Te encontré

 Te encontré en una esquina del cielo, de camino a mis “mandados” diarios. Nunca te busqué, siquiera pensé en hacerlo, pero resulta que un día, sin venir a cuento y, de pasada, te encontré en ese recodo que dista lo mismo de lo real que de lo imaginario, de lo querido y deseado, que de lo que jamás podría conseguir.

Te encontré. Me duele no poder llevarte a mi casa para darte el calor que necesitas y necesito, para alimentarnos el uno del otro hasta extinguirnos. Me duele en lo más recóndito del alma, allá donde no dejo acceder a nadie que no lo merezca o no me haya hecho sufrir. Te me mostraste con cara amable y ojos brillantes, resplandeciente como una bandeja de plata recién limpiada y bruñida.

Me dejé ir hacia tus reflejos y me cegó tu resplandor. No pude evitarlo. Después de mostrarte te esfumaste como el humo de un cigarrillo barato, que no dura, que se disipa antes que el humo de un puro “Montecristo”. Te dejé de ver en mi paseo por la Plaza de la Nada.

No sé si fui yo o fue el azar, quizá ambas confluencias, ¿quién sabe? El caso es que, de repente, sin previo aviso, desapareciste de mi vida y no te hallo por parte alguna. No hay recodo del camino, ni meandro del río en el que no te haya buscado con denuedo. No lo hay.

¿Dónde estás? Que quiero agarrarte de la mano para explicarte, para contarte, para abrirme en canal y dejar mis carnes y mis adentros al sol del mediodía. Te encontré en una esquina del cielo, de camino a mis “mandados” diarios. Nunca te busqué, siquiera pensé en hacerlo, pero resulta que un día, sin venir a cuento y, de pasada, te encontré en ese recodo que dista lo mismo de lo real que de lo imaginario, de lo querido y deseado, que de lo que jamás podría conseguir. Te encontré.

Nélida L. del Estal Sastre