CON LOS CINCO SENTIDOS
Solo la música y los libros nos salvarán
Siento en mis huesos tanta soledad que se me están secando por dentro. Ya ni la savia en forma de médula puede hacer nada por revivirlos y que retornen a la vida, que se vuelvan a mover a placer, a bailar, a andar a crujir cuando son forzados o torcidos. Nada. No reaccionan ante ningún impulso nervioso, menos aún ante una voz familiar o cariñosa, cercana. Están inertes, como la poca carne que los rodea, ansiosa de hundir sus imaginarios dedos en la tierra para siempre, para descansar de tanta incredulidad, de tanta mendicidad amorosa e intelectual.
Estamos muertos por las calles, por las arterias principales y las secundarias de cada ciudad. Estamos como zombies acabados de salir de los refugios en busca de carne que llevarnos a la boca y de amor que nos llene el alma. Sólo la música y los libros que otros escribieron tiempo ha, nos salvarán de este naufragio sin mar, sin agua que acogote la garganta y la paralice. Porque la vida que vivimos ahora es un naufragio seco. Ni el sudor nos salvará. No hay hombres y mujeres válidos. Son turba de la turba, unos de tantos. Una vergonzosa y deprimente representación de los que cada cuatro años hacemos como que tenemos el mundo por montera y depositamos en una urna transparente un trocito de papel que no servirá absolutamente para nada. Lo sabéis. Lo sé. Pero lo seguimos haciendo.
Sólo los libros y la música de otras épocas pasadas, muy ulteriores, nos podrán salvar de la situación actual si es que aún tenemos la inteligencia suficiente de reconocer que necesitamos de ellos, porque no somos más que la escoria de la fundición. A eso hemos quedado reducidos. Y los que algo pudieran aportar por conocimientos o sabiduría, son apartados y demandados, tomados por locos o asesinos de ideas o de personas, o de ambas cosas. No reconozco el mundo en el que vivo ahora. Por eso quiero retornar a mi infancia durante unos meses, hasta que toda esta locura haya pasado y mi yo pueda volver sin miedo alguno a ser engullida por una masa deforme y suicida. No volveré hasta entonces porque este mundo ya no me interesa, ni la mayor parte de sus gentes, que se mueven por el dinero, el sexo u otros intereses. Volveré cuando el orden haya vuelto a este universo convulso, por eso dudo que vuelva.
El ser humano no es humano, ni es ser. No es nada, no es nadie. No es. Mientras tanto vestiré ropajes blancos, largos, encorsetados, llevaré mi melena larga recogida y prendida con flores frescas, recogidas de mi jardín inventado y escucharé a Schubert, de quien tocaré su Fantasía para cuatro manos con alguien como yo. Y si no lo encuentro, tocaré esta pieza con mis dos manos y mis dos pies. El ser humano no es humano, ni es ser. No es nada, no es nadie.
Nélida L. del Estal Sastre
Siento en mis huesos tanta soledad que se me están secando por dentro. Ya ni la savia en forma de médula puede hacer nada por revivirlos y que retornen a la vida, que se vuelvan a mover a placer, a bailar, a andar a crujir cuando son forzados o torcidos. Nada. No reaccionan ante ningún impulso nervioso, menos aún ante una voz familiar o cariñosa, cercana. Están inertes, como la poca carne que los rodea, ansiosa de hundir sus imaginarios dedos en la tierra para siempre, para descansar de tanta incredulidad, de tanta mendicidad amorosa e intelectual.
Estamos muertos por las calles, por las arterias principales y las secundarias de cada ciudad. Estamos como zombies acabados de salir de los refugios en busca de carne que llevarnos a la boca y de amor que nos llene el alma. Sólo la música y los libros que otros escribieron tiempo ha, nos salvarán de este naufragio sin mar, sin agua que acogote la garganta y la paralice. Porque la vida que vivimos ahora es un naufragio seco. Ni el sudor nos salvará. No hay hombres y mujeres válidos. Son turba de la turba, unos de tantos. Una vergonzosa y deprimente representación de los que cada cuatro años hacemos como que tenemos el mundo por montera y depositamos en una urna transparente un trocito de papel que no servirá absolutamente para nada. Lo sabéis. Lo sé. Pero lo seguimos haciendo.
Sólo los libros y la música de otras épocas pasadas, muy ulteriores, nos podrán salvar de la situación actual si es que aún tenemos la inteligencia suficiente de reconocer que necesitamos de ellos, porque no somos más que la escoria de la fundición. A eso hemos quedado reducidos. Y los que algo pudieran aportar por conocimientos o sabiduría, son apartados y demandados, tomados por locos o asesinos de ideas o de personas, o de ambas cosas. No reconozco el mundo en el que vivo ahora. Por eso quiero retornar a mi infancia durante unos meses, hasta que toda esta locura haya pasado y mi yo pueda volver sin miedo alguno a ser engullida por una masa deforme y suicida. No volveré hasta entonces porque este mundo ya no me interesa, ni la mayor parte de sus gentes, que se mueven por el dinero, el sexo u otros intereses. Volveré cuando el orden haya vuelto a este universo convulso, por eso dudo que vuelva.
El ser humano no es humano, ni es ser. No es nada, no es nadie. No es. Mientras tanto vestiré ropajes blancos, largos, encorsetados, llevaré mi melena larga recogida y prendida con flores frescas, recogidas de mi jardín inventado y escucharé a Schubert, de quien tocaré su Fantasía para cuatro manos con alguien como yo. Y si no lo encuentro, tocaré esta pieza con mis dos manos y mis dos pies. El ser humano no es humano, ni es ser. No es nada, no es nadie.
Nélida L. del Estal Sastre
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