REPÚBLICO
Poder, democracia y prensa
Del poder, político y económico, siempre hay que sospechar. Al poder hay que acosarlo, criticarlo, no dejarlo en paz, no permitir que se mueva a sus anchas. Si permitimos al poder que haga de su capa un sayo, que ordene y mande al ritmo de sus caprichos, nos convertirá en un rebaño de seres humanos, en números, en poco más que nada. Además, el poder tiende a enrocarse cuando se siente debilitado. Muerde, pega, sacude, se revuelve, se torna en un verdadero peligro, porque el que alcanza el poder jamás quiere abandonarlo. Es un vicio humano.
Cuando el pueblo se adormece, se acobarda, se degrada hasta transformarse en masa, y exhibe una especie de lana sobre su piel, el poder abusa, daña, jode. Pero hay gente, como un servidor, que forma parte de ese pueblo, del que sufre, del que trabaja, del que piensa, del que no se rinde. A este tipo de personas se nos define como facha.
El periodista, cuando merece tal nombre, se enfrenta al poder omnímodo, visceral, irracional, e intenta espabilar al pueblo de su sueño de oveja, de su vida gregaria, y forzarlo a pensar, reflexionar, moverse. Pero hay un periodismo que forma parte del poder, de cualquiera que lo detente; que se alimenta siempre de bailarle el agua al que manda, al que sube a la cumbre de la política. En ciudades y provincias como las nuestras, pequeñas, retrasadas, “encacicadas”, desalmadas, desarboladas por la cobardía, la prensa debería haber jugado un papel decisivo en la pugna contra el poder, en limitarlo, desasosegarlo, desquiciarlo, arrojarlo de su pedestal, construido sobre la injusticia, la mentira, la amoralidad.
Pero esta prensa que ordeña siempre la ubre de la vaca que da leche, como lo evidencian los hechos; pelota de todo político, de izquierdas, derechas o pensionistas; buenos, malos o mediocres, contribuyó a que Zamora se haya ido hundiendo en la fosa de la miseria económica, de la degradación demográfica, de hipocresía moral. Esta nación, nuestra tierra también, habría necesitado una prensa y un ciudadano libérrimos, bizarros, honestos, que se enfrentasen al poder, al de ahora y al de antes, a todos, porque todos nacen con querencia a permanecer, que siempre es un verbo reaccionario. Así nos iremos por el retrete de la historia.
Vociferan los periodistas locales aquello de que “sin prensa libre no hay democracia”. De acuerdo, la democracia no existe. No hay demócratas, ni periodistas libres, ni ciudadanos dispuestos a enfrentarse al poder. Aquí ya solo se bala.
Eugenio-Jesús de Ávila
Del poder, político y económico, siempre hay que sospechar. Al poder hay que acosarlo, criticarlo, no dejarlo en paz, no permitir que se mueva a sus anchas. Si permitimos al poder que haga de su capa un sayo, que ordene y mande al ritmo de sus caprichos, nos convertirá en un rebaño de seres humanos, en números, en poco más que nada. Además, el poder tiende a enrocarse cuando se siente debilitado. Muerde, pega, sacude, se revuelve, se torna en un verdadero peligro, porque el que alcanza el poder jamás quiere abandonarlo. Es un vicio humano.
Cuando el pueblo se adormece, se acobarda, se degrada hasta transformarse en masa, y exhibe una especie de lana sobre su piel, el poder abusa, daña, jode. Pero hay gente, como un servidor, que forma parte de ese pueblo, del que sufre, del que trabaja, del que piensa, del que no se rinde. A este tipo de personas se nos define como facha.
El periodista, cuando merece tal nombre, se enfrenta al poder omnímodo, visceral, irracional, e intenta espabilar al pueblo de su sueño de oveja, de su vida gregaria, y forzarlo a pensar, reflexionar, moverse. Pero hay un periodismo que forma parte del poder, de cualquiera que lo detente; que se alimenta siempre de bailarle el agua al que manda, al que sube a la cumbre de la política. En ciudades y provincias como las nuestras, pequeñas, retrasadas, “encacicadas”, desalmadas, desarboladas por la cobardía, la prensa debería haber jugado un papel decisivo en la pugna contra el poder, en limitarlo, desasosegarlo, desquiciarlo, arrojarlo de su pedestal, construido sobre la injusticia, la mentira, la amoralidad.
Pero esta prensa que ordeña siempre la ubre de la vaca que da leche, como lo evidencian los hechos; pelota de todo político, de izquierdas, derechas o pensionistas; buenos, malos o mediocres, contribuyó a que Zamora se haya ido hundiendo en la fosa de la miseria económica, de la degradación demográfica, de hipocresía moral. Esta nación, nuestra tierra también, habría necesitado una prensa y un ciudadano libérrimos, bizarros, honestos, que se enfrentasen al poder, al de ahora y al de antes, a todos, porque todos nacen con querencia a permanecer, que siempre es un verbo reaccionario. Así nos iremos por el retrete de la historia.
Vociferan los periodistas locales aquello de que “sin prensa libre no hay democracia”. De acuerdo, la democracia no existe. No hay demócratas, ni periodistas libres, ni ciudadanos dispuestos a enfrentarse al poder. Aquí ya solo se bala.
Eugenio-Jesús de Ávila
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