COSAS MÍAS
El ocaso del sol en la noche de San Juan
El sol, esa estrella que fue dios, pintó el ocaso de ayer, noche de San Juan, como un genio expresionista. Quizá se creyó William Turner. Podría ser que quisiese rubricar el último cielo de la noche más mágica del año con la firma de su alma de artista para advertirnos que nos robaron la primavera, pero que no nos podrán quitar ni el verano ni el estío.
Atardecer de amor y calma, de avecillas y rapaces, de nubes coquetas y agua mansa, de iglesia en soledad, hierbas secas, de trinos de jilgueros y gritos de infantes. Y este astro rey se nos fue anoche de nuestra provincia, la despoblada, la mancillada, la que expulsa a sus hijos más jóvenes, al que recoge a sus ancianos en residencias de la tercera edad para que se vayan despidiendo de la vida despacio, en silencio, alejados de sus hijos y nietos.
No hubo hogueras en la noche de San Juan, émulas de los rayos del sol sobre las que saltan los danzantes de la vida, los que desean driblar el mal fario, los supersticiosos, los que creen en algo porque son incapaces de no tener fe en nada. Quizá habría fuego en los que anhelan un Zamora viva, rejuvenecida, audaz, valiente, o en el corazón de los enamorados, de los amantes imposibles. Hay políticos zamoranos, los que viven del cuento de la res pública, del sueldo superlativo, del engaño electoral, del nepotismo, que nos han querido congelar el sol, helar el alma, quitarnos los ocasos, las nubes rojas, los ruiseñores, las tormentas, los relámpagos y, si pudieran, secarnos el alma.
Eugenio-Jesús de Ávila
El sol, esa estrella que fue dios, pintó el ocaso de ayer, noche de San Juan, como un genio expresionista. Quizá se creyó William Turner. Podría ser que quisiese rubricar el último cielo de la noche más mágica del año con la firma de su alma de artista para advertirnos que nos robaron la primavera, pero que no nos podrán quitar ni el verano ni el estío.
Atardecer de amor y calma, de avecillas y rapaces, de nubes coquetas y agua mansa, de iglesia en soledad, hierbas secas, de trinos de jilgueros y gritos de infantes. Y este astro rey se nos fue anoche de nuestra provincia, la despoblada, la mancillada, la que expulsa a sus hijos más jóvenes, al que recoge a sus ancianos en residencias de la tercera edad para que se vayan despidiendo de la vida despacio, en silencio, alejados de sus hijos y nietos.
No hubo hogueras en la noche de San Juan, émulas de los rayos del sol sobre las que saltan los danzantes de la vida, los que desean driblar el mal fario, los supersticiosos, los que creen en algo porque son incapaces de no tener fe en nada. Quizá habría fuego en los que anhelan un Zamora viva, rejuvenecida, audaz, valiente, o en el corazón de los enamorados, de los amantes imposibles. Hay políticos zamoranos, los que viven del cuento de la res pública, del sueldo superlativo, del engaño electoral, del nepotismo, que nos han querido congelar el sol, helar el alma, quitarnos los ocasos, las nubes rojas, los ruiseñores, las tormentas, los relámpagos y, si pudieran, secarnos el alma.
Eugenio-Jesús de Ávila
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