CON LOS CINCO SENTIDOS
Amor de verano
Te conocí en una esquina del cine de verano del pueblo de mis padres. No eras especialmente guapo, pero llamaste poderosamente mi atención, todavía me pregunto el porqué… Tu boca, carnosa y roja como un caramelo “drácula”, que tanto nos gustaba por aquellos años, me fascinó. Tus ojos eran despiertos y vivaces, como buscando presa constantemente…Y tu labia portentosa de trilero profesional, acabaron por embobarme toda entera. A mí, que era poco menos que una ameba traída a la fuerza al pueblo, para espabilarme y alejarme de tanto libro y tanta mandanga. No sabía disfrutar de la manera “adecuada” a mi edad, al menos eso es lo que me decían…Yo, entre libros y dos ratos con amigas era feliz.
Debo de reconocer, pasados los años, que esa capacidad de seducción tuya con la palabra era lo que hacía que las demás se estremecieran. Pero yo, seguía en un distante y cómodo anonimato. Hasta que llamé tu atención porque no te hacía ni caso y precisamente por me echaste el lazo. Cuando me encontraste fue como una explosión de electricidad, un rayo en mitad de una tormenta de verano. Como dos anguilas que se tocan y descargan su chispazo al instante. La una en la otra, para morir antes de estremecer. Nos miramos fijamente, tú con tus pantalones cortados a la altura de la rodilla, a tijera, moreno, alto… Y yo, más blanca que una merluza del Cantábrico y flaca de haber estado enferma parte de ese verano. Tenía que pasar.
Tú, acostumbrado a chicas entradas en carnes y morenas, con ganas de playa y de sol. Y yo, leyendo mis libros, con mis ojos del color de la hierba fresca y la miel. Tenía que pasar. Nos encontramos y nos enamoramos como dos imbéciles adolescentes a los que les importa una mierda lo que pasa a su alrededor. Tú escribías “te amo” en mi espalda con tus toscos dedos y yo interpretaba cada frase que me dedicabas, en silencio, tocando mi columna a la perfección. Tú, me besabas hasta el amanecer, o hasta que alguno de mis hermanos mayores me venía a buscar alarmado por la preocupación de mis padres, ellos no estaban acostumbrados a mis nuevas “andanzas”. Yo no quería separarme de ti, ni tú de mí… Pero el final de agosto llegó, inexorable, pesado y lastimero como un perro abandonado y mojado bajo un tejadillo en una tormenta. Nos despedimos, jurando amor y fidelidad para siempre...Hasta que llegó el alba.
Te ví partir y se me volvió el alma del revés, quería morir al instante para dejar de sufrir. Pero no se me concedió el deseo. Lloré días, quizá semanas o meses, entre cartas y fotos. Hasta que todo terminó y la vida volvió por la senda que se le había marcado de antemano. Pasaron años, amor, más de 20…Y te volví a ver. Se me torció el gesto y algo por dentro se me rompió en el acto. Iba con mi familia. Mis hijos y mi pareja.
Pero se me rompió el alma al volverte a ver. No sé qué pasó por mi cabeza, acaso que la experiencia vivida era algo que debía guardar para siempre, o quizá que era algo que debía rememorar día a día para saber lo que era el amor verdadero, dulce, sincero, adolescente para poder seguir adelante con mi vida dando lo mejor de mí misma a todo el mundo. Gracias a ti, amor, con esos pantalones recortados a tijera y ese moreno con olor a tierra y a sal…Gracias por ese amor de verano que me devolvió a la vida real.
Nélida L. Del Estal
Te conocí en una esquina del cine de verano del pueblo de mis padres. No eras especialmente guapo, pero llamaste poderosamente mi atención, todavía me pregunto el porqué… Tu boca, carnosa y roja como un caramelo “drácula”, que tanto nos gustaba por aquellos años, me fascinó. Tus ojos eran despiertos y vivaces, como buscando presa constantemente…Y tu labia portentosa de trilero profesional, acabaron por embobarme toda entera. A mí, que era poco menos que una ameba traída a la fuerza al pueblo, para espabilarme y alejarme de tanto libro y tanta mandanga. No sabía disfrutar de la manera “adecuada” a mi edad, al menos eso es lo que me decían…Yo, entre libros y dos ratos con amigas era feliz.
Debo de reconocer, pasados los años, que esa capacidad de seducción tuya con la palabra era lo que hacía que las demás se estremecieran. Pero yo, seguía en un distante y cómodo anonimato. Hasta que llamé tu atención porque no te hacía ni caso y precisamente por me echaste el lazo. Cuando me encontraste fue como una explosión de electricidad, un rayo en mitad de una tormenta de verano. Como dos anguilas que se tocan y descargan su chispazo al instante. La una en la otra, para morir antes de estremecer. Nos miramos fijamente, tú con tus pantalones cortados a la altura de la rodilla, a tijera, moreno, alto… Y yo, más blanca que una merluza del Cantábrico y flaca de haber estado enferma parte de ese verano. Tenía que pasar.
Tú, acostumbrado a chicas entradas en carnes y morenas, con ganas de playa y de sol. Y yo, leyendo mis libros, con mis ojos del color de la hierba fresca y la miel. Tenía que pasar. Nos encontramos y nos enamoramos como dos imbéciles adolescentes a los que les importa una mierda lo que pasa a su alrededor. Tú escribías “te amo” en mi espalda con tus toscos dedos y yo interpretaba cada frase que me dedicabas, en silencio, tocando mi columna a la perfección. Tú, me besabas hasta el amanecer, o hasta que alguno de mis hermanos mayores me venía a buscar alarmado por la preocupación de mis padres, ellos no estaban acostumbrados a mis nuevas “andanzas”. Yo no quería separarme de ti, ni tú de mí… Pero el final de agosto llegó, inexorable, pesado y lastimero como un perro abandonado y mojado bajo un tejadillo en una tormenta. Nos despedimos, jurando amor y fidelidad para siempre...Hasta que llegó el alba.
Te ví partir y se me volvió el alma del revés, quería morir al instante para dejar de sufrir. Pero no se me concedió el deseo. Lloré días, quizá semanas o meses, entre cartas y fotos. Hasta que todo terminó y la vida volvió por la senda que se le había marcado de antemano. Pasaron años, amor, más de 20…Y te volví a ver. Se me torció el gesto y algo por dentro se me rompió en el acto. Iba con mi familia. Mis hijos y mi pareja.
Pero se me rompió el alma al volverte a ver. No sé qué pasó por mi cabeza, acaso que la experiencia vivida era algo que debía guardar para siempre, o quizá que era algo que debía rememorar día a día para saber lo que era el amor verdadero, dulce, sincero, adolescente para poder seguir adelante con mi vida dando lo mejor de mí misma a todo el mundo. Gracias a ti, amor, con esos pantalones recortados a tijera y ese moreno con olor a tierra y a sal…Gracias por ese amor de verano que me devolvió a la vida real.
Nélida L. Del Estal
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