Domingo, 21 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín
Martes, 19 de Mayo de 2020
ZAMORANA

Con el agua al cuello

[Img #39346]Vivimos en una sociedad compartimentada, llena de burbujas que apenas se rozan entre sí dependiendo del estatus social que se ostente en la sociedad: los ricos y los pobres, los poderosos y los trabajadores, los que viven en la opulencia y los que se mueren de hambre, los que mandan y los que obedecen. Todos estamos inmersos en mundos propios clasificados y diferentes entre sí,  intentando vivir lo mejor posible en nuestra pequeña cuadrícula. También existen grandes alianzas entre semejantes: los ricos, los que mandan y los poderosos van juntos en la misma pompa; luego están los otros: los trabajadores, los que obedecen y quienes dependen de un salario; y por último, en la escala más inferior están los desprotegidos, los sin techo, los marginales, los indigentes; es decir, aquellos que no importan a nadie ni forman un tejido productivo.

 

         Aunque esta pueda ser una clasificación muy simple y esquemática, creo que se corresponde bastante con la realidad, pero me interesa hacer hincapié en especial en el último grupo, el que está más abajo en la escala social. Hay gente que vive en una exclusión permanente, ya sea porque constituyen grupos marginales de donde resulta muy difícil salir, o bien porque las circunstancias económicas y sociales han enviado a muchas personas hacia ese puesto; tal es el caso de lo que hemos visto en los últimos días en los medios de comunicación de gente que se ha quedado sin trabajo, no tienen nada y se ven obligados a hacer interminables colas en ciudades como Madrid y Barcelona para conseguir algo de comida con que poder subsistir. Semejante aberración se debe a la debacle económica que ha traído como consecuencia el confinamiento a causa del Covid 19, por el cierre de empresas y miles de pequeños negocios y debido también a la mala previsión de un gobierno omnímodo y pretencioso que elude deliberadamente esta emergencia social, actuando de manera unilateral, despótica e irresponsable con las irremediables consecuencias directas e indirectas que cada una de sus actuaciones está provocando.

 

         ¿Qué se les puede decir a esas personas que forman enormes filas de seis o siete horas para conseguir una bolsa de alimentos?¿Cuánto tiempo más tienen que seguir esperando hasta conseguir que les paguen la renta vital o cualquiera de las ayudas que, se supone, están encima de la mesa de este gobierno tan preparado y tan cualificado que deja a la gente al bode de la inanición?. Y no hablamos de personas que se han rendido, de gente que malvive trapicheando o en negocios sucios; estamos hablando de individuos que han estado trabajando y ahorrando en negocios que de un día para otro han tenido que cerrar, de trabajadores que han llegado al límite después de comerse sus ahorros, de jóvenes que se emanciparon para construir un futuro y ahora, sin trabajo han de cerrar sus casas, regresar con sus padres en el mejor de los casos y, sobre todo, que ven un futuro tan negro que han tenido que echarse a la calle para subsistir y que alguien les dé algo que comer.

 

         Esta situación la había visto en otros países y nunca pensé que pudiera llegar a esta España nuestra del siglo XXI, y aunque en los informativos a veces se cuela de rondón entre imágenes lúdicas de un verano prometedor en el que vamos a disfrutar de las playas tomando cerveza en los chiringuitos, no puedo menos de avergonzarme de que a este problema no se le dedique más tiempo, para que todos seamos perfectamente conscientes de que nuestros convecinos lo están pasando mal; sin embargo, lejos de eso, volvemos a vivir en los mundos de Yupi donde nuestro mayor problema va a ser como disfrutar este verano y olvidarnos ya de una situación de confinamiento de la que queremos salir a toda costa y cuanto antes.

 

         Hay que reclamar responsabilidades y dar respuestas rápidas, porque tenemos la mala costumbre de comer todos los días (algunos incluso varias veces), y es insultante que esta situación se repita por más tiempo. Es el momento de exigir con contundencia al gobierno y de apelar a los bancos, ese mundo intocable al que el antaño Secretario General de Podemos y actual flamante Vicepresidente Pablo Iglesias fustigaba en los debates previos a las elecciones del 28 de Abril reclamándoles la cantidad de 60.000 millones de euros que habían robado a los españoles, y que con rotunda insistencia recalcaba “los bancos tienen que pagar y devolver mediante recargo los 60.000 millones que los ciudadanos les prestaron” (sic).

 

         Ahora es cuando hace falta liquidez, cobrar lo que se prestó un día, recuperar lo mucho que robaron los ladrones de guante blanco que ahora están en prisión pero no han devuelto nada ni se les ha confiscado su patrimonio, castigar sin clemencia a aquellos que tienen sus bienes a buen recaudo en paraísos fiscales, reclamar a bancos y grandes empresas que han multiplicado por muchos ceros sus negocios dependiendo de la situación política gobernante en ese momento. Es ahora cuando hay que hacer ese esfuerzo (palabra tan utilizada por el gobierno, que ya ha perdido su esencia), para sacar adelante a miles de personas, muchas de ellas jóvenes, que necesitan ayuda urgente y no pueden esperar; y confío en que no tiren de la solución más facilona que les ha resuelto la situación a este y anteriores gobiernos de la nación; es decir, a congelar o minorar sueldos de funcionarios y pensionistas, porque sería más indigno todavía, aunque a estas alturas desgraciadamente, me temo que a muchos ya ni nos sorprendería. 

 

Mª Soledad Martín Turiño

 

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