CON LOS CINCO SENTIDOS
¡Qué maravilla morir amando y siendo amado!
Una vez, hace tantos años que ya no alcanzo a recordar exactamente a las personas con las que me encontraba cuando hicimos tales afirmaciones, hablábamos de cómo nos “gustaría morir”. Ya que morir no es un gusto, pero si pudiéramos elegir la manera de morir, cómo habría de ser esta, qué nos daría más placer y menos dolor llegado ese último momento de oxígeno vital, de visión de la eternidad en un momento, en un suspiro. ¿Os lo habéis planteado alguna vez?
Estoy absolutamente convencida de que la respuesta es afirmativa. No os autoengañéis. Todos lo hemos pensado. Sobre un lecho de hierba fresca en una noche de verano, en la cama de un hospital, cuando sentíamos palpitar nuestro corazón más débilmente de lo usual, y nos sentíamos partir… o con una dosis de etil bastante poco recomendable cualquier noche con amigos, o familiares. Es una especie de “Rueda de la Fortuna”, de pregunta trampa, o no. Cada cual responde lo que se le antoja, lo que le sale de dentro en ese momento de su vida; o miente para agradar o hacer que los demás parezcamos más “terrenales” y con menos cerebro. Todos. El que diga lo contrario, miente como un bellaco.
No os equivoquéis, cuando uno elige la manera de morir no piensa en arte, ni letras, ni en la música adecuada al momento, no piensa. Así de simple. Hay algún conocido que me ha relatado, como si de un cuadro se tratase, su manera ideal de morir. Su sueño idealizado de cómo dejar este mundo para adentrarse en el “otro”, si es que ese “otro” existe. Con la música escogida, la dama o el caballero elegidos y siendo objeto de loas y aplausos, tan sonoros, que se debían de romper las manos de los habitantes de ese sueño mortal.
Uno me contó que estaba en mitad de un escenario, acabando de cantar un aria de Puccini, mientras el público se rompía literalmente para alabar su genio. Se levantaban de sus asientos y aplaudían hasta quince o veinte minutos, mientras nuestro protagonista, humilde él, o ella, miraban con condescendencia y cierto aire de superioridad al respetable en el patio de butacas. Aires de grandeza que no tuvieron en vida, supongo…Denota también quizá una vida fútil, carente de sentido, que se consuma en las ensoñaciones, como decía Freud, hasta en la ensoñación de tu propio final.
Otra persona me contó que se veía en ese preciso momento, rodeada de sus hijos y pareja, en paz y tocando las manos y los corazones de los suyos, sintiendo sus latidos y sus impulsos, hasta calmando a algún hijo que clamaba por tiempo extra para su madre/padre y no hallaba consuelo alguno. Esta persona me llegó muy dentro, porque no ansiaba nada más que morir rodeado de los que quería, sin más, sin ninguna zarandaja, ni poses, ni flores exóticas, ni hostias en vinagre.
Reconozco que me hizo llegar hasta la emoción y que mis ojos derramasen alguna que otra lágrima. Poco dados ellos a llorar por cualquier cosa que no merezca el esfuerzo. Ahora me toca a mí. Es mi momento y me cuesta, porque no es que no imagine el momento de irme, es que he ido al otro lado varias veces, para volver al punto de partida. Para mí, morir merecerá la pena si todo lo que dejas atrás está en orden: los tuyos, felices y sin faltarles de nada de lo que se considera imprescindible, pero sobrados de quien les quiera y les haga sentir que son importantes. Qué bonito es sentir que te consideran importante. Qué bonito. Para mí, la manera perfecta de morirme es amando mientras me aman. Puede parecer demasiado visceral, incluso animal.
Pero no, no os equivoquéis. Imaginad la escena. Haciendo el amor, con la persona a la que más amas y deseas del mundo, a solas. De repente se te para el corazón en pleno clímax. Y mueres. ¿Acaso hay forma más placentera de dejar este mundo? Lo dudo. Ahora imaginad vuestra manera perfecta. No es un tema tabú, es un tema maravilloso del que puede salir hasta un libro. Aunque quizá el autor no esté vivo para verlo publicado. Ja! Cosas que pasan.
Nélida L. del Estal Sastre
Una vez, hace tantos años que ya no alcanzo a recordar exactamente a las personas con las que me encontraba cuando hicimos tales afirmaciones, hablábamos de cómo nos “gustaría morir”. Ya que morir no es un gusto, pero si pudiéramos elegir la manera de morir, cómo habría de ser esta, qué nos daría más placer y menos dolor llegado ese último momento de oxígeno vital, de visión de la eternidad en un momento, en un suspiro. ¿Os lo habéis planteado alguna vez?
Estoy absolutamente convencida de que la respuesta es afirmativa. No os autoengañéis. Todos lo hemos pensado. Sobre un lecho de hierba fresca en una noche de verano, en la cama de un hospital, cuando sentíamos palpitar nuestro corazón más débilmente de lo usual, y nos sentíamos partir… o con una dosis de etil bastante poco recomendable cualquier noche con amigos, o familiares. Es una especie de “Rueda de la Fortuna”, de pregunta trampa, o no. Cada cual responde lo que se le antoja, lo que le sale de dentro en ese momento de su vida; o miente para agradar o hacer que los demás parezcamos más “terrenales” y con menos cerebro. Todos. El que diga lo contrario, miente como un bellaco.
No os equivoquéis, cuando uno elige la manera de morir no piensa en arte, ni letras, ni en la música adecuada al momento, no piensa. Así de simple. Hay algún conocido que me ha relatado, como si de un cuadro se tratase, su manera ideal de morir. Su sueño idealizado de cómo dejar este mundo para adentrarse en el “otro”, si es que ese “otro” existe. Con la música escogida, la dama o el caballero elegidos y siendo objeto de loas y aplausos, tan sonoros, que se debían de romper las manos de los habitantes de ese sueño mortal.
Uno me contó que estaba en mitad de un escenario, acabando de cantar un aria de Puccini, mientras el público se rompía literalmente para alabar su genio. Se levantaban de sus asientos y aplaudían hasta quince o veinte minutos, mientras nuestro protagonista, humilde él, o ella, miraban con condescendencia y cierto aire de superioridad al respetable en el patio de butacas. Aires de grandeza que no tuvieron en vida, supongo…Denota también quizá una vida fútil, carente de sentido, que se consuma en las ensoñaciones, como decía Freud, hasta en la ensoñación de tu propio final.
Otra persona me contó que se veía en ese preciso momento, rodeada de sus hijos y pareja, en paz y tocando las manos y los corazones de los suyos, sintiendo sus latidos y sus impulsos, hasta calmando a algún hijo que clamaba por tiempo extra para su madre/padre y no hallaba consuelo alguno. Esta persona me llegó muy dentro, porque no ansiaba nada más que morir rodeado de los que quería, sin más, sin ninguna zarandaja, ni poses, ni flores exóticas, ni hostias en vinagre.
Reconozco que me hizo llegar hasta la emoción y que mis ojos derramasen alguna que otra lágrima. Poco dados ellos a llorar por cualquier cosa que no merezca el esfuerzo. Ahora me toca a mí. Es mi momento y me cuesta, porque no es que no imagine el momento de irme, es que he ido al otro lado varias veces, para volver al punto de partida. Para mí, morir merecerá la pena si todo lo que dejas atrás está en orden: los tuyos, felices y sin faltarles de nada de lo que se considera imprescindible, pero sobrados de quien les quiera y les haga sentir que son importantes. Qué bonito es sentir que te consideran importante. Qué bonito. Para mí, la manera perfecta de morirme es amando mientras me aman. Puede parecer demasiado visceral, incluso animal.
Pero no, no os equivoquéis. Imaginad la escena. Haciendo el amor, con la persona a la que más amas y deseas del mundo, a solas. De repente se te para el corazón en pleno clímax. Y mueres. ¿Acaso hay forma más placentera de dejar este mundo? Lo dudo. Ahora imaginad vuestra manera perfecta. No es un tema tabú, es un tema maravilloso del que puede salir hasta un libro. Aunque quizá el autor no esté vivo para verlo publicado. Ja! Cosas que pasan.
Nélida L. del Estal Sastre
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