REPÚBLICO
Combatir el totalitarismo con más democracia
En mis años cándidos, cuando eras un joven revolucionario que odiaba a toda persona de derechas, tal y como ahora sienten socialistas y comunistas, pensaba que, cuando la izquierda tomase el poder, acabaría con el nepotismo y la corrupción, con el sectarismo y la mentira. Pero, desde el primer segundo que el PSOE gobernó la nación, mis ideales se quebraron. La izquierda enchufaba tanto o más que la derecha, a la que yo tanto detestaba; sus casos de corrupción superaban a los de los conservadores, con esa jerarquía de la miseria política que han sido los EREs en Andalucía. Recuerdo que el primer caso de corrupción se produjo en el Ayuntamiento de Madrid, cuando la Alcaldía de Tierno Galván, con la adjudicación del contrato de las basuras a dedo, como denunció Alonso Puertas, teniente de alcalde y miembro del PSOE. Este ingeniero de Caminos fue apartado del Partido Socialista y de la política. Se echaba a los honrados, a los que no estuvieran preparados para corromperse con el dinero público.
En Zamora, un 1 de agosto de 1987, se vivió el primer caso de compra de un político en una institución pública. Empresarios de la cuerda del PP recaudaron dinero, decenas de millones, para pagar a políticos socialistas para que la Diputación no cambiase de gobierno. No toda la pasta fue a los bolsillos de los felones. Una parte importante se quedó en el camino. Pero ese caso parecía propio de la derecha, que era mala, según las izquierdas.
Nunca imaginé que los partidos de izquierdas abusaran del poder para colocar a sus amigos y amigas, para lucrarse con el dinero público, para quedarse con el dinero de los parados, como sucedió en Andalucía, para pactar con los asesinos de la ETA, tragar con los desplantes y chantajes de los secesionistas racistas, para perseguir a los jueces que quisieran juzgar sus actuaciones públicas, para poner el bozal a los periodistas críticos con sus decisiones.
Esa izquierda de la mentira, de la corrupción, del nepotismo no es la mía, la que luchaba contra Franco, una minúscula minoría; la que deseaba construir una España grande y libre, pero de verdad; una nación justa, en la que todo ciudadano, por el mero hecho de ser español, tuviese los mismos derechos, fuese rico o pobre, inteligente o simple, hombre o mujer.
A esta izquierda, la de la gran mascarada, hay que combatirla con más izquierda, con más libertad, con datos, con coherencia. Porque esta siniestra aburguesada, la de Pedro y Pablo, apóstoles de la demagogia, narcisistas, dos gallos en el mismo corral, muestra idénticos vicios que la derecha más reaccionaria: miedo a la libertad, paternalismo con los pobres, a los que condenan a la miseria económica toda la vida con sus salarios de caridad; censura de la prensa independiente, construcción de medios de comunicación afines, una especie de Prensa del Movimiento, Pravda (La Verdad), paradoja periodística del hombre que afirmó que “la mentira es un arma revolucionaria”, y Granma, y las televisiones de Roures, multimillonario, empresario catalán independentista, por tanto, racista.
A este ejecutivo, maestro de la propaganda, solo se le puede derribar con más democracia, con más libertad, con más coherencia, con inteligencia. Emplear sus mismas armas para combatirlo, como la mentira, el embuste, la crispación, el dogmatismo, conduce, de forma irremediable, a la derrota y a firmar un armisticio que ponga punto final a la España de la Constitución de 1978. El virus del totalitarismo infectará nuestra sociedad.
Mientras, Fernando Sabater, el filósofo para importante de nuestra nación en este siglo XXI, se ha pronunciado sobre Pablo Iglesias, vicepresidente 2º del Gobierno: "Pablo Iglesias es un tarambana que no tiene ni media bofetada teórica". ¡Cuál será la categoría intelectual del presidente para que este personaje del neocumunismo burgués, admirado por la Falange auténtica, dirija el aparato ideológico de este ejecutivo que aspira a instaurar un régimen!
Eugenio-Jesús de Ávila
En mis años cándidos, cuando eras un joven revolucionario que odiaba a toda persona de derechas, tal y como ahora sienten socialistas y comunistas, pensaba que, cuando la izquierda tomase el poder, acabaría con el nepotismo y la corrupción, con el sectarismo y la mentira. Pero, desde el primer segundo que el PSOE gobernó la nación, mis ideales se quebraron. La izquierda enchufaba tanto o más que la derecha, a la que yo tanto detestaba; sus casos de corrupción superaban a los de los conservadores, con esa jerarquía de la miseria política que han sido los EREs en Andalucía. Recuerdo que el primer caso de corrupción se produjo en el Ayuntamiento de Madrid, cuando la Alcaldía de Tierno Galván, con la adjudicación del contrato de las basuras a dedo, como denunció Alonso Puertas, teniente de alcalde y miembro del PSOE. Este ingeniero de Caminos fue apartado del Partido Socialista y de la política. Se echaba a los honrados, a los que no estuvieran preparados para corromperse con el dinero público.
En Zamora, un 1 de agosto de 1987, se vivió el primer caso de compra de un político en una institución pública. Empresarios de la cuerda del PP recaudaron dinero, decenas de millones, para pagar a políticos socialistas para que la Diputación no cambiase de gobierno. No toda la pasta fue a los bolsillos de los felones. Una parte importante se quedó en el camino. Pero ese caso parecía propio de la derecha, que era mala, según las izquierdas.
Nunca imaginé que los partidos de izquierdas abusaran del poder para colocar a sus amigos y amigas, para lucrarse con el dinero público, para quedarse con el dinero de los parados, como sucedió en Andalucía, para pactar con los asesinos de la ETA, tragar con los desplantes y chantajes de los secesionistas racistas, para perseguir a los jueces que quisieran juzgar sus actuaciones públicas, para poner el bozal a los periodistas críticos con sus decisiones.
Esa izquierda de la mentira, de la corrupción, del nepotismo no es la mía, la que luchaba contra Franco, una minúscula minoría; la que deseaba construir una España grande y libre, pero de verdad; una nación justa, en la que todo ciudadano, por el mero hecho de ser español, tuviese los mismos derechos, fuese rico o pobre, inteligente o simple, hombre o mujer.
A esta izquierda, la de la gran mascarada, hay que combatirla con más izquierda, con más libertad, con datos, con coherencia. Porque esta siniestra aburguesada, la de Pedro y Pablo, apóstoles de la demagogia, narcisistas, dos gallos en el mismo corral, muestra idénticos vicios que la derecha más reaccionaria: miedo a la libertad, paternalismo con los pobres, a los que condenan a la miseria económica toda la vida con sus salarios de caridad; censura de la prensa independiente, construcción de medios de comunicación afines, una especie de Prensa del Movimiento, Pravda (La Verdad), paradoja periodística del hombre que afirmó que “la mentira es un arma revolucionaria”, y Granma, y las televisiones de Roures, multimillonario, empresario catalán independentista, por tanto, racista.
A este ejecutivo, maestro de la propaganda, solo se le puede derribar con más democracia, con más libertad, con más coherencia, con inteligencia. Emplear sus mismas armas para combatirlo, como la mentira, el embuste, la crispación, el dogmatismo, conduce, de forma irremediable, a la derrota y a firmar un armisticio que ponga punto final a la España de la Constitución de 1978. El virus del totalitarismo infectará nuestra sociedad.
Mientras, Fernando Sabater, el filósofo para importante de nuestra nación en este siglo XXI, se ha pronunciado sobre Pablo Iglesias, vicepresidente 2º del Gobierno: "Pablo Iglesias es un tarambana que no tiene ni media bofetada teórica". ¡Cuál será la categoría intelectual del presidente para que este personaje del neocumunismo burgués, admirado por la Falange auténtica, dirija el aparato ideológico de este ejecutivo que aspira a instaurar un régimen!
Eugenio-Jesús de Ávila
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