OPINIÓN
Una carrera con el cansino
Óscar de Prada López
A principios del siglo XX, la carrera hacia el Polo era uno de los pocos retos que les quedaban a los exploradores. Resulta curioso cómo estas hazañas despiertan controversia desde el mismo momento de su culminación. Robert Peary afirmó haber llegado a la cima del mundo, el punto más septentrional del planeta, el 6 de abril de 1906. Pero sus pruebas no resultaron concluyentes y, a día de hoy, aún se duda de si realmente lo logró o si falsificó sus evidencias. Puestos a alcanzar la gloria, algunos no dudan en pagar con sus propios principios como moneda de cambio. Denostar al adversario no es mérito exclusivo del arco político pero sí uno de los más apreciables / despreciables en esta época de hipotético progreso.
Seguramente, Sánchez creyó alcanzar la cumbre aquel 1 de junio de 2018. Pronto hará dos años de su moción de censura contra Rajoy y seguimos con los PGE de Montoro, nada menos. Entre prórrogas del estado de alarma y prórrogas presupuestarias, uno se pregunta cuándo llegaremos a la tanda de penaltis. El Fénix de los Ingenuos podrá soplar las velas, sintiéndose imbatible, sin recordar su expulsión del paraíso socialista. Entre los que posibilitaron tal caída, muchos aún presentes en una u otra presidencia, parece haberse extinguido el espíritu autocrítico. O quizás no. Lambán, el presidente de Aragón, ya advirtió el pasado mes de abril que salvar vidas está muy por delante de salvar políticamente el colchón en Moncloa.
Contaba Julio Anguita en una asamblea de Coín, allá por 2015, que medía a las fuerzas políticas por lo que hacen. Y a este respecto, pásmense, afirmaba: “Y aunque sea de la extrema derecha, si es un hombre decente y los otros son unos ladrones, votad al de la extrema derecha”. Como remate ante su auditorio: “Votad al honrado, al ladrón no lo votéis aunque tenga la hoz y el martillo. Esta es la diferencia de un pueblo inteligente”. Se nota que era profesor. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Igual convendría recordarle estas declaraciones a Garzón o a Iglesias, quienes dudo lleguen a ser tan pragmáticos por el bienestar común.
Nadie parece reparar en que vivimos un estado de alarma perenne, mucho antes del 14 de marzo. Aunque festejen con confeti y fuegos artificiales su cese, seguiremos alarmados por tener precisamente a un zurcefrenillos de baranda. El covid-19 puede llevarse por delante la sociedad, la economía, la cultura, el transporte, la forma de relacionarnos, etcétera. Pero ciertas condenas son más efectivas por lo que dejan y no por lo que quitan al condenado. El que avisa no es traidor, aunque siempre hay una excepción a la regla. Hablando del rey de Roma, incluso Judas Iscariote se arrepintió. ¿Se habrán arrepentido otros de malgastar su voto en Sánchez, por dos generales consecutivas, el pasado año? Chi lo sa?
A principios del siglo XX, la carrera hacia el Polo era uno de los pocos retos que les quedaban a los exploradores. Resulta curioso cómo estas hazañas despiertan controversia desde el mismo momento de su culminación. Robert Peary afirmó haber llegado a la cima del mundo, el punto más septentrional del planeta, el 6 de abril de 1906. Pero sus pruebas no resultaron concluyentes y, a día de hoy, aún se duda de si realmente lo logró o si falsificó sus evidencias. Puestos a alcanzar la gloria, algunos no dudan en pagar con sus propios principios como moneda de cambio. Denostar al adversario no es mérito exclusivo del arco político pero sí uno de los más apreciables / despreciables en esta época de hipotético progreso.
Seguramente, Sánchez creyó alcanzar la cumbre aquel 1 de junio de 2018. Pronto hará dos años de su moción de censura contra Rajoy y seguimos con los PGE de Montoro, nada menos. Entre prórrogas del estado de alarma y prórrogas presupuestarias, uno se pregunta cuándo llegaremos a la tanda de penaltis. El Fénix de los Ingenuos podrá soplar las velas, sintiéndose imbatible, sin recordar su expulsión del paraíso socialista. Entre los que posibilitaron tal caída, muchos aún presentes en una u otra presidencia, parece haberse extinguido el espíritu autocrítico. O quizás no. Lambán, el presidente de Aragón, ya advirtió el pasado mes de abril que salvar vidas está muy por delante de salvar políticamente el colchón en Moncloa.
Contaba Julio Anguita en una asamblea de Coín, allá por 2015, que medía a las fuerzas políticas por lo que hacen. Y a este respecto, pásmense, afirmaba: “Y aunque sea de la extrema derecha, si es un hombre decente y los otros son unos ladrones, votad al de la extrema derecha”. Como remate ante su auditorio: “Votad al honrado, al ladrón no lo votéis aunque tenga la hoz y el martillo. Esta es la diferencia de un pueblo inteligente”. Se nota que era profesor. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Igual convendría recordarle estas declaraciones a Garzón o a Iglesias, quienes dudo lleguen a ser tan pragmáticos por el bienestar común.
Nadie parece reparar en que vivimos un estado de alarma perenne, mucho antes del 14 de marzo. Aunque festejen con confeti y fuegos artificiales su cese, seguiremos alarmados por tener precisamente a un zurcefrenillos de baranda. El covid-19 puede llevarse por delante la sociedad, la economía, la cultura, el transporte, la forma de relacionarnos, etcétera. Pero ciertas condenas son más efectivas por lo que dejan y no por lo que quitan al condenado. El que avisa no es traidor, aunque siempre hay una excepción a la regla. Hablando del rey de Roma, incluso Judas Iscariote se arrepintió. ¿Se habrán arrepentido otros de malgastar su voto en Sánchez, por dos generales consecutivas, el pasado año? Chi lo sa?