Redacción
Lunes, 29 de Junio de 2020
OPINION

Santos y pecadores

Oscar de Prada

[Img #41032]La iconografía cristiana atribuye a San Pedro y San Pablo, respectivamente, dos símbolos: las llaves y la espada. Al uno por aquellas palabras del Maestro (Mt 16, 19): "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". De oro la del Cielo, de plata la del Infierno. Al otro por representar su martirio, así como la Palabra de Dios predicada por quien fuera su propio perseguidor. Con las llaves se abren puertas, con una espada... figúrense. Lo curioso es cómo ambos atributos les cuadran perfectamente a Sánchez, conductor e inductor de tanto despropósito, e Iglesias por ejercer como espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Incluso de quienes no lo han votado.

Nos hemos quedado sin fiestas patronales acá mientras estos Pedro y Pablo, con plenos poderes, siguen y persiguen a los "paganos" que rechazan su predicación. Es curioso que pocos vean el carácter religioso del comunismo, dado que en sus orígenes ya había dos claras corrientes opuestas (bolcheviques y mencheviques) con tendencia al odio cainita. Sin olvidar su pretensión de sustituir el "opio del pueblo" por una adicción malsana a las directrices del partido y el camarada secretario. O su obsesión de legislar a machamartillo, dándole la vuelta a la justicia con vistas a la criminalización y aniquilación del contrario.

Ninguna ideología puede parir sólo buenas ideas, como cantaba Pau Donés todo depende según cómo se mire. Es notorio cómo muchos concluyen: "Son más necesarios la educación y los médicos y los hospitales que las misas y los curas y las iglesias". Diría que un demócrata reconocería la falta y la necesidad de unos y otros. Dice el refrán que en este mundo tiene que haber de todo, incluido el respeto al contrario. De hecho, uno se pregunta si estos críticos pondrían -en el otro platillo de su balanza- términos de otras confesiones como zalás, rabinos, suras, imanes, sinagogas o mezquitas.

Ser anticlerical en el siglo XXI no implica ser antirreligioso; curiosa forma de entender el ateísmo -servil con unos, déspota con otros. Quizá porque sus impulsores busquen ocupar ese espacio  en el interior de los creyentes y mostrárseles como alguien infalible, eterno, inmutable, merecedor de ese hueco. Tiene gracia que alguien con grandes oquedades pretenda rellenar algo. Lo triste es que no sólo ocupe espacio sino también tiempo y atenciones. A este paso habrá -¡ay!- perjuicios silenciosos y juicios peligrosos en cada esquina.

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