través de la valentía de Aragorn, la amistad en mayúsculas de Bilbo, que no abandonó a sus amigos en el Bosque Negro, o la de San que no abandona a Frodo a su pesar. Tolkien arrojó sobre mí algo más que una bella mirada literaturizante. Ya ningún árbol quedó libre de la comparación con los rasgos de un Ent, un pastor de árboles. Ya ningún mar me encontró sin la imaginaria voluntad de navegar hasta los confines de su horizonte. Ya ningún cielo dejo de recordarme el brillo de Elbereth, la blanca estrella de los primeros elfos, sobre Lothórien. Ya ninguno de mis imaginarios amigos de la Tierra Media se apartó de mí, siempre vivos y únicos en mi mente, nunca habrá ningún Viggo Mortensen que se compare con mi Aragorn, ni Elijah Wood que tenga el porte de mi Hobbit, con todos los respetos , claro.
Ya no camino por un bosque viendo solo leña, ya no me enfrento a una colina entendiéndola tan solo como un obstáculo, ya no contemplo el mar o el río y solo veo agua...sino que anhelo partir a ver las grandes montañas, deseo oler los pinos, oír las cascadas, explorar cavernas, llevar un mágico bastón para lidiar con las dificultades...
Hay mucho en Tolkien de valores y virtudes humanas, pero también de defectos, mezquinas ansias de poder, maléficos destinos y dolor, muerte y sufrimiento. En definitiva podemos apreciar mucho en su obra de las vicisitudes de la humanidad, de sus tribulaciones y sufrimientos, pero también de esperanza, de superación, de solidaridad, de entrega y lucha en busca de La Paz y de una vida mejor. Nos va hacer falta, entre otras muchas cosas, la épica de Tolkien. Yo ahí lo dejo.
"...nunca pensé en este final, dijo Pippin. ¿Final? -contesto Gandalf- No, el viaje no concluye aquí. La muerte es solo otro sendero, que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve... ¿Qué, Gandalf? ¿Qué se vé?, inquirió nervioso el hobbit. La blanca orilla ...surruró el mago... y más allá, la inmensa campiña verde, tendida ante un fugaz amanecer...
Bueno eso no está mal....
No, no desde luego."
*fragmento dialogo El Señor de los Anillos.
Rciardo Campos Palero
Tenía doce años cuando cayó en mis manos un libro que cambió mi visión de la vida para siempre, El Hobbit, quizá buena parte de mi destino literario se forjara en aquel momento, ávido de aventuras, de épicas hazañas y grandes valores.
Desde entonces, mi vida imaginaria estuvo plagada de Hobbits, enanos y elfos. A la lectura del hobbit, en poco tiempo se fueron sucediendo la de otros como El señor de los anillos, El Silmalirión, Egidio el granjero de Ham, Las aventuras de Tom Bombadil...y la existencia en aquellos días empezó a tomar la forma de la Tierra Media, las pequeñas encrucijadas del día a día comenzaron a llamarse aventuras y los árboles, la naturaleza dejaron de ser simplemente un marco de fondo de las andanzas para ser algo más, para cobrar vida, conciencia.
En mi imaginación comenzó a crecer un gran anhelo por conocer los lugares aún no explorados, por hollar tierras ignotas, por descubrir caminos olvidados que ya nadie recordaba. Al mismo tiempo, adentrándome en el entramado y profundo bosque que es la obra de Tolkien, empece a cultivar el amor por los objetos hermosos creados con las manos, con ingenio, con magia. El amor por lo bello, una de las grandes enseñanzas de Tolkien, por la orfebrería, la cartografía, la primitiva belleza de las runas, la sutil inmortal belleza de la magia élfica.
Pero hay muchos otros valores con los que nos encontramos en su épica obra, como el coraje, el valor, la amistad, el amor, la dulzura. Muchos valores tan necesarios hoy, tan necesarios siempre. Y si no como iba a tolerar Frodo el hastío y fatiga de su azaroso viaje sin su estoicismo, la constancia y perseverancia de Gandalf, la determinación de Feanör, el desafío a la tiranía y la soberbia a través de la valentía de Aragorn, la amistad en mayúsculas de Bilbo, que no abandonó a sus amigos en el Bosque Negro, o la de San que no abandona a Frodo a su pesar. Tolkien arrojó sobre mí algo más que una bella mirada literaturizante. Ya ningún árbol quedó libre de la comparación con los rasgos de un Ent, un pastor de árboles. Ya ningún mar me encontró sin la imaginaria voluntad de navegar hasta los confines de su horizonte. Ya ningún cielo dejo de recordarme el brillo de Elbereth, la blanca estrella de los primeros elfos, sobre Lothórien. Ya ninguno de mis imaginarios amigos de la Tierra Media se apartó de mí, siempre vivos y únicos en mi mente, nunca habrá ningún Viggo Mortensen que se compare con mi Aragorn, ni Elijah Wood que tenga el porte de mi Hobbit, con todos los respetos , claro.
Ya no camino por un bosque viendo solo leña, ya no me enfrento a una colina entendiéndola tan solo como un obstáculo, ya no contemplo el mar o el río y solo veo agua...sino que anhelo partir a ver las grandes montañas, deseo oler los pinos, oír las cascadas, explorar cavernas, llevar un mágico bastón para lidiar con las dificultades...
Hay mucho en Tolkien de valores y virtudes humanas, pero también de defectos, mezquinas ansias de poder, maléficos destinos y dolor, muerte y sufrimiento. En definitiva podemos apreciar mucho en su obra de las vicisitudes de la humanidad, de sus tribulaciones y sufrimientos, pero también de esperanza, de superación, de solidaridad, de entrega y lucha en busca de La Paz y de una vida mejor. Nos va hacer falta, entre otras muchas cosas, la épica de Tolkien. Yo ahí lo dejo.
"...nunca pensé en este final, dijo Pippin. ¿Final? -contesto Gandalf- No, el viaje no concluye aquí. La muerte es solo otro sendero, que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve... ¿Qué, Gandalf? ¿Qué se vé?, inquirió nervioso el hobbit. La blanca orilla ...surruró el mago... y más allá, la inmensa campiña verde, tendida ante un fugaz amanecer...
Bueno eso no está mal....
No, no desde luego."
*fragmento dialogo El Señor de los Anillos.
Rciardo Campos Palero
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