CON LOS CINCO SENTIDOS
Ese viaje
Nélida L. del Estal Sastre Me ofrecieron la posibilidad de viajar a un lugar lejos de casa, fuera, muy afuera del extrarradio de mi realidad particular. Acepté, casi no me hizo falta ni un guiño, una carantoña, una súplica, acepté.
Quería y necesitaba huir de la vida durante unos días para centrarme en disfrutar de las cosas pequeñas, de esas que la dejadez o la falta de tiempo no te permiten disfrutar y luego echas de menos cuando te faltan o cuando estás al borde del abismo.
Yo necesitaba salvarme y salvar mi alma y un viaje me parecía una manera maravillosa de conocerme un poco más y conocer entornos y personas nuevas, no desgastadas por el uso diario. Personas a estreno para mí, para mi mente inquieta y preguntona. Sólo pensar en el viaje “los dedos se me hacían huéspedes”, como bien decían mis mayores, que de esto de vivir al límite de las fuerzas saben un rato largo.
Hice el equipaje con la fruición con la que se degusta un helado en un día caluroso de verano. Camisas, pantalones, cortos y largos, ropa interior interesante y también de la cómoda, nunca se sabe… Quizá más allá de la realidad que me rodea a diario se encuentre lo que ando buscando sin buscar, lo que necesito sin necesitar, lo incómodo que me saque de mi comodidad. Quizá, sencillamente, no quiera salir de mi zona de confort y sólo busque aventuras para relatarlas a mis amigos, eso sí, maquilladas y edulcoradas, como si el viaje hubiese sido la experiencia definitiva. Yo qué sé. No me preguntes en demasía. Voy con mis amigos y llegamos a destino.
Con cara amable nos esperan en el aeropuerto unos chicos que nos llevarán al hotel. Reconozco que se me empiezan a despertar unas ganas enormes de comerme el mundo, pero el mundo no es tan grande como lo pintan…Llegamos al hotel y, dejado el equipaje, cenamos fuera, nada que no conozca, sólo caras desconocidas, nuevas, a estreno para mis ojos ávidos. Poco más.
Quizá no elegí bien los compañeros de viaje, ya bebidos, mientras yo lucho en inglés para que me devuelvan a mi hotel, a una cama centrada y quieta, porque mi cabeza da vueltas y más vueltas, sin sentido ni dirección conocidas. No vi a mis amigos hasta la mañana siguiente, durante un frugal desayuno tras unas gruesas gafas de sol en el hall del hotel. No pregunté. No quise saber, no me interesaba porque volví sola la noche anterior. Ellos, por lo visto, volvieron acompañados…Bien, pero para esta fiesta de desenfreno prefiero estar en casa, en España, donde me entiende todo el mundo y donde todo el mundo entero, reitero, está en la piel de toro a la que amo. Viajar es fantástico, de veras, pero siempre con la compañía adecuada, para que cada sorbo de vino, lambrusco, chianti, o cada bocado de foie o micuit te sepan a gloria en el cielo.
La compañía adecuada en un viaje es casi tan importante como el destino elegido, si encima amas a la persona que te guarda las espaldas, o la deseas a muerte, nunca olvidarás el recorrido de tus pies cansados.
Nélida L. del Estal Sastre
Nélida L. del Estal Sastre Me ofrecieron la posibilidad de viajar a un lugar lejos de casa, fuera, muy afuera del extrarradio de mi realidad particular. Acepté, casi no me hizo falta ni un guiño, una carantoña, una súplica, acepté.
Quería y necesitaba huir de la vida durante unos días para centrarme en disfrutar de las cosas pequeñas, de esas que la dejadez o la falta de tiempo no te permiten disfrutar y luego echas de menos cuando te faltan o cuando estás al borde del abismo.
Yo necesitaba salvarme y salvar mi alma y un viaje me parecía una manera maravillosa de conocerme un poco más y conocer entornos y personas nuevas, no desgastadas por el uso diario. Personas a estreno para mí, para mi mente inquieta y preguntona. Sólo pensar en el viaje “los dedos se me hacían huéspedes”, como bien decían mis mayores, que de esto de vivir al límite de las fuerzas saben un rato largo.
Hice el equipaje con la fruición con la que se degusta un helado en un día caluroso de verano. Camisas, pantalones, cortos y largos, ropa interior interesante y también de la cómoda, nunca se sabe… Quizá más allá de la realidad que me rodea a diario se encuentre lo que ando buscando sin buscar, lo que necesito sin necesitar, lo incómodo que me saque de mi comodidad. Quizá, sencillamente, no quiera salir de mi zona de confort y sólo busque aventuras para relatarlas a mis amigos, eso sí, maquilladas y edulcoradas, como si el viaje hubiese sido la experiencia definitiva. Yo qué sé. No me preguntes en demasía. Voy con mis amigos y llegamos a destino.
Con cara amable nos esperan en el aeropuerto unos chicos que nos llevarán al hotel. Reconozco que se me empiezan a despertar unas ganas enormes de comerme el mundo, pero el mundo no es tan grande como lo pintan…Llegamos al hotel y, dejado el equipaje, cenamos fuera, nada que no conozca, sólo caras desconocidas, nuevas, a estreno para mis ojos ávidos. Poco más.
Quizá no elegí bien los compañeros de viaje, ya bebidos, mientras yo lucho en inglés para que me devuelvan a mi hotel, a una cama centrada y quieta, porque mi cabeza da vueltas y más vueltas, sin sentido ni dirección conocidas. No vi a mis amigos hasta la mañana siguiente, durante un frugal desayuno tras unas gruesas gafas de sol en el hall del hotel. No pregunté. No quise saber, no me interesaba porque volví sola la noche anterior. Ellos, por lo visto, volvieron acompañados…Bien, pero para esta fiesta de desenfreno prefiero estar en casa, en España, donde me entiende todo el mundo y donde todo el mundo entero, reitero, está en la piel de toro a la que amo. Viajar es fantástico, de veras, pero siempre con la compañía adecuada, para que cada sorbo de vino, lambrusco, chianti, o cada bocado de foie o micuit te sepan a gloria en el cielo.
La compañía adecuada en un viaje es casi tan importante como el destino elegido, si encima amas a la persona que te guarda las espaldas, o la deseas a muerte, nunca olvidarás el recorrido de tus pies cansados.
Nélida L. del Estal Sastre
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