Martes, 23 de Septiembre de 2025

Eugenio de Ávila
Martes, 16 de Junio de 2020
REPÚBLICO

Cómo hacer buena política con políticos infames!

La degradación de los partidos políticos y sus dirigentes alcanza su máxima expresión en esta España en quiebra ética, política y económica

[Img #40599]Este escribidor no tenía duda alguna mucho antes de la pandemia vírica que partido político alguno me representase. Meses después, confirmo mi falta de fe en esta gente que se dedica a la política, tanto a los personajes que gobiernan desde La Moncloa la nación, como los que mandan y ordenan en las 17 autonomías. Solo los hinchas de las formaciones políticas creen ya en que este personal los representa. Cuestión de fe. Religiones. También intereses económicos. La madre del cordero.

El coronavirus cogió a España con el peor Gobierno posible en el momento más complicado de la historia de esta nación. Cabe suponer, pero sería dar paso a la ucronía, que un ejecutivo presidido por Rajoy, con Martínez-Maíllo de consejero áulico, tampoco hubiese mejorado la caótica gestión del Gobierno socialcomunista que padecemos, y, por supuesto, con el liderazgo de Zapatero, nefasto personaje que sigue todavía haciendo daño por doquier, quizá ya habría quebrado la democracia.

Si el ejecutivo ha mostrado su falta de talento y, a su vez,  su extraordinaria capacidad para convertir la mentira, como por arte de magia, en una verdad papal, las autonomías, con alguna excepción, quizá la gallega y la andaluza, evidenciaron sus enormes carencias. Creo, verbo que, en mi caso, no empleo en su acepción religiosa, en absoluto de fe, después de 43 años de democracia, traída por la derecha franquista más sutil e inteligente, el sistema ha alcanzado su máxima cota de miseria ética, de orfandad de talento.

Abstráigase un instante. ¿Usted se imagina a un personaje como Pedro Sánchez cómo ministro de cualquier de los gobiernos de Felipe González? ¡Qué locura, verdad! Pero ni tan si quiera de gobernador civil. Quizá de protagonista de alguna telenovela venezolana de aquellos años. ¿Y qué me dice de Pablo Iglesias? ¿Aquel PCE glorioso, el único que se movió y entregó vidas contra la dictadura, podría haber tenido un dirigente como el actual líder de Unidas Podemos? No necesito respuestas.

Si giro el análisis hacia la derecha o lo que queda de ella, tampoco Pablo Casado, que parece un buen chico, habría tenido ni voz ni voto entre los siete magníficos de Fraga. Aquella gente estaba preparadísima. Habían destacado en sus carreras profesionales de una forma extraordinaria. Se dedicaron a la política porque amaban la res pública, jamás para vivir, a cuerpo de rey, de este momio de la democracia.

Tampoco hay un Suárez en nuestra política. Pudo haberlo sido Albert Rivera. Pero el catalán, un charnego para los racistas de Torra y ERC, partido socialfascista, se equivocó en sus cálculos políticos. Creyó que la debilidad de Rajoy en el tramo final de su carrera en la cosa pública, supondría la absorción de casi todo el voto conservador y centrista en Ciudadanos. Si Lerroux, a mi juicio, fue clave para haber detenido la Guerra Civil, Rivera también lo fue para evitar la llegada de este anacronismo de la historia que es Podemos a La Moncloa. 

Personalmente, como adelante en las primeras líneas de este artículo,  no me siento representado por partido político alguno. Me da miedo el neocumunismo. Porque su querencia habla de decadencia económica y recorte de libertades. Desconfío de la derecha, porque cada cual va a lo suyo, sin ninguna idea alta, cainita, pusilánime.  Los españoles que amamos la democracia nos hallamos indefensos ante descomunal mediocridad y maldad política.

Corolario: degradación en el PSOE, de Felipe González a Pedro Sanchez, pasando por el grotesco Zapatero. Degradación en el PP, de Manuel Fraga a Pablo Casado, con Aznar y Rajoy, más el ínclito Martínez-Maillo. Y, de Suárez a un centro en quiebra política.

“Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: “Paz, Piedad y Perdón”.

Paz, piedad y perdón es el discurso pronunciado por el presidente de la II  República, Manuel Azaña, el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona, a los dos años del comienzo de la Guerra Civil Española.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

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